A Gabriel Codina Aguilar, por su admirable aportación.

Luis Muñoz Fernández.

El origen de una institución tan noble como la Cruz Roja es una historia que merece ser contada. Esta Delegación, que fue la primera en la República en fundarse después de la Sede Central, no es un edificio ni equipamiento ni ambulancias, sino la esencia y el carácter de tantas personas que le han dado vida durante estos primeros 100 años y que también son parte de la historia de Aguascalientes.

Gabriel Codina Aguilar. Cruz Roja Mexicana. 100 años en Aguascalientes. 1911-2011,2016.

Hay amigos que son como hermanos, que merecen llamarse hermanos. Tengo la suerte –no hay mérito personal en lo que la vida nos regala por ese azar que parece un designio misterioso– de contar con un par de esos amigos fraternos. Uno de ellos me ha hecho hoy (escribo estas líneas la tarde del jueves 20 de abril de 2017) un regalo especial. Se trata de un libro sobre la historia de la Cruz Roja en Aguascalientes. Su autor, Gabriel Codina Aguilar es un viejo conocido y colega con el que creo haber coincidido en el Banco de Sangre “Dr. Rafael Macías Peña” cuando ambos éramos estudiantes de medicina, aunque yo soy ostensiblemente más viejo que Gabriel.

Había oído, mejor dicho, había leído sobre este libro titulado Cruz Roja Mexicana. 100 años en Aguascalientes, 1911-2011 semanas atrás en la reseña que le hizo Carlos Reyes Sahagún en su gustada columna Para que recuerde…o se entere, que se publica todos los lunes en El Heraldo de Aguascalientes. Carlos, otro amigo y compañero de la Corresponsalía en Aguascalientes del Seminario de Cultura Mexicana, inicia su reseña, que consta de tres partes, relatando su primera experiencia con la Cruz Roja cuando fue socorrido por sus “héroes anónimos” durante un accidente automovilístico que sufrió hace algunos años:

…figuras fantasmales, jóvenes hombres y mujeres sentados junto a nosotros, quizá una pareja, vestidos de caqui. Me depositaron en el área de urgencias del hospital, se fueron y desparecieron en la noche, sin que supiéramos quiénes eran, y desde luego sin solicitar retribución por el servicio realizado.

Habiéndolo recibido hoy mismo, es imposible que haya leído ya el libro de Gabriel Codina y tal vez por eso resulte criticable que ahora esté escribiendo sobre él. Sólo he tenido el tiempo de leer sus primeras páginas y darle una ojeada general. Pero eso ha bastado para provocar una reacción que me impulsa a escribir estas líneas. De entrada, puedo decir que tiene una edición cuidadosa, a cargo de la Dra. Yolanda Padilla Rangel, prestigiosa historiadora aguascalentense. Además, está impreso en un papel de buena calidad y contiene una gran cantidad de fotografías, la mayoría también de notable factura. El valor sentimental para los protagonistas, incluyendo al doctor Codina, es inestimable.

Destacaría que está escrito con humildad, aunque no sin pasión. Dan fe de ello los agradecimientos a tantas y tantas personas que Gabriel Codina cita al inicio de su obra, en donde además se define como un aficionado a la historia. Una de las cualidades más difíciles de obtener en la vida es saber quién es uno y dónde esta parado. Cualidad que podríamos llamar ubicación vital. El doctor Codina hace gala de ella. Así lo expresa en el epígrafe de la introducción:

Con profunda nostalgia, pero también con orgullo auténtico

regreso a buscar en los recuerdos.

A mí me toco escribir la historia…

A ustedes les tocó hacerla.

En el prólogo, escrito por el Dr. Héctor Lozano de los Santos, quien fuera Delegado Estatal de la Cruz Roja en Aguascalientes entre 2008 y 2015, se puede leer:

Las presentes páginas no agotan una historia, sólo buscan dar testimonio a través de las vivencias y experiencias de la comunidad aguascalentense, que con profundo sentido ético, científico y humanista se incorpora a una causa social dedicada a cumplir y promover los Principios Fundamentales del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y los del Derecho Internacional Humanitario.

El cuadro que Gabriel Codina nos pinta de aquella ciudad de Aguascalientes de principios del siglo XX en la que nació la primera delegación estatal de la Cruz Roja después de la que se fundó en la Ciudad de México, es hermoso y nostálgico. Un Aguascalientes que hoy es casi irreconocible:

En 1911 Aguascalientes era una pequeña ciudad con una población de poco más de 120,000 habitantes […] Los principales grupos sociales de la ciudad eran agricultores, comerciantes, industriales, profesionistas, obreros y empleados […]

Los principales barrios de la ciudad eran La Estación, San Marcos, Guadalupe y Triana. Abundaban las vecindades y había una decena de jardines, una veintena de fuentes (muchas de ellas alimentadas por un antiguo acueducto subterráneo), algunos baños públicos, tres mercados, dos cárceles, cuatro panteones, tres teatros, tres cines y un campo deportivo. Tenía alumbrado público, varios tranvías y algunos automóviles.

Como señalábamos más arriba, las abundantes fotografías ocupan un lugar muy destacado en el libro y basta verlas para constatar la gran cantidad de personas que con su esfuerzo, anónimo o conocido, han contribuido a lo largo de 100 años dando vida a esta iniciativa que, habiendo enfrentado muchas veces la indiferencia e incluso el recelo de la sociedad, se ha entregado a servirla en algunos de sus momentos más difíciles. Debe señalarse que Gabriel Codina, colocándose casi tras bambalinas, nos muestra el enorme valor y trascendencia de una iniciativa de la que podemos sentirnos bien orgullosos.

Y ese es otro de los valores de esta obra. Poner de relieve que, en una comunidad y en lo tocante a obras de verdadera trascendencia, son las iniciativas grupales las que suelen dejar huella. En Aguascalientes ya va siendo tiempo de hacer a un lado los proyectos médicos de un caudillo providencial para dar paso a iniciativas que son concebidas y puestas en práctica por un equipo humano comprometido más allá de las ambiciones personales. Tomemos nota, pues estamos justamente ahora muy cerca de que uno de estos proyectos pueda por fin ponerse al servicio de las numerosas carencias sanitarias que tiene nuestra población.

Gabriel Codina Aguilar nos da muestra de tesón (me informan que le llevó ocho años preparar y escribir su libro), humildad y gratitud. Prendas todas que son muy escasas en los días que corren. Un motivo más para seguir leyéndolo y para recomendar a otros que hagan lo propio.

Por último, el doctor Codina nos deja un ejemplo que no podemos soslayar. Es tiempo también que plasmemos otras historias como esta. La historia de la medicina en Aguascalientes, como la de todas partes, abunda en esfuerzos desinteresados, a veces heroicos, que no saldrán del injusto anonimato si no los relatamos. Este libro es también una invitación a hacer a un lado la molicie y escribir el testimonio de la verdadera gente buena que es blasón de nuestro Estado.

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