Pasaron aquellos tiempos en que era suficiente que el padre de familia mirara de forma enérgica a su hijo para que éste dejara de hacer travesuras y se comportara bien, así como era suficiente que el maestro mirara con firmeza a un alumno para que este se disciplinara y se pusiera a trabajar en las actividades de aprendizaje.

Los tiempos han cambiado, hoy las circunstancias son difíciles. Los padres de familia, en gran número, ya no pueden llamar la atención a sus hijos porque estos se molestan, no hacen caso de lo que se les indica y toman la decisión de hacer lo que ellos quieren. Con los maestros está pasando lo mismo, cuando los docentes llaman al orden a los alumnos indisciplinados, a los revoltosos y a los que no quieren trabajar en clase, estos responden con groserías, se enfrentan a los docentes con palabras altisonantes y se encaprichan en no hacer las actividades de aprendizaje sugeridas. No obstante, a pesar de lo descrito, en los grupos hay alumnos respetuosos, responsables y trabajadores que hacen la diferencia. Son hijos de aquellos padres de familia que tuvieron una buena formación y conservan la cultura de los valores. En esta heterogeneidad de alumnos laboran los maestros, contando con el apoyo responsable de unos padres y con el malestar y reproches de otros.

Antes, el padre de familia trabajaba para el sostén de su hogar y la madre de familia se encargaba del cuidado y formación de sus hijos; desde luego, siempre con el apoyo y vigilancia del padre. En este contexto, cuando los hijos acudían a la escuela, el padre y la madre siempre estaban pendientes de sus hijos para que estos asistieran con puntualidad a clases, se comportaran bien y para que realizaran sus tareas. En los tiempos actuales, el padre y la madre de familia trabajan los dos, dejando solos a sus hijos en casa. Éstos, al darse cuenta que están solos, un día se les hace fácil faltar a la escuela, salir de su casa para caminar por las calles, en las que encuentran amigos con quienes convivir. Semanas o meses después, las faltas a clase se vuelven recurrentes hasta llegar, en no pocos casos, al abandono escolar y la diaria convivencia con los amigos se convierte en una necesidad para bien o para mal de todos. Cuando los padres se dan cuenta de que sus hijos ya andan en malos pasos o con malas influencias, ya es demasiado tarde para corregirlos, salvo en casos excepcionales. Y así como es difícil enmendar el comportamiento de los hijos en casa, también es sumamente complicado corregirlos en la escuela; más aún si son niños o adolescentes de familias desintegradas.

Por todo lo anterior, no es extraño ver agresiones o pleitos entre los alumnos y, aunque parezca inaudito, también agresiones a los maestros: hoy en día, un docente no puede llamarle la atención a un alumno por faltas a las normas de urbanidad o por no hacer los trabajos, porque de inmediato agrede al maestro y sus padres lo acusan ante Derechos Humanos y ante el Instituto de Educación. También se están dando casos en que un docente apenas mira a una alumna, y esta de inmediato lo acusa de acoso sexual. No conformes con esto, ahora los propios docentes también están acusando a los directivos de acoso laboral, por pedirles plan de clases, que está normado, y porque cumplan con el horario laboral.

Son, pues, tiempos difíciles que se deben superar. Cada uno debe hacer lo que le corresponde y debemos poner en práctica el pensamiento pedagógico de los grandes educadores: “para educar a un niño, primero habrá que transformar su medio ambiente”. Esa es la clave.