Mircea Mazilu
El próximo 23 de octubre se cumplirán 63 años del estallido de uno de los mayores movimientos revolucionarios que tuvo lugar en la historia de Hungría. El 23 de octubre de 1956 un grupo de 50 mil estudiantes se reunieron en la capital húngara protestando en contra del gobierno comunista del país y su política estalinista. En poco tiempo, la insurrección tuvo un alcance nacional, convirtiéndose en una de las primeras sublevaciones contra un gobierno comunista producida en el seno de la misma órbita soviética.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Hungría fue ocupada por los soviéticos, cayendo bajo la influencia de la URSS. En las elecciones de 1945 se formó un gobierno de coalición, en el cual los comunistas ocupaban los puestos más importantes del Estado. Este mismo año se fundó la AVH, una policía secreta al servicio del Partido Comunista, que había empezado a detener a los líderes de los partidos opositores.
En las elecciones de 1947 ganó el Partido de los Trabajadores Húngaro, formado por la unión del Partido Comunista y el Partido Social Demócrata. Dos años más tarde, el Parlamento adoptó una nueva Constitución, moldeada según la de la Unión Soviética, siendo declarado el socialismo como forma principal de gobierno de la nación. De la misma manera, se adoptó el nombre de República Popular de Hungría, el mismo que duraría hasta la caída del comunismo en el país en 1989.
El nuevo gobierno llevó a cabo una política de represión contra la población, asesinando y encarcelando a miles de personas en los primeros años de su regencia. Los males cometidos por las autoridades fueron acusados por Jozséf Mindszenty, cardenal y arzobispo de la ciudad de Esztergom. Este hecho causó su detención y condenación a cadena perpetua. Asimismo, otros miembros eclesiásticos fueron sustituidos por personas simpatizantes del régimen.
Estas injusticias causaron la impopularidad de los comunistas y alimentaron el descontento entre la población que, a la muerte de Stalin en 1953, exigió la dimisión del líder del PTH, Mátyás Rákosi. La esperanza de un cambio aumentó cundo en febrero de 1956, en el seno del XX Congreso del PCUS, el líder soviético, Nikita Kruschev, denunció los crímenes de Stalin y prometió reformas en el régimen del Estado. Estas declaraciones fueron interpretadas por los húngaros como el inicio de una apertura.
De esta manera, el 23 de octubre varias decenas de miles de manifestantes salieron a las calles de Budapest para exigir libertades y cambios políticos. A pesar de la represión policial, las hostilidades continuaron en los próximos días. Sin embargo, el 4 de noviembre miles de soldados y tanques soviéticos invadieron Hungría y derrotaron a los insurrectos. La revolución había sido aplastada.
El 10 de noviembre Moscú eligió un nuevo gobierno encabezado por János Kádár, restableciendo su control en el país. Una vez al mando, la nueva administración llevó a cabo persecuciones contra aquellos que habían participado en las manifestaciones, siendo encarcelados y ejecutados varios miles de personas. Asimismo, se calcula que fueron unos 200 mil los húngaros que huyeron al extranjero.
Actualmente, el 23 de octubre es un día feriado en Hungría. Se trata de un día que conmemora el comienzo de una de las primeras revoluciones que se atrevieron a afrontar el régimen comunista. Se trata de una revolución que buscó cambios para la política y derechos para las personas. Se trata de un suceso que representa el honor y la dignidad del pueblo húngaro. En definitiva, se trata de un ejemplo universal de lucha por la libertad, la suprema facultad que la humanidad requiere para su progreso.
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