Jesús Eduardo Martín Jáuregui

Doña  Eloísa Morones, en el salón azul del Pestalozzi: pulcra, impecable, bella, educada y cordial. Le prometí matrimonio, sólo que era 50 años mayor.

Mary Rangel, me enseño a leer en el Colegio Portugal, pero no me comprendía, mandaba recaditos a mis papás: “el niño platica en clase”. Hasta la fecha.

Matilde Aguilera, estuvo como de paso en segundo año, medio maga, para descubrir un robo nos repartió palilllos y le creció a la “burra” que era el ratero.

La Señora Ma. de Jesús Llamas, sólida en todo, severa, solemne, institucional, ecuánime, equilibrio en tercer año.

En cuarto año Josefina Romo, maternal, amorosa, paciente.

Guadalupe Serna la de quinto tenía un apodo que no le hacía justicia, tenía sus consentidos, yo no era de ellos.

Una gran maestra Ma. Luisa Aguilera, inteligente, viva, ágil, disciplinada y disciplinaria y exigente, uno empezaba temiéndola y terminaba queriéndola.

En la Secundaria Federal ES-342-1 un puñado de buenos maestros que trabajaban con las uñas y que transorfaron una escuela por cooperación en una gran institución formadora de muchísimos jóvenes aguascalentenses.

Juan Lebrún Fuentes el director, hombre bueno, hombre justo, hombre que se hacía querer.

Rosa Guerrero Femat, una roca, un apoyo, un ancla pero también una áncora.

La bióloga Esther Casillas, la que tuvo retuvo, amable y tolerante, facilitadora.

Aurora Rodríguez Dávila, un poco a fuerzas en el ambiente magisterial, tenía su academia, exigente y precisa, cordial y flexible.

Neftalí Arellano Amor, maestro de librito, dedicado, esforzado, suplía con esfuerzo y voluntad carencias y limitaciones.

Refugio Miranda Aguayo, bonachón, pasalón, humano, amigable, humano demasiado humano.

Santiago Romero Ortiz, señorón, caballeroso, daba y exigía respeto, hombre sabio.

Salvador Arizmendi, taller de herrería, hombre bueno y chambeador, mi patín del diablo nunca rodó bien, pero el hizo lo que pudo.

Hercilio Torres Manzo, ágil, inteligente, vivo, magnífico expositor, mantenía atento al grupo, duro pero justo, brillante. Dicen que tenía defectos, su brillo no me permitía verlos.

Abel Zamudio López, llegó para suplir al profesor Lebrún, era un torbellino, hombre de decisiones y de acción, culto y enterado, político en el mejor sentido, masón convicto, con el inició el despegue de la secundaria hacia la gran institución que hoy es.

Del Portugal a la Secundaria Federal, fue como una pasteurización, de donde Benito Juárez era proscrito a donde era venerado. Se imponía el equilibrio. Le agradezco a mi papá la visión para la elección de las escuelas. La prepa, el ICA era el paso obligado.

Salvador Gallardo Dávalos, hombre de jubilosa llamarada, un tanto impaciente y distraído, un sabio formado en una corriente poética y en una corriente política, entre pólvora y letras, maestro.

Ignacio Cal y Mayor, de paso en Aguascalientes, pero de paso fructífico, displinado, formal, conceptuoso, serio y cumplidor, todo un ejemplo.

Luciano Arenas Ochoa, un buen hombre con vocación política, abogado que no gustaba de la abogacía, maestro que se disfrazaba de enérgico para no mostrar su bondad. A su pesar me enseñó mucho.

Carlos González Rueda, una institución en la enseñanza y en el derecho, un tanto grandilocuente y pomposo pero no petulante, gran lector y gran escritor que nunca quiso publicar por modestia, bibliómano y melómano, hombre solitario más por constitución que por convicción. Gran maestro con una vocación a toda prueba.

Efraín Cóbar Lazo, de origen guatemalteco, llegó a Aguascalientes para quedarse en la Secretaría de Salubridad, la cordialidad, la camaradería, la amistad en persona. Su sola presencia imponía el respeto.

Alejandro Topete del Valle, fumaba sabroso, extrayendo el sabor del cigarrillo hasta el extremo, de esa forma vivía, exprimía la histora para entregárnosla destilada y digerible. Caballero de cepa, de los de antes, ejemplo de entrega a una vocación que surgió en la vida cotidiana y se consolidó hasta ser un paradigma de la historia en su Aguascalientes.

Benjamín Vargas Tapia, no era de aquí, pero como si lo fuera, había llegado en el ferrocarril pero sólo con boleto sin regreso, aquí se quedó y fue el pilar de la enseñanza de la física y las matemáticas, estricto hasta la pared de enfrente, exigente como el que más, con un corazón gigante que algunos logramos conocer.

Carlos Ortiz González, dinámico, versátil, cordial, sus clases eran como él, el aprendizaje se volvía un gusto.

Gonzalo González Hernández, creo que es el único de mis maestros que para fortuna aún vive. Hombre probo, de trabajo, dinámico, equilibrado, gran profesional y gran maestro.

Salvador Gallardo Topete, como su padre daba literatura, como su padre era un gran escritor, como su padre tenía una estructura política de izquierda, pero juguetón, pícaro, amante del albur y de los gustos de la vida, que refrenaba para sobrellevar la vida pueblerina.

Salvador Martínez López, pulquérrimo, bondadoso y respetuoso, era un gusto verlo llegar siempre impecable y siempre amable.

Salvador Martínez Morones, también médico, había sabido combinar su vocación por la práctica de la medicina con la de la formación de las jóvenes generaciones, disfrutaba la enseñanza y ofrecía siempre opciones para navegar sin problemas en el proceloso mar de las etimologías.

Ana Ma. Pérez de Frank, seria y formal, aparentaba un carácter y un temperamento colérico, no lo era, quizás más bien era la armadura ante una pandilla de jóvenes indisciplinados y juguetones, no más.

Benito Palomino Dena, con una gran cultura, magnífico orador, abogado acucioso y puntilloso al exceso, supo capotear tiempos aciagos para su grupo y sobrellevar con dignidad ataques contra el Instituto de Ciencias. Durante su rectorado la institución se transformó de hecho en universidad. Desde la lay del IACT en 1965 el Instituto tuvo facultades para crear carreras y otorgar títulos de licenciatura. Don Benito es responsable de que yo sea abogado, cosa que le sigo agradeciendo,

Ofrezo disculpas al despistado lector, por este deshilvanado y seguramente incompleto recuento de los maestros que hicieron lo posible por educarme. En otra entrega, si la hay, platicaré de mis maestros en la formación profesional. A todos ellos mi gratitud por siempre.

Falta sin embargo por mencionar a mi maestra más reciente. Mi nieta Isaura, insobornable e implacable. Abo: no fuiste amable, Abo: dejaste a medias eso, Abo: quedaste en hacerlo…en fin, ella está haciendo su esfuerzo por pulir los últimos años del abuelo.

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