
Por J. Jesús López García
Trayendo a la memoria hechos pasados, el aspecto referente a los establecimientos de las personas eran responsabilidad de los señores feudales durante la Edad Media. Los ataques a las poblaciones eran recurrentes, por lo que hubo necesidad de construir fortalezas, a través de robustas murallas de piedra con propósitos eminentemente de protección, dando inicio así, a la aparición de castillos, que contaban con los bastiones o baluartes, que eran reductos fortificados exteriores como elemento fundamental para evitar a los agresores.
Las construcciones de culto religioso, se llevaban a cabo de modo sólido, predominando los paramentos macizos sobre los vanos que generalmente eran de tamaño reducido, expresando por sí mismo la firmeza de la fe cristiana, además de ser una protección física ante las adversidades. En las catedrales góticas, a los vanos, elementos fundamentales en estos sistemas arquitectónicos se le integraron coloridos vitrales, además de tener extensas áreas de culto, sin embargo, continuaba representando un bastión de la Fe ante el Mal.
Con el transcurrir de los siglos, el concepto arquitectónico religioso como un elemento de protección frente a lo tenebroso y oscuro, ha continuado de manera intermitente, entronizándose como característica de solidez, encerramiento e impenetrable, tal y como podemos advertir en los conventos del siglo XVI y otros conjuntos arquitectónicos en el panorama campestre, en las mismas ciudades o villas, que contienen un partido similar, levantándose como verdaderas fortalezas, de enormes masas en sus volúmenes y que constituyeron espacios para hospedaje y protección –como en el caso del presidio aguascalentense-, o en los templos religiosos como baluartes de esperanza.
Adentrándonos en el territorio del estado de Aguascalientes, particularmente en la zona norte, hemos podido descubrir múltiples recintos de fe, verdaderos símbolos de la arquitectura lugareña, como en el caso de Tepezalá, actualmente municipio, y en 1546 un pueblo, a decir de Alejandro Topete del Valle. Una creación excepcional, sin duda alguna, lo constituye el templo de Nuestra Señora del Refugio, obra edificada con las manos y el sudor de sus pobladores a partir del siglo XIX.
La iglesia se yergue con una masa de piedra “cruda”, en una superficie de la que emerge una sobria portada de filiación neoclásica con pilastras de capiteles de orden jónico que soportan un sencillo y poco peraltado entablamento, todo lo cual, enmarca un acceso con un arco de medio punto, motivo que se repite en la ventana del coro en el eje de simetría y en las espadañas dobles que reemplazan a las torres en el lugar en que deberían estar, además de la sobresaliente cúpula, donde en sus pechinas encontramos alocuciones de salvación. En el interior resaltan los elementos ornamentales, tal como los delicados decorados con detalles de exquisitez.
La comunidad tepezaleña, minera por excelencia, tiene en el templo un fiel representante de su reciedumbre, edificado con el material mismo –piedra- de su suelo, predominando por su plástica, así como por sus dimensiones y su propuesta misma de “exponer” sus componentes de su fábrica, acordes con el contexto y paisaje que les son propios a la región casi árida.
Nuestra Señora del Refugio es un templo de líneas sobrias y austeras y es fiel representante de lo que atesoran todas las comunidades del estado aguascalentense, y no solamente aquellas que han sido denominadas como “pueblos mágicos”. El edificio expuesto es una muestra de la vasta riqueza arquitectónica que muchos de nosotros no se han percatado de ello, o en su caso, si ya lo hemos hecho, se requiere confirmar y reconocer los bastiones de la arquitectura que nos pertenece y que nos brinda una identidad local.