
Por: Itzel Vargas Rodríguez
Los dueños de una casa decidieron un día irse de vacaciones y antes de hacerlo, dejaron encargado al mayordomo para que cuidara bien de su hogar. En su ausencia, aquél hombre consideró que había carencias que se debían cubrir, como mantener el césped arreglado, la casa limpia, entre otras cosas. Así que decidió sin más, comenzar a vender objetos de la casa para obtener dinero con el que pudiera mantener la casa en buen estado.
A su regreso, los dueños del hogar le cuestionaron qué había hecho en su ausencia. A lo que con gusto el ayudante mencionó que había vendido cosas y endeudado en algunos aspectos el patrimonio, pero que con ello había conseguido sacar a flote el mantenimiento del lugar. Sorprendidos, los dueños reviraron por qué había hecho tal cosa sin su consentimiento y entonces el mayordomo no supo qué contestar.
Con esta anécdota, una admirable experta en educación de nacionalidad chilena, abrió conferencia en un Congreso de Educación en el Istmo de Tehuantepec al que tuve oportunidad de asistir hace algunos días.
Pero la anécdota remató con una pregunta que ella lanzó al aire: “En nuestra sociedad, ¿quiénes son los dueños de la casa y quién es el mayordomo?”… y ante la mirada atónita ella mencionó: “Nosotros somos los dueños de la casa y el Presidente y cualquier gobierno son el mayordomo. ¿Por qué dejamos que tomen decisiones sin nuestro consentimiento sobre lo que es nuestro?”.
Una sola anécdota a modo de cuento había bastado en unos cuantos minutos para servir de revólver mental en aquél cúmulo de personas que fungían de asistentes.
Y es que, ella, en el ámbito educativo, contaba la anécdota para que los maestros incidieran con sus propuestas en la Reforma Educativa y en el planteamiento de las necesidades en aquella región. Pero finalmente, el cuento aplica a todos los aspectos sociales: economía, patrimonio, salud, etc.
Nos hace falta, de vez en cuando, recordar los ámbitos que por naturaleza pertenecen a la gente, porque cuando perdemos de vista eso, dejamos de ser ciudadanos objetivos, exigentes con quienes nos representan y también, reconocedores de las buenas acciones que se lleva a cabo por el sector del “servicio público”, que es eso, un servicio.
Hay un gran tema detrás de eso, pero se resume en comenzar a analizar los objetivos de la sociedad en conjunto, en comunidad, para su bienestar.
De repente vivimos aislados en la cultura del “yo”, en la que sólo importa el bienestar personal: el carro que quiero, la casa que me interesa, la ropa que me gusta… pero dejamos de interesarnos en el entorno y especialmente en la comunidad.
Es muy importante, que evolucionemos en una sociedad más informada y participativa que también sirva de contención ante los abusos del poder.
México en general vive tiempos difíciles, la política está en un momento de muy baja credibilidad social, y por más estrategias comunicativas que los políticos o el gobierno implementen, la congruencia de acciones es la que impactará finalmente de forma positiva en la percepción pública. Es decir, tiene que haber un equilibrio entre la forma y el fondo… y actualmente, se vende mucha forma que fomenta una visión superficial de las cosas, sobre todo en política.
Para ayudar a evitar esto, justo a la sociedad nos corresponde un papel también y analizar lo que acontece, participando, levantando la voz, organizándonos y tomando en cuenta lo que siempre ha sido nuestro y por lo que hay que defender, abonará a evitar aquellos males por los que tanto se levantan voces a diario, como ejemplo concreto, la corrupción y el abuso de poder.
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Este es un comentario reflexivo inspirado en la anécdota contada por Silvia Rendón, la maestra chilena expositora en aquél Congreso y quien mencionó, es un cuento autoría de Ugo Mattei.
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