
Víctor Hugo Granados Zapata
Las situaciones difíciles ponen a prueba la capacidad de las personas y también exponen sus verdaderas intenciones. A lo largo de mi vida universitaria, que estoy por concluir, he tenido la oportunidad de colaborar en proyectos estudiantiles y criticar las decisiones institucionales, buscando siempre que las cosas puedan mejorar. Fue hace casi un año cuando, acompañado de amigos y amigas, salí a buscar la representación estudiantil de mi centro para impulsar estos proyectos a nivel institucional, experimentando en carne propia la responsabilidad y los efectos que emanan de la toma de decisiones. Sin embargo, el periodo en el que me ha tocado participar se ha caracterizado por ser muy dinámico, entre elecciones (institucionales y estudiantiles), cambios de administración y muchas notas desinformativas; pero gracias a todos estos eventos he logrado desenvolverme en pruebas que me han permitido superarme en muchos aspectos y entender cuál es el perfil idóneo para este tipo de cargos. Por ello, en esta ocasión voy a compartir mis reflexiones, las cuales creo que pueden interesar a quienes están atentos a todo lo que sucede en sus aulas y buscan un cambio en su entorno.
Cuando hablamos de representación estudiantil, debemos tomar en cuenta que es una corresponsabilidad dual. En primer lugar, está el comunicar las demandas de la comunidad que te eligió (de ahí nace la legitimidad del cargo), lo cual (dependiendo las responsabilidades/facultades de la posición) implica que también generes propuestas de cambio y trabajes para que estas logren materializarse; en segundo lugar, se encuentra la congruencia institucional, verse a sí mismos como parte de la universidad y defender sus valores fundamentales. Esta dualidad, desafortunadamente, no la conocen muchos de los aspirantes a ocupar cargos de representación, y a partir de esa ignorancia deciden tomar decisiones guiados por el estómago y no por la razón. Esto último suele ser la regla y no la excepción, la presión externa (redes sociales o grupos de interés) puede conducirnos a tomar decisiones precipitadas y ser objeto de manipulación de quienes deciden operar en el anonimato (estos últimos son el ejemplo de la cobardía en su máxima expresión). En este tipo de situaciones, uno no está exento de cometer errores, nadie es infalible, sin embargo, lo importante es seguir trabajando, ser congruente con nuestras convicciones y siempre dar la cara.
Por otra parte, la comunicación con los diferentes actores universitarios (administración, agrupaciones estudiantiles, etc.) y el trabajo en equipo es fundamental para sacar adelante los proyectos. De aquí nace la «integración activa universitaria», cuya finalidad es generar vínculos de trabajo entre alumnos y administrativos para impulsar proyectos en beneficio de la comunidad. Lo anterior también ayuda a la institución, dado que refleja una colaboración interna y cercanía con los estudiantes. Esto, a su vez, hace que los estudiantes valoremos más nuestro entorno universitario, así como también logra evidenciar a quienes únicamente buscan impulsar medidas «dañinas» o «destructivas» sin ningún fundamento o propuesta de por medio (estos personajes, usualmente, recurren a este tipo de medidas porque desconocen cómo funcionan las instituciones y, en su desesperación por buscar reflectores, impulsan estas medidas para darse promoción personal). El cambio efectivo viene desde la presentación de propuestas y el trabajo, no desde la demolición.
Finalmente, hay grupos que deciden criticar a las instituciones educativas hasta que egresan. Si bien toda crítica es válida cuando está bien fundamentada, me parece muy curioso que decidan interesarse por las instituciones hasta ese momento, cuando tuvieron años para involucrarse en la vida estudiantil y no lo hicieron. Las críticas desde el sofá son muy cómodas y generan una falsa sensación de protagonismo, pero no abonan en absolutamente nada a mejorar las cosas (incluso, al recurrir a la desinformación le hacen más daño a la comunidad estudiantil).
Los cambios reales, insisto, parten de la acción y el trabajo colaborativo entre todos y todas, estableciendo agendas con las necesidades particulares de la población estudiantil y la comunicación con todos los actores internos. Este debe ser el estándar mínimo que deberían seguir todos los estudiantes que desean aspirar a cargos de representación, que sean perfiles que asuman las responsabilidades de sus decisiones y trabajen conjuntamente con la comunidad para materializar sus propuestas. De lo contrario, solamente tendrán perfiles que busquen los reflectores y jamás lograrán un cambio a favor de todos y todas.