Luis Muñoz Fernández
Mugre, piel y huesos, con los tobillos y las muñecas ulcerados por los grilletes. Francisco era una brasa que arde bajo los escombros. Los jueces miran con fastidio a este esperpento: un incordio decidiamente intolerable.
Hacía doce años que lo habían enterrado en las cárceles secretas. Lo habían sometido a interrogatorios y privaciones. Lo enfrentaron con eruditos en sonadas controversias. Los humillaron y amenazaron. Pero Francisco Maldonado da Silva no cede. Ni a los dolores físicos ni a las presiones espirituales. Los tenaces inquisidores sudan rabia porque no quieren enviarlo a la hoguera sin arrepentimiento ni temor.
Marcos Aguines. La gesta del marrano, 1991.
Hasta esta semana ignoraba la existencia de Pedro Zerolo. Me acabo de enterar que murió a consecuencia de un cáncer de páncreas. Como los judíos, los musulmanes o los protestantes en la España que instauró la Inquisición, él también cargaba sus sambenitos: era homosexual y ateo.
A pesar de todo, Zerolo fue más afortunado, pues la España en la que le tocó vivir, ha recorrido, no sin tropiezos y retrocesos, el largo y sinuoso camino que lleva a la tolerancia, aquello que para Antonio Maura significaba “enterarse cada cual que tiene frente a sí a alguien que es un hermano suyo, quien, con el mismo derecho que él, opina lo contrario, concibe de contraria manera la felicidad pública”.
Pedro González Zerolo nació en Caracas, Venezuela, un 20 de julio de 1960 y era hijo de un exiliado español. Estudió leyes en la Universidad de La Laguna, Tenerife (Islas Canarias). Luego se trasladó a Madrid, donde se convirtió en un gran activista del movimiento LGBT (lésbico, gay, bisexual, transexual). Dentro del Partido Socialista, fue uno de los principales promotores de los derechos LGBT en el Congreso de los Diputados. Desde 2003, se convirtió en concejal del Ayuntamiento de Madrid.
Como miembro del Partido Socialista, jugó un papel determinante en el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para que se legalizara el matrimonio homosexual en 2005, convirtiendo a España en el tercer país en el mundo que lo aprobaba, después de Holanda y Bélgica. Él mismo se casó con Jesús Santos, su pareja, en octubre de ese mismo año.
Me ha llamado la atención lo mucho que se ha publicado esta semana en la prensa española sobre su persona. Casi todo elogioso, aunque no han faltado algunas notas irónicas sobre su “exceso de celo” a la hora de defender los derechos LGBT. Como lo escrito por Luz Sánchez-Mellado en su columna en El País, a la que tituló “San Pedro Zerolo”, una curiosa mezcla de crítica y alabanza:
Pedro Zerolo era, lo saben todos los que ahora le hacen la ola, más pesado que matar una vaca a besos, la única forma de matar a alguien que puedo imaginar junto a su nombre en la misma frase. Le decías buenos días y te soltaba un discurso de 10 puntos sobre igualdad, tolerancia y respeto a la diferencia, por si luego no tenía tiempo de colocarte el mitin. Zerolo era, lo saben todos los que ahora le cantan coplas, una mosca cojonera, un intenso, un canario zumbón, valga la redundancia. Y un tío bueno de caerte de espaldas, todo sea dicho: una cosa es que él fuera gay irredento y otra que nosotras fuéramos ciegas.
Lo que quizá no sepan o no quieran saber los que ahora le suben a los altares es que no le hace falta. Zerolo fue un santo en vida. Acredita el milagro de haberse casado con su novio y haber declarado mujer y mujer y marido y marido a sus semejantes en un país donde, cuando él vino al mundo, se metía presos a los homosexuales por vagos y maleantes. Certifica el prodigio de que el epíteto maricón retrate hoy más a quien lo esputa que a quien lo recibe.
Repasando la galería fotográfica de algunos de los momentos más importantes de su vida pública y privada –aunque parece que en él lo privado era un impulso más a su lucha pública–, como aquella foto del 1º de octubre de 2005, cuando se casó con Jesús Santos, la del 13 de abril de 2014, cuando recibió el Premio Carmen Cerdeira a los Derechos Civiles, o la de su funeral, que muestra el inmenso dolor del ahora viudo, no puedo dejar de preguntarme qué diferencias significativas puede haber entre las manifestaciones de su amor y las que se dan entre un hombre y una mujer. No reconozco ninguna.
Hermoso es lo que ha escrito Jorge M. Reverte, titulado “Homófobos en deuda”:
La gente de mi generación, y no digamos la de generaciones anteriores, tiene una inmensa deuda de honor y de dignidad con todos los que han luchado a favor de los derechos de los homosexuales. Cuando yo era un crío, en el patio del colegio había peleas por ver quién era más canalla con cualquiera que manifestara un comportamiento amanerado, equívoco. Eso, por supuesto, era muy incentivado por los curas…
… En los últimos años, la presencia de Pedro Zerolo y otros en la política no ha sido en vano, sino que ha servido para recordar que las conquistas no tienen por qué ser eternas, y para profundizar en los derechos de los homosexuales…
… Yo no sabía cómo hacer un homenaje a esa gente. Y se me ha ocurrido que si cada uno de los homófobos antiguos contamos públicamente nuestro repugnante pasado, el mundo será más limpio que antes. Y desde luego, lo seremos nosotros.
La libertad, la profundización de los derechos civiles, no nos va a hacer más felices, pero sí más dignos y libres.
Gracias, Zerolo.
Pienso en aquellos judíos, musulmanes, protestantes y, desde luego, en aquellos primeros cristianos, que se atrevieron a desafiar el orden imperante y pagaron tan caro su atrevimiento. Ese orden que a otros satisface mantener y fortalecer pese al sufrimiento de tantos seres humanos, de los que, al fin, son ni más ni menos que sus hermanos, aunque piensen y vivan diferente. Me parece que uno de los crímenes más espantosos que puede cometerse es el de hacer sufrir a quienes no comulgan con nuestras ideas o creencias, al punto de arrebatarles la vida.
Sé también que nunca llegamos a conocer completamente la vida de un hombre. Que lo que leemos o escuchamos de él no puede ser completamente objetivo y que tal vez obedece a muy diversos intereses. Sin embargo, en el caso de Zerolo, si lo que ha aparecido en la prensa con motivo de su muerte formase parte de una investigación científica, entonces podríamos decir que la evidencia a su favor es, de manera abrumadora, estadísticamente significativa.
Una muestra más, “La pasión de la igualdad” de Juan Cruz, periodista y escritor:
Él fue muy feliz, alcanzó las metas que defendió en la calle, en su partido y en las instituciones a las que regaló el tiempo de su vida. Pero eso no lo hizo para él, ni para Jesús, su marido, ni para sus amigos, ni para los que opinaban como él: él hacía todo eso porque era un republicano, un ser civil que tenía por los valores (la igualdad, la libertad, la fraternidad) el afecto radical del que se crió viviendo entre esas palabras…
… Este martes hubo muchas lágrimas en la capilla ardiente. Muchas eran de personas a las que él les mejoró para siempre el noble ejercicio de vivir en libertad. Puede decirse de él lo que Hemingway contó de uno de sus personajes: “Conoció la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una mañana”. Su volcán sólo podía agotarlo la muerte. Y esta noticia fatal nos llena de rabia a los que nunca pensamos que Pedro Zerolo no iba a ganar también esta lucha.
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