
Por J. Jesús López García
En la historia de la arquitectura, el funerario, fue uno de los primeros géneros en ser cultivado por los constructores. No es casual que después de proveer un refugio seguro al clan en vísperas de los procesos definitivos de la sedentarización, el sepultar y decir el sitio del enterramiento fue y es una manera de respetar al difunto, marcar el paso del tiempo vital de los miembros del grupo que siguen en este mundo y dar expresión al deseo humano de trascender los límites naturales de su existencia. Sin duda alguna entendemos que el hogar no es solamente el sitio donde uno radica, sino también en donde tenemos a nuestros difuntos.
Son célebres los grandes edificios funerarios que representan las pirámides egipcias, el Taj Mahal o el ya desaparecido Mausoleo de Halicarnaso, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo (Faro de Alejandría, Estatua de Zeus en Olimpia, Gran Pirámide de Guiza, Jardines Colgantes de Babilonia, Coloso de Rodas, Templo de Artemisa en Éfeso y el citado Mausoleo de Halicarnaso). La función que han tenido los inmuebles es más la de monumentos para estructurar la memoria colectiva y la apreciación de una comunidad sobre su cohesión cultural, pero la arquitectura funeraria va más allá de ello pues sirve para marcar el paso de alguien sobre el orbe, lo que atañe de igual forma a las costumbres más íntimas sobre el recuerdo del fallecido en la experiencia aún viva de sus seres amados.
La arquitectura funeraria es común a la práctica constructiva de todo el mundo, presentando modalidades distintas sólo en sus partes tangenciales de acuerdo a creencias, usos y hábitos que van variando de lugar en lugar y de tiempo en tiempo. Acompañadas de espacios anexos como el <<serdab>> egipcio en que se colocaba la estatua del difunto, o enmarcadas en un bloque ya existente como en Los Inválidos de París donde está la tumba con los restos de Napoleón Bonaparte. Existen espacios en que se depositan los huesos exhumados como los osarios o los columbarios romanos. Las tumbas finalmente pueden manifestarse en diferentes escalas; cementerios como el Père-Lachaise en París son destinos turísticos por las personalidades de los muertos ahí enterrados, como en el caso de Jim Morrison, poeta y cantante del grupo The Doors, y por la profusión arquitectónica desplegada.
En Aguascalientes como en tantas otras ciudades occidentales de fundación cristiana, los primeros enterramientos se realizaron en los atrios de las iglesias. Todavía en los años veinte del siglo pasado, la Catedral mostraba sus tumbas atriales, removidas debido a que se constituyeron por las noches en sitio donde al amparo de la oscuridad se ejercía la prostitución y se licenciaban no pocos vecinos de la ciudad con bebidas embriagantes. Dentro de algunos edificios religiosos se cuenta con criptas y catacumbas como en el caso del Camarín de la Virgen en el conjunto de San Diego, donde en el subterráneo hay además tumbas que proceden del siglo XVII.
De los cementerios añejos en la ciudad se pueden mencionar el de La Salud, así como el Panteón San Marcos, ubicado en el suroeste, al margen del Arroyo del Cedazo. Sin embargo, los camposantos locales de mayor raigambre son: Panteón de los Ángeles y Panteón de la Cruz. La calidad de estos es por la diversidad de las formas arquitectónicas en esos lugares, vertidas de acuerdo al “tema” de cada cementerio pues efectivamente en cada uno de ellos se hace referencia a los <<ángeles>> o a la <<cruz>> en la composición constructiva. Ambos configuran un paseo que entre tumbas y árboles –donde destacan los cipreses, desde tiempos clásicos referidos a Plutón, dios del inframundo–, se asemeja más a un jardín público que a los enterramientos subterráneos usuales menos de un siglo atrás.
Los monumentos poseen calidades y características diferentes, lo que contribuye a la diversidad de vistas, perspectivas y sensaciones. Además de contarse con algunas construcciones y esculturas de diseño y hechura esmerados en su interior, los cementerios son antecedidos con un pequeño jardín donde las letras griegas alfa y omega, hacen referencia al inicio y al fin de la vida.
Los cementerios similares a los referidos poseen características espaciales que más que la asepsia de los actuales o lo lúgubre de las criptas anteriores, evoca más un sentimiento de melancolía, después de todo, fueron concebidos en el siglo del Romanticismo, tiempo en que la muerte no provocaba morbo o repulsión, sino un conjunto de reflexiones que podían reunir en su soledad a los muertos y a los vivos.