“EL TRIÁNGULO DE LA TRISTEZA” (“TRIANGLE OF SADNESS”) – AMAZON PRIME VIDEO

Con una coherencia impoluta el cineasta sueco -y creo que ya cabe llamarlo autor- Robert Östlund cierra su tríptico sobre la condición humana sometida a las incongruencias del memetismo necio (en “Fuerza Mayor” lo concreta mediante el apego cuasi simbiótico al teléfono celular y posteriormente en “The Square: La Farsa del Arte” a través de las banales posturas que adoptan quienes ejecutan un supuesto ejercicio creativo) con esta joyita que es “El Triángulo de la Tristeza”, título que parte de la geometría triangular que produce el entrecejo fruncido de preocupación y que se corrige con bótox. Esto nos lo explica desde un inicio una figura secundaria al inicio de la película que realiza pruebas a varios modelos masculinos, lo que da pie a un desarrollo dividido en tres episodios que no se marcan como tal pero que se muestran con mucha claridad argumental, donde el quid de su discurso será el absurdo que produce la defensa de quienes luchan por participar de la “alta cultura” (sea lo que sea), teniendo como hilo conductor a una parejita de esas que establece la tarada inercia propia del Siglo XXI que cobra impulso desde las redes sociales con un joven que sólo vive de su físico a modo de macho construido al gusto de las portadas llamado Carl (Harris Dickinson) y una de esas detestables influencers que estimulan el culto a la personalidad en base a actividades idiotas que celebran la estulticia conocida simplemente como Yaya (la finada Charlbi Dean). Ambos establecen el tono y ritmo de la cinta en su primer episodio mostrándose como dos fuerzas producto de sus respectivos egos, donde él reclama los desatinos financieros de ella aplicando rudeza con educación, mientras Yaya manosea la relación con coordinación sexual. Ella termina recibiendo dos boletos gratis para abordar un lujoso yate transatlántico a cambio de toneladas de fotos en el navío y aquí procede el ingreso de otros personajes que bañan el segundo episodio con mordacidad y elocuencia sociocultural como el magnate ruso Dimitry (interpretado por Zlatko Buric, actor fetiche de Nicolas Winding Refn) que hizo su fortuna “haciendo m¡#&%a” -o sea, trabajando en abono- después de la caída del Muro de Berlín, un matrimonio avejentado inglés dedicado a la fabricación de minas terrestres y granadas de mano (Oliver Ford y Amanda Walker) y una millonaria alemana que perdió la capacidad del habla debido a un derrame cerebral (Iris Berben), así como el capitán del barco, Thomas (un fabuloso Woody Harrelson), quien desde el inicio se muestra reacio a convivir con la tripulación o los huéspedes atrincherándose en su camarote hasta que llega el momento de convivir con ellos en una cena especial. Este momento será crucial para la trama pues una tormenta transforma el delicado y pomposo evento gourmet en un festival de vómitos, resbalones e inundación de heces fecales cortesía de los saturados retretes del barco que diseñan la narrativa como una cruza entre Fellini, Buñuel y Pasolini. Por circunstancias francamente disparatadas algunos terminan en una isla aparentemente desierta donde el esquema de poder se invierte cuando una inmigrante filipina de mediana edad llamada Abigail (Carla de León), una de las encargadas de la limpieza del lujoso navío, desarrolla una dinámica matriarcal por ser ella la única capaz de obtener alimento y producir fuego en las salvajes condiciones, sometiendo a la diva Yaya, robándole a su macho de diseñador, confiriendo tareas y dirigiendo a quienes alguna vez fueron sus patrones. Aquí estriba el genuino triángulo de la tristeza para la mayoría de los personajes mediante esta pirámide invertida donde las clases sociales se ven subvertidas y se crea una rica, potente y muy entretenida sátira humana. Östlund fabrica cada momento con un sentido del humor inteligente y oscuro que desemboca en efectivos golpes viscerales cual remate de un elaborado chiste, partiendo de momentos incluso pequeños mostrando un compromiso e incluso convicción férrea sobre los temas que deshilvana en la narrativa. La amplia gama de personajes, todos soportados por un excelente elenco y los niveles de lectura que trabaja el cineasta sueco en este triángulo discursivo de película, la hacen una de las opciones más frescas y atractivas de cualquier plataforma de streaming al momento.“TETRIS” – APPLE TV+

Si el “Tetris”, ese adictivo videojuego que hizo nuestras delicias a principios de la década de los 90 donde una serie de tetróminos con diversas figuras y diseños caían del cielo para acumular puntos, carecía de historia o trama, aquella sobre cómo llegó a nuestro continente vía el GameBoy de Nintendo desde la Madre Rusia es una que compensa tal simplicidad, pues según esta producción para Apple TV+ y dirigida por Jon S. Baird, se trató de una compleja e insólita odisea similar a un thriller de espionaje con tintes políticos que significó el riesgo y casi la vida para el principal implicado, un norteamericano llamado Henk Rogers (el eficaz Taron Egerton), quien durante la segunda mitad de los 80 se dedicó a obtener licencias de juegos exitosos en otras comarcas para vendérselas a las grandes compañías. Es en una de estas maniobras cuando conoce el “Tetris” en una exhibición en Las Vegas el año de 1988, atraído primero por curiosidad y posteriormente obsesionado por la naturaleza adictiva del videojuego, viendo en ello una irrepetible oportunidad de realizar un gran negocio. La trama enfoca mucho de su historia en las andanzas de Rogers por Moscú, tratando primero de convencer a los detentores del juego por venderle sus derechos internacionales y posteriormente eludir a la misma KGB, en particular a un agente de nombre Valentin Trifonov (Igor Grabuzov) que ha sido sobornado por la cabeza de una acaudalada firma de equipo digital (Roger Allam) a través de un ambicioso agente de ventas internacional de software (Toby Jones). Rogers deberá encontrar los recursos judiciales y legales necesarios para lograr vencer al mismo sistema ruso y a los desleales competidores, encontrando apoyo en el mismísimo creador de “Tetris”, Aleksei Pajitnov (Nikita Efremov) y sus socios de Nintendo, Howard Lincoln (Ben Miles) y Minoru Arakawa (Ken Yamamura), transformando una rutinaria compra por los derechos globales de un videojuego en una aventura que compromete incluso la seguridad de la esposa de Rogers en Tokyo (Ayane Nagabuchi) y su pequeña hija. La película recurre a los acostumbrados desfiguros que tanto seducen a los guionistas gringos para presentar historias donde el entretenimiento va antes que la intriga política (peleas, tiroteos y hasta una climática persecución automovilística por las estrechas calles de la entonces URSS), pero el libretista Noah Pink logra remodelar los clichés de forma muy amena adicionando aristas dramáticas y niveles de complejidad a los personajes, como el mismo Aleksei Pajitnov, quien no sólo se nos muestra como un genio informático sino como un ser humano dividido entre un sistema que domina su percepción al igual que todo ruso y la lealtad a su esposa y sus propias convicciones. “Tetris”, al igual que el juego mismo, acomoda todas sus piezas narrativas e interpretativas con inteligencia para que la final el espectador se permita un escapismo de calidad.

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