Jorge Ricardo
Agencia Reforma

SAN MIGUEL CANOA, Puebla.- Llega al frente de una procesión, de hombres y mujeres, niños, jóvenes, ancianos, con sombreros y rebozos, huaraches, playeras de futbol y polvo. Además de una gorra negra, Agustina Arce se tapa el sol con una cartulina dedicada al Presidente López Obrador.

«Gran padre bienvenido a tu pobre casa estamos contigo», dice la pancarta y Agustina casi no puede hablar: «Nunca me imaginé que iba a llegar a Canoa… No tengo palabras pero estoy muy contenta, muy emocionada».

Sosteniendo su mensaje sobre su cabeza, dice que López Obrador es el gran padre, porque se preocupa por todos. Se le amontonan las palabras en la boca: «Él está trabajando… todos quisiéramos recibir respuesta ya, pero, pues, ora sí que es mucho trabajo y él está trabajando».

Por donde pasará el Presidente regando su esperanza, pintando su reino siempre más allá, el lugar sí parece el paraíso. La cima de una loma con una pequeña laguna verde como el pasto.

A lo lejos en el horizonte, el Popocatépetl y su farola gris. La población espera junto a la capilla de San Miguelito, blanca, dos torrecitas junto a un ocote con forma de bonsái. Hay vendedores de algodón de azúcar, elotes y dulce de tejocote, hay militantes de Morena regalando Regeneración, el periódico oficial de su partido. Los empleados del municipio de Puebla, gobernado por Morena, regalan «El Incluyente», 23 páginas, 11 fotos de la alcaldesa.
Pero una mujer de delantal rojo y rebozo doblado en el hombro izquierdo, que llegó de San Isidro, Tlaxcala, no está de humor para reinos venideros.

«Cómo dicen que va a estar mejor, que va a estar mejor, si nos quitaron el Progresa», se queja y la repartidora del periódico le explica que ese programa era conservador y panista.

Pero es más la esperanza: cinco hermanos ciegos de la familia Sánchez Bartolo, de la Colonia Tepeyac, quieren pedirle ayuda al Presidente porque Banrural les embargó su casa. Dos de ellos van guiados por su padre para encontrar al Presidente que ya pasa levantado el polvo en camioneta negra rumbo al mitin llamado «Diálogo con el Pueblo Náhuatl».

En Canoa, que entró a la historia desde que en 1968 cinco personas fueron linchadas al ser acusadas de comunistas y tres de ellas fueron asesinadas, López Obrador está con la sonrisa larga, collares de flores, bastón de flores. Por la mañana un hombre lo había venerado en su conferencia de prensa, acá no lo bajan de «Tlatoani», según se dice en náhuatl a los gobernantes. Luce feliz el Presidente que repite los números que le han pasado de los logros de su gobierno.

«El pueblo de México siempre ha sido estimado en todas las naciones y ahora más», afirma. Hasta esos niveles llega su inmensa fama, aunque en el siguiente mitin va a regresar el tiempo.

De Canoa, Puebla, a Coatetelco, Morelos, hay tres horas y ya no está el gobernador Miguel Barbosa sino Cuauhtémoc Blanco. Los cohetes explotan en el cielo, en la cancha deportiva las bandas de música resuenan, las jovencitas interpretan una tabla rítmica subidas a las sillas entre cientos de pobladores, bailan los chinelos y a López Obrador le cuelgan collares de cempasúchil, le acomodan una corona de cempasúchil y la maestra de ceremonia casi llora y se equivoca. «Es por la emoción… ¿lo puedo besar?», dice, ya colgada del tabasqueño.

También ahí el Presidente va del pasado al futuro. Ya no existe el avión presidencial pero sí existe, admite, porque está en venta. «Ya les puedo decir que no se permite la corrupción, ya puedo sacar el pañuelo blanco y decir que se acabó la corrupción», pero al mismo tiempo revuelve los tiempos.

«Desde luego todavía estamos en un periodo de transición, donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer». Pero tampoco a los acarreados que llevó Blanco parece que les importe que el reloj se atrase.

«¡Que sube que baja, Cuauhtémoc sí trabaja!», gritan. Aplauden más cuando el Presidente dice que a abusivos y ventajosos que piensan van a doblegar al gobierno de Morelos. «No está solo Cuauhtémoc».

En la oscuridad de la noche ya, les dicen que estuvieron muy bien, que hicieron mucho ruido y los citan, a unos cien de ellos, en la Plaza de Armas de Cuernavaca para un evento de media hora del partido del Gobernador.