Mtro. Christian Jesús Martín Medina López Velarde

Aunque el concepto de cultura es muy amplio y abarca casi todos los ámbitos en los que el ser humano se ha desarrollado, ateniéndonos a las formas clásicas, la manera en que la cultura se ha perpetuado ha sido a través de los libros, por ello dicho objeto ha sido valorado, protegido e incluso temido a lo largo de la historia, pues en los libros las sociedades de todos los tiempos han atesorado sus conocimientos, escrito sus tradiciones y forma de vida para poder dejar constancia de ello y sobre todo han ido acumulando de forma sorprendente el conocimiento que por milenios han permitido la evolución cultural de nuestra especie. Testimonio de lo que aquí se sostiene, es la importancia que se le ha dado a las bibliotecas a lo largo de la historia, baste mencionar, por ejemplo, la mítica biblioteca de Alejandría, las misteriosas bibliotecas de las abadías benedictinas donde gracias a la labor de los monjes se conservó lo mucho o lo poco que el cristianismo pudo rescatar del mundo antiguo cuando las diferentes tribus bárbaras invadieron el entonces decadente Imperio Romano, la elegante Biblioteca Marciana fundada en 1468 dentro de la ciudad de Venecia y otras más actuales pero que siguen sorprendiendo por los impresionantes edificios que las albergan, pero sobre todo por la incontable cantidad de cultura que atesoran en sus miles y en algunos casos millones de libros, como es la Biblioteca del Congreso, Washington D.C., que cuenta en su haber más de 36 millones de textos.

Teniendo en cuenta lo dicho en las líneas anteriores, no es de extrañar que los libros se atesoren, se cuiden y se lleguen a guardar como un bien preciado, al que hay que proteger e incluso se vuelva digno de ser temido, y prueba de ello fue el famoso Index librorum prohibitorum, que era la forma institucional en que la Iglesia Católica llamaba a la lista de libros prohibidos, esto por considerarlos perniciosos para la conciencia de los buenos católicos, lo que llevaba a imponer graves penas y censuras a los creyentes que trasgredieran la ordenanza y guardaran en su haber algún ejemplar incluido en el Index. Tal ha sido históricamente la importancia y el poder de estos objetos que tristemente hoy por hoy se desdeñan en muchos hogares de nuestro país o se sustituyen por instrumentos electrónicos que nos conectan con la “web” y hacen pensar, irrisoriamente, que los libros son objetos pasados de moda e incapaces de ofrecernos la información que en segundos podemos bajar de la “nube”, sin caer en la cuenta de que cuando estos dispositivos sean obsoletos y mucha información se pierda en el espacio cibernético, los libros seguirán allí, en los estantes de las bibliotecas públicas y privadas ofreciéndosenos el conocimiento de la cultura que la humanidad ha desarrollado desde hace muchos siglos.

Seguramente es por todo lo que aquí se ha mencionado, que hasta hace no mucho tiempo las bibliotecas eran uno de los tesoros más preciados de instituciones de diferentes índoles, aunque en este texto quiera referirme a una biblioteca en concreto que a pesar de su azarosa historia y las divisiones que ha sufrido, sigue siendo una pieza importantísima si queremos conocer la historia de la cultura escrita en Aguascalientes, me refiero a lo que antiguamente se conoció como la Biblioteca del Convento de San Diego.

Fue el 1 de febrero de 1664 que los religiosos franciscanos de la provincia de San Diego de México fundaron el Convento de la Limpia Concepción de la Villa de Aguascalientes, mejor conocido como San Diego, esto debido al mote de “dieguinos” que recibían los frailes que lo habitaban y que al mismo tiempo eran llamados así por pertenecer a la provincia puesta bajo el auspicio de dicho santo. Así y según consta en los libros del archivo conventual, desde el momento de su fundación, parte importante del edificio fue la biblioteca, lugar donde año con año los estantes fueron enriqueciéndose con la presencia de nuevos volúmenes traídos de diferentes partes de la Nueva España, e incluso de la metrópoli española. Con el paso de los años y conforme el convento creció y se convirtió en lugar obligado de paso para todos los religiosos que siguiendo el Camino Real transitaban hacia el septentrión novohispano a fin de llegar a lugares como Zacatecas y Durango y el sinnúmero de misiones que se extendían hasta la Alta California, la biblioteca de la que aquí nos ocupamos se fue viendo enriquecida por miles de volúmenes traídos por dichos religiosos, que muchas veces agradecían el hospedaje que sus hermanos de orden les brindaban por el tiempo necesario para pernoctar y reponerse del pesado viaje, donando algún libro de interés a la biblioteca, que con el tiempo fue creando el que con mucho sería el acervo bibliográfico más importante que en la época novohispana existió en la villa hidrocálida.

Llegado el siglo XIX y con él los avatares políticos que tanta inestabilidad costaron a nuestro país, los partidos políticos liberales comenzaron a promover la exclaustración de las Órdenes Religiosas, cuestión que dio como resultado la promulgación de las Leyes de Reforma y con ellas la enajenación de los conventos, cuestión dolorosa debido al incalculable patrimonio histórico material que se destruyó en lo que se conoció como “La piqueta liberal”, pero en el caso de Aguascalientes estas exclaustraciones no fueron tan abruptas como en otros lugares y las autoridades civiles tuvieron a bien informar a los frailes, con días de anticipación, el que serían despojados de sus bienes; y fue por ello que los dieguinos decidieron sacar, de forma clandestina la mitad de su biblioteca, sobre todo aquellos volúmenes que se referían a materias de orden religioso como la teología, la filosofía perenne y la historia sagrada, pero, ¿qué hacer con el resto de la biblioteca cuando el tiempo se agotaba?, y fue así que los religiosos decidieron esconderla emparedándola y colocando sobre los libros una falsa pared, esto con la esperanza de que en poco tiempo se les regresara su convento y pudieran rescatar aquellos libros que pertenecían a temas profanos como la arquitectura, la medicina, los idiomas y un gran número de materias más.

El tiempo pasó y el antiguo convento se convirtió en el Instituto de Ciencias y ya en el siglo XX en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, los dieguinos se extinguieron y nadie recordó aquellos libros olvidados y no fue hasta hace poco más de 30 años que gracias a una restauración del edificio central de la UAA que el tesoro saltó a la luz descubriéndose varios cientos de libros de los siglos XVII al XIX que ahora formaban parte del acervo de la Máxima Casa de Estudios de nuestro estado y que con el tiempo fueron catalogados, restaurados y puestos en un lugar especial para formar el Fondo Antiguo de la Biblioteca Central de la UAA, mientras que los libros que fueron sacados del convento por los dieguinos, siguen siendo parte fundamental de la biblioteca conventual que en el nuevo convento de San Diego siguen hasta el día de hoy siendo parte del patrimonio histórico de la Orden Franciscana en Aguascalientes.

Sirvan estas pocas líneas, para que nuestros lectores conozcan un poco de la historia de esta importante colección de libros, que dividida en dos y con destinos diferentes, siguen siendo hasta el día de hoy, el fiel testigo de la importancia que han tenido los libros en el desarrollo histórico de nuestra sociedad.