
Imelda Robles Agencia Reforma
MONTERREY, NL.-José Aurelio corta con un machete las hojas de los racimos de apio que arranca de la tierra mientras su esposa Lucía ya tiene lista una bolsa de plástico donde los empaqueta para colocarlos en canastas.
Así, de a poco, avanzan en un extenso campo de cultivo del ejido La Chueca, en Cadereyta, donde hoy toca recoger cosecha.
Son originarios de Platón Sánchez, Veracruz, de donde dice Lucía que todos salen corriendo por la falta de trabajo. Venir por temporadas a laborar en la pisca en este municipio nuevoleonés es la mejor opción para subsistir.
A menos de un kilómetro de este campo está la Escuela Primaria Benemérito de las Américas, aunque el nombre del ejido ya cambia. Es Santa Efigenia.
En ese plantel estudia José Rodrigo, de 6 años, mientras sus papás José Aurelio y Lucía recolectan la cosecha de la temporada.
«Decidí meter al niño porque yo sí quiero que estudie», dice la mamá de 25 años y con primaria trunca, «quiero que sea alguien en la vida y no ande sufriendo como nosotros en el campo».
José Rodrigo es uno de los 33 niños migrantes que estudian en este plantel, equivalen al 50 por ciento del total de población escolar, que es de 66.
Los alumnos migrantes son hijos de jornaleros que llegan por temporadas de meses a trabajar en campos de cultivo o en el cuidado de quintas en Cadereyta.
Estos niños no acudirían a la escuela si no fuera por el trabajo titánico de maestros que, literalmente, los rescatan al ir directamente a hablar con los papás para concientizarlos de que los menores deben estudiar.
Gamaliel Cleto, de 40 años, profesor encargado de la primaria, conoce desde hace dos años a esta familia y les ha explicado que el estudio les puede abrir muchas puertas a sus hijos. Fue entonces que les contagió las ganas de aprender.
«El niño es el primero en llegar, si la entrada es a las 9, el niño está a las 8:15», dice el maestro sobre José Rodrigo.
‘VIENE UN PROFE POR ELLOS’
En un campo del ejido Hacienda Chihuahua unos 30 migrantes originarios de Hidalgo cosechan cebolla. Llegaron en enero y fueron contratados hasta abril.
Al preguntarles si hay niños en este grupo, uno responde de inmediato: «Viene un profe por ellos y se los lleva a la escuela».
Se refiere a Guadalupe García Martínez, director de la Escuela Primaria Melchor Ocampo. Tiene 56 años de edad y es quien comenzó a acudir a los campos al percatarse de muchos pequeños acompañaban a los adultos en las labores.
Incluso está en constante comunicación con los encargados de los ranchos y les pide que los niños sean enviados a la primaria durante el tiempo que los papás trabajen en Cadereyta.
Por la pandemia, la llegada de familias bajó, pero en el último año la cifra ha repuntado y el profesor ha tenido que intensificar su trabajo.
«Lo más difícil para nosotros es cuando buscamos convencer a los papás de que el niño se incorpore a la escuela, porque a veces sí notamos cierta resistencia al pensar: ‘es que nada más vengo dos o tres meses'», cuenta el maestro Guadalupe.
«Y les digo: ‘Por eso, pero en dos meses, tres meses, qué tanto no pierdes de aprender’. A veces llegan a ser varias platicas para incorporarlos. A veces le pedimos al encargado del campo agrícola que también les diga: ‘oye, manda a la escuela a tu niño'».
EL NORTE publicó ayer que la Secretaría de Educación de Nuevo León alista un censo para conocer la magnitud de niños migrantes en Nuevo León y la situación más compleja se ubica en la periferia ante la saturación de planteles.
Cadereyta es uno de los principales municipios de Nuevo León donde comenzó el fenómeno de niños migrantes hace más de 20 años.
Pero ahora el panorama que enfrenta Nuevo León es muy distinto con escuelas del área metropolitana y de la periferia con niños migrantes nacionales, centroamericanos y haitianos, que también están por temporadas en el Estado.
Mientras tanto, maestros en Cadereyta no cesan en esta labor y dan ejemplo de una lucha incansable por la educación de estos menores.
CREAN SUBGRUPOS
Angélica López, maestra multigrado de la Primaria Melchor Ocampo, comparte que el año pasado recibió a una niña de 8 años que por primera vez acudía a una escuela.
«Es empezar desde cero con ella», comenta. «Los niños migrantes traen mucho rezago, lo que hacemos son adecuaciones y empezar con ellos desde lo que saben».
El profesor Guadalupe explica que crean subgrupos dentro de un grupo con los niños migrantes. Ha propuesto la creación de materiales de trabajo específicos para esta población con movilidad.
Melva Martínez, jefa del Departamento de Educación Migrante de la Secretaría de Educación del Estado, señala que los menores deben ingresar inmediatamente a la escuela sin importar si traen o no documentos.
En caso de que no tengan, los docentes les realizan una evaluación para asignarlo a su grado y cuando se vayan a regresar a sus lugares de origen se les da una boleta de calificaciones.
Óscar es un niño de 6 años apodado Chiquilín. Resalta por su carisma. Llegó hace unos meses a esta primaria y ya comienza a leer. Le encanta un libro de lecturas que le regalaron.
Pronto volverá a su lugar de origen en Veracruz.
«Mi papá cortando repollo», responde al preguntarle en qué trabaja su papá. «Dijo mi papá que en tres semanas nos vamos a ir y ya no vamos a regresar, que ya está cansado».
¿Te quieres regresar?
«¡No, no, no! Yo me quiero quedar».
Como Óscar, muchos niños más viven en constante movimiento de un Estado a otro porque sus papás buscan el sustento económico.
En su estancia por Nuevo León su educación podría quedar en el limbo si no fuera por maestros que defienden el derecho universal que todos los niños tienen al estudio.