Por J. Jesús López García 

Sin lugar a dudas que el comercio ha estado presente en el origen mismo de numerosas ciudades. También podemos referir sobre la fundación de asentamientos humanos durante el periodo neolítico de la prehistoria que se manifiesta por la producción de objetos pétreos tales como raspadores, puntas de lanza o flecha, punzones y una amplia gama de herramientas primitivas pero bien especializadas. La disposición de esos sitios se debió a la presencia en sus inmediaciones de bancos de material sujetos a su transformación, pero también a su ubicuidad relativa a un incipiente mercado con el que realizar acciones de intercambio.

En Medio Oriente los cruces de caminos originaron posiblemente la unión de gente en poblados que al transcurrir del tiempo, esas intersecciones llegarían a convertirse en plazas, las cuales soportarían la carga comercial de la actividad económica que un grupo humano debía sostener para la supervivencia en el espacio ocupado por él. Durante cientos de años las transacciones de compra-venta a pie de camino, calle o plaza pública fue la modalidad seguida de manera ordinaria por los caminantes de cualquier centro de población. En la misma sintonía, la disposición de barrios especializados en fabricar y distribuir bienes, fueron estableciendo distritos enteros dedicados a generar y despachar productos específicos, complementando las transacciones de los mercados tradicionales y expendios de servicios variados y diversos.

Es en la diversificación de artículos y mercancías detonada por la industrialización contemporánea, donde se establece la ocupación del espacio urbano por calles de fuerte vocación comercial. Los edificios que surgieron de ese fenómeno se diferencian de las comunes casas-taller de los barrios tradicionales, en que la versatilidad de lo expendido, obligaba a la construcción de amplios espacios con amplios vanos con el objetivo de mostrar lo que se ofrecía al caminante quien se presentaba como un posible comprador. Cubiertas elaboradas de diversos materiales –marquesinas agregadas a las fincas– buscaban que un posible «marchante» estuviese además cómodo en su transitar por el lugar, de tal manera que se incentivase su permanencia, y con ello la posible atracción hacia algún establecimiento comercial. La adquisición se presentaba así como un acto que podía acompañar sin problemas a quien deambulase por la ciudad.

Sin embargo, la dinámica comercial de infinidad de metrópolis, como la nuestra que se transformó hace casi medio siglo en el momento que la mancha urbana ganaba terreno a la superficie rural, generando considerables distancias dentro de los distritos mismos –no se diga ya, entre ellos. A lo anterior habría que añadir que el crecimiento urbano en fraccionamientos habitacionales convirtieron grandes extensiones en sitios para la vivienda haciendo a un lado las franjas comerciales que habían coexistido con la estructura de compra-venta tradicional de plazas, mercados y barrios especializados, como ejemplo básico en Aguascalientes, la calle Madero respecto a sus plazas –algunas con mercados sobre ruedas– y barrios diversos tales como los de alfarería, de fábrica de adobes, entre otros.

Una modalidad estadounidense es la de los establecidos a la manera de los «mall» donde calles comerciales o de usos mixtos, plazas, mercados y barrios, son todos aglutinados en enclaves «artificiales» donde se recrean esos mismos elementos metropolitanos, si bien todos, en una homogeneidad de diseño donde la variedad realmente proviene por las mercancías ofertadas; el comercio, de esa manera, ya no se ofrece al transeúnte ocasional o interesado, sino a quien planea su visita al conjunto como un evento específico. Los centros comerciales se convirtieron así en una recreación a escala de la experiencia del deambular urbano pero enfocada no a la diversidad de ese cometido lúdico –donde podían realizarse múltiples actividades– sino a uno más definido: el consumo.

Dentro de la gama de centros comerciales los hay más o menos desvinculados con la ciudad, su desplazamiento a la periferia o su inserción dentro de la mancha urbana, su nivel de cerramiento respecto a su entorno, la homogeneidad de su disposición o lo desmontable de los componentes constructivos estableciendo con su entorno una convivencia poco a poco más estrecha, o bien por lo contrario, un casi total desapego entre ambos.

En 1984 se anunció que “en el despegue de Aguascalientes y como en las grandes capitales del mundo surge Villasunción, Centro Comercial… planeado para asegurar el éxito de los comercios que se sumen al prestigio de la importante cadena de tiendas de autoservicio Aurrerá. ¡Aguascalientes progresa! Únase al despegue.”

Arquitectónicamente se recrea la plaza urbana, amplio ambiente despejado hacia el cielo, con paramentos definidos y algunas piezas construidas que son útiles como referentes espaciales a los visitantes; los andadores y la disposición orgánica del conjunto recrea además la sensación de zocos árabes o las callejuelas que contienen los tradicionales tianguis mexicanos, pero todo en un lenguaje formal actual, sin ornamentos provisionales añadidos, marquesinas y variedad de planos y organizaciones espaciales que proveen además –como en las calles de usos mixtos que los mismos centros comerciales desplazaron parcialmente– esa sensación de caminar sin más objetivo que pasar un rato agradable, se consuma o no; así, Villasunción se suma a las múltiples opciones comerciales de nuestra ciudad.