
Ya podía, para ponerle épica a mis elucubraciones, ponerme a perorar, en cualquier tono, sobre asuntos tan peliagudos como Lacán y el efecto del espejo, que básicamente -y siendo muy llanos para no meternos en las Hibueras- habla de esa primera vez que un crío se ve al espejo y, siempre según él, nos gusta cómo somos, aunque tantas veces -la verdad no peca- lo que se refleja sea un niño más bien muy poco agraciado, o una niña que ya pinta para fea, según sea el caso.
El asunto es que no deja de ser una experiencia nueva para mí el poder verme: no en el espejo, que lo hago todas las mañanas (aguantando el tipo, no queda de otra), sino en la televisión, como lo haré de nuevo esta noche, como hace ya varios jueves.
Me explico lo más breve que puedo ser: el nuevo programa que hago para Canal 26, el canal de RyTA, está previamente grabado, ya que necesita un ingente esfuerzo de producción que, por cierto, realizan los de la televisora con una proverbial profesionalidad, según lo platicamos cuando comenzamos a desarrollar el proyecto, con una idea original mía, el concurso temprano y oportuno de Víctor González y luego con la intervención, que le da cuerpo, de Israel Salcedo, el director de la televisora (y el apoyo de Beto Romero, por descontado.)
Para mí esto de hacer radio y televisión, sea cual sea el resultado -tampoco me voy a poner pesado-, es todo coser y cantar: estoy acostumbrado desde siempre, por razones obvias y, todo habrá que decirse, a veces desafortunadas.
Con la televisión comencé muy temprano, apenas pasando los veinte, cuando Gustavo Granados, que ya le tenía echado el ojo a la vocería estatal y al desarrollo del sistema estatal de radio y televisión –recién estaríamos en la campaña triunfal del ingeniero Barberena–, me pidió que comenzara a hacer unas presentaciones frente a cámara.
Las vacaciones –yo vivía todavía por Guadalajara– las pasaba aquí haciendo trabajo de reportero, así que algunas de las cosas que hacía en la calle comencé a hacerlas acompañado de un equipo de cámara, a lo que siguieron un par de temporadas presentando noticias en un informativo nocturno de aquel Canal 6, al que siguieron…
Según recuerdo un programa de toros en Televisa, con mi querido Víctor Rodríguez y haciendo mancuerna con ‘Yiyo’ Ávila; otro programa allí con mi equipo de la radio, cuando nos afanamos con hacer novedades en Stereo 93 y alguna cosa más.
El asunto es que uno llega al estudio de la radio o al set, se planta frente las cámaras, hace lo suyo, bien o mal, y ya está: que juzguen los que vieron.
La última vez que estuve en la televisión, ya en Cable Canal, cuando allí estaba Eduardo González de mandamás, era habitual en una tertulia de pretendidos altos vuelos, que dirigía mi compadre Armando Alonso: íbamos, perorábamos que era un contento y después paz y luego gloria.
Lo que pasa que ahora me apuro los asuntos de la tarde, hago mi lección nocturna de inglés y me conecto para ver el programa (‘afán de autocrítica’, me digo) y, contra la tesis de Lacán, tampoco es que me encante el fulanito que allí conduce; lo veo: demasiado greñudo, un poco campechano, no exento de un deje de petulancia y asaz locuaz (la cacofonía me resultó inevitable).
Procuro, eso sí –a pesar de lo visto y lo no conseguido soy un perfeccionista–, limar las aristas y espero un buen día, más pronto que tarde mejor, serenarme, moderarme y atender el consejo que me daban antes de ‘gobiérnate Lascazas’, para lograr ser el conductor (y a la vejez viruelas) que exige un espectador tan exigente como lo soy yo.
¡Shalom!
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