Josemaría León Lara
ás allá de la preocupación colectiva sobre la inesperada llegada de Trump a la Casa Blanca, el panorama en casa, mismo que es ajeno hasta cierto punto a lo anterior, resulta triste, peligroso y ciertamente desconcertante. Estamos volteando a ver al lugar equivocado, ya que los problemas que se están viviendo a diario en nuestro país están provocando una efervescencia que se podría convertir en un levantamiento social.
No niego que mi argumento anterior tiene tintes extremistas, sin embargo es evidente que el pueblo mexicano está despertando de un sueño traducido en opresión e ignorancia. El “sistema” poco a poco ha dejado de funcionar óptimamente, y los operarios del mismo se encuentran dormidos en sus laureles; tal parece que México decidió no esperar más y optó por tomar cartas en el asunto.
Los índices delictivos van a la alza y los cuerpos policiacos se han visto rebasados, sin mencionar que tanto la eficiencia como eficacia del Ministerio Público básicamente son inexistentes. La impotencia generada al ser víctima de un delito es un producto natural de la situación, pero que sumado a esto nos encontremos con que las autoridades competentes no hagan su trabajo, se produce la desesperación; misma que orilla a los ciudadanos a tomar justicia por propia mano.
Mientras más casos se siguen registrando de ciudadanos buscando sistemas de autodefensa, se pone en riesgo la existencia misma del Estado; mismo que para ello fue creado en primer lugar. Cuando los primeros pueblos se deciden juntar en comunidad a pesar de sus diferencias, lo hacen en miras al bien común y para esto surge el gobierno emanado de la misma colectividad para velar por los intereses conjuntos y preservar el orden y la seguridad.
Es por ello que la responsabilidad más básica de un Estado es la de garantizar la seguridad de su pueblo, algo que a la fecha todo parece indicar que no se está cumpliendo. Y aunque los casos que se han ido presentando de ciudadanos actuando por su propia cuenta, en su mayoría son por delitos “menores”, los llamados delitos de alto impacto resultan ser todavía más impunes; el que se pretenda ocultar una realidad al no hablar de ella, no quiere decir que esta no exista o que de perdida desaparezca.
Sería ingenuo negar que la sociedad mexicana está dividida, y no es una simple dicotomía entre ideologías políticas sino también en una clara barrera entre clases sociales y niveles de escolaridad. Hemos sido una nación manipulada por décadas, y en este despertar las diferencias han sido más y más notorias, cosa que debe de cambiar a la de ya, si buscamos como pueblo un verdadero cambio de fondo.
Un ejemplo claro de la división entre los mexicanos, se vio presente en la discusión para elegir al candidato merecedor de la presea Belisario Domínguez. El ahora conocido como el “héroe de la gasolinera” Gonzalo Rivas Cámara, quien salvó a cientos de personas al sacrificarse a sí mismo en el incendio de una estación de servicio en Chilpancingo, Guerrero. Lo que hizo es en verdad un acto heroico difícil de encontrar en nuestros días; que sin embargo cierto sector de la población estaba en desacuerdo por el simple hecho de que la señal que se manda es la de criminalizar a los estudiantes normalistas de esa entidad.
Criminales o no, yo no seré quien juzgue, en efecto fueron los normalistas quienes en una de sus múltiples protestas decidieron prenderle fuego a una gasolinera, poniendo en riesgo a miles de personas; pero la constante presencia del fantasma de Ayotzinapa, daba la coartada para que un héroe de la vida real, no mereciere ser reconocido aún y cuando la presea sea post mortem.
@ChemaLeonLara