Luis Muñoz Fernández
El problema de la eugenesia y la ingeniería genética es que representan un triunfo unilateral de la voluntad sobre el don, del dominio sobre la reverencia, del moldeo sobre la contemplación. Pero cabe preguntarse: ¿Por qué habría de preocuparnos este triunfo? ¿Por qué no nos sacudimos de encima nuestra incomodidad ante el perfeccionamiento como una superstición más? ¿Qué se perdería si la biotecnología disolviera nuestra conciencia de lo recibido?
Michael Sandel. Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética, 2007.
La noticia apareció apenas el domingo 22 de marzo de este 2015: “El hombre decide su destino biológico. Arranca el debate sobre la modificación del genoma humano. Una técnica simple y barata pone el gran tabú a tiro de cualquier laboratorio”. Con un título y unos subtítulos así, era imposible no detenerse para leer el artículo in extenso. La posibilidad de modificar nuestros propios genes se ha vuelto una realidad.
La técnica en cuestión no es un invento humano. La desarrollaron las bacterias, seres que llevan mucho más tiempo que nosotros en este planeta, y la utilizan como un mecanismo defensivo contra los virus que las infectan. Como casi todo lo que tiene que ver con la biología molecular, el nombre de la técnica es casi impronunciable: CRISPR. El acrónimo se formó con la primera letra de una secuencia de palabras que, salvo que sea uno experto en la materia, resulta por completo incomprensible: repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y espaciadas regularmente (CRISPR = Clustered Regularly Interspersed Short Palindromic Repeat). ¿Usted lo comprende? Yo tampoco.
Pero eso no importa. La mayoría de los seres humanos no entendemos a fondo los detalles íntimos de la energía eléctrica y, sin embargo, la utilizamos sin problema en la vida cotidiana. Pues aquí pasa lo mismo. Una vez dominada, esa técnica bacteriana llevada a los laboratorios humanos parece contener el secreto para reescribir las palabras de nuestro código genético. Casi nada. Ya oigo las voces de advertencia: ¡los científicos quieren jugar a ser Dios y se están metiendo en terrenos prohibidos!
En esta ocasión la advertencia no está de más, aunque se ha dicho que la técnica se utilizará para corregir aquellos de nuestros genes que estén defectuosos y que son la causa de algunas de las enfermedades que hoy son prácticamente incurables. Lo que preocupa mucho más es si esta técnica se empleará en un futuro próximo para modificar a seres humanos sanos. Javier Sampedro, quien fuera investigador del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa en España y del Laboratorio de Biología Molecular del Medical Research Council en Cambridge, Inglaterra, y que ahora se dedica a la divulgación científica, lo expone de la siguiente manera:
Es tan simple, barata y eficaz que pone por primera vez a nuestro alcance la posibilidad de reescribir el código genético humano: en las células enfermas del cuerpo, sí, pero también en los óvulos y espermatozoides que determinan el destino de nuestros hijos, de los hijos de nuestros hijos y de todo el linaje que emergerá de ellos. Los científicos más directamente implicados en este avance se reunieron el 24 de enero en el Foro IGI de Bioética, en Napa, California, organizado por la Innovative Genomics Initiative (IGI) de la Universidad de Calfornia. Su objetivo no era tanto confirmar las inmensas posibilidades de la nueva tecnología –las tenían ya muy claras– como examinar con espíritu autocrítico sus riesgos y desarrollos imprevistos, en un intento de poder atajarlos ahora que están a tiempo. El premio Nobel David Baltimore y otra veintena de investigadores presentan en “Science” las conclusiones de la investigación.
Nos dice Sampedro que los genetistas han aprendido a usar CRISPR como un vehículo para corregir o modificar el genoma de cualquier animal. Se ha probado con éxito en ratones y monos. Los científicos desean ahora saber si tiene utilidad médica en los seres humanos. No se puede negar que tienen una visión a largo plazo, transgeneracional, porque quieren indagar si podrán corregir los genes alterados (las mutaciones) en los óvulos o espermatozoides de los que se formarán futuros seres humanos. A mí, pensarlo me produce escalofríos. Supone una frialdad y firmeza de pulso que me hace recordar aquellas películas demenciales como La isla del doctor Moreau.
Hoy por hoy, nos sigue diciendo Sampedro, el uso de la técnica en humanos es ilegal en todos los países que han regulado la embriología humana, que son todos los que tienen la capacidad técnica necesaria. Por eso los científicos creen que este es el momento para discutir los aspectos éticos y legales con el fin de promover las reformas legales pertinentes:
Apenas un mes después, es decir, este jueves 23 de abril de 2015, el mismo Javier Sampedro da cuenta que unos científicos chinos, con menos escrúpulos que sus colegas occidentales, se han saltado a la torera la valla de contención ética que aquellos pretendían levantar unas semanas antes. Su artículo tiene un título ingenioso: “Un jarrón chino de agua fría. El primer intento de editar el genoma de un embrión humano se estrella:
El garantismo ético de las legislaciones occidentales no tiene un equivalente exacto en el lejano oriente: cuatro laboratorios chinos están ya experimentando con la edición genómica en embriones humanos. Y, paradójicamente, el primero de esos trabajos pioneros ha salido fatal, con sólo un 50% de embriones con su gen mutante corregido y un alto nivel de víctimas colaterales (“off target mutations”). Es un jarrón chino de agua fría sobre las técnicas de edición genómica en que los investigadores de todo el mundo cifran sus esperanzas de aliviar la enfermedad humana.
Para sortear los mayores obstáculos éticos, el equipo de Junjiu Huang, de la Universidad Sun Yat-sen en Guangzhou, ha utilizado 86 embriones donados por las clínicas de fertilidad que son inviables: son óvulos fecundados por dos espermatozoides, y que por tanto tienen tres juegos de cromosomas en lugar de los dos normales. Se dividen unas cuantas veces y mueren enseguida, por lo que nunca podrían producir un embarazo.
Aunque el experimento haya tenido consecuencias desastrosas y no haya sido aceptado para su publicación en revistas científicas de tanto prestigio como Nature y Science, que adujeron objeciones éticas y técnicas para rechazar la publicación de los científicos chinos –el trabajo se publicó finalmente en la revista Protein & Cell–, no parece probable que ello sea un obstáculo de suficiente magnitud para impedir que estos experimentos continúen.
Seguramente se esgrimirá el beneficio potencial para muchos enfermos, pero todos sabemos que de ahí a la modificación de seres humanos sanos ya no mediará ninguna distancia. Sucederá, sin duda, si es que no está sucediendo ya. Es curioso que Huang señale que su fallido experimento servirá de advertencia para otros investigadores que trabajen en el mismo campo. Se sabe ya que otros tres laboratorios chinos están investigando en la modificación del genoma en embriones humanos. Sin embargo, se desconocen los detalles de estas otras investigaciones y si algo saben hacer los chinos es levantar murallas para que nadie pueda saber lo que ocurre dentro.
De acuerdo a la filósofa mexicana Juliana González Valenzuela, esta idea de mejorar al ser humano mediante la modificación de su genoma es “la última gran tentación del hombre”:
La sustitución de la ética por la genética implicaría sin duda “la sustitución de la libertad por el determinismo genético”. Y ésta sí es la muerte del hombre… Éste sí es el límite insuperable… donde se elimina todo rastro de la dignidad humana eliminándose la capacidad del hombre de que, “por sí mismo, por su propia decisión y acción”, se dé a sí mismo un sitio en el mundo.
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