
“TENEMOS UN FANTASMA” (”WE HAVE A GHOST”) – NETFLIX
La comedia de horror cinematográfica es uno de esos híbridos que tientan a los guionistas por la montaña rusa sensorial que representan al pretender asustar a un espectador y guiarlo a una catártica carcajada en la siguiente escena. Hay varias cintas que ya aseguraron su estatus como clásicas al respecto, desde “Abbot y Costello Contra Los Fantasmas” hasta “Un Hombre Lobo Americano en Londres”, que logran funcionar porque la tónica que aplican destaca los aspectos terroríficos de la trama manteniéndolas autosustentables sin volverse parodia, dejando que la comedia ingrese sutil pero orgánicamente. Una nueva producción de Netflix titulada “Tenemos Un Fantasma” quiere hacer la prueba pero curiosamente le añade a la fórmula generosas dosis de drama dulzón que la arriman más a los terrenos de Steven Spielberg y su “E. T. : El Extraterrestre” que a las otras cintas mencionadas y por poco funciona, lástima que el director Christopher Landon (“Feliz Día de Tu Muerte” 1 y 2, “Freaky: Este Cuerpo Está Para Matar”) se hace bolas al final y olvida o confunde cómo balancear con propiedad las risas con las lágrimas y alguno que otro susto dejándonos con una capirotada con gusto a intentona. Por otro lado, la premisa tampoco peca de original: una familia afroamericana se muda a una casa que se les vende a precio de ganga por una razón: ahí habita un espectro. El padre, un holgazán que busca hacer dinero fácil (Anthony Mackie) es la razón de la exasperación de su hijo menor Kevin (Jahi Winston), mientras que el mayor, Fulton (Niles Fitch), se nos presenta como un muchacho que se debate entre el amor filial y ser el bully personal de Kevin, hasta que este último se topa con el espectro del lugar, un hombre de edad media medio calvo y atuendo de bolichista de nombre Ernest (David Harbour) que no puede hablar y ha perdido la memoria pero puede emitir sonidos guturales y atravesar las paredes, entre otras cosas. Kevin y Ernest terminan trabando amistad y deciden resolver el misterio del pasado de esta ánima en pena junto a su vecina, una joven locuaz e inteligente llamada Joy (Isabella Russo). Los contratiempos se presentan cuando el padre graba y explota mediante redes sociales y plataformas de videos a Ernest, llamando la atención de la CIA y en particular a una agente (Tig Notaro), quien hace años estuvo a cargo de una división para probar la existencia de fantasmas en nuestro plano dimensional pero que cayó en desgracia y ve en el espíritu, ahora toda una celebridad, como la clave para reestablecer su reputación. Y así se despliega una trama donde lo crucial será la misión de Kevin, Joy y Ernest por descubrir cómo falleció el último mientras son perseguidos por agentes federales y los lazos familiares que alguna vez se vieron truncos; ahora deberán fortalecerse para salir adelante.
No hay sorpresas o propuesta en esta cinta, simplemente un escapismo funcional que no da ni exige mucho al que hay que agarrarle el gusto conforme las paladas de clichés se acumulan (relación padre e hijo dañada que sabemos se enmendará en algún punto, la amistad entre dos protagonistas producto de la condición fantástica de uno de ellos, romance juvenil a costa de la aventura, persecuciones llamativas, etc.) levemente superadas por un trabajo actoral digno y un ritmo agradable que nos permite apreciar al filme por lo que es y dejarnos pasar un buen rato, y nada más.
“SHARPER: UN PLAN PERFECTO” – APPLE TV+
Tom (Justice Smith) es el joven dueño de una librería que conoce a una estudiante universitaria llamada Sandra (Briana Middleton) cuando ella llega buscando un tomo para sus estudios sobre feminismo afroamericano. Ambos se enamoran y su relación parece perfecta, hasta que Sandra revela que su hermano debe pagar una suma de 350,000 dólares o tendrá serios problemas. Tom es hijo de un acaudalado empresario, por lo que el dinero no es problema, así que le otorga el efectivo pero Sandra desaparece. De esta forma inicia un intrincado y casi logrado filme sobre embauques, estafas y mentiras dirigido por Benjamin Caron (“Andor”), que termina más fascinado por las ingeniosas aristas que conforman el laberinto de engaños que por los mecanismos del timo, lo que desbarranca a su narrativa en el abismo del efectismo. La clave aquí son los personajes, presentados con cuidado y esmero psicológico. En primera instancia está Sandra, una ex drogadicta que termina como aprendiz de estafadora bajo la tutela de Max (Sebastian Stan), hombre pragmático y de aura enigmática que hace difícil el precisar cuando habla con la verdad o si siente algo por ella. Él a su vez tiene a su compañera en el crimen, una mujer astuta y resuelta de nombre Madeline (Julianne Moore), que está por casarse con un billonario neoyorquino (John Lithgow) que a su vez es el padre de Tom. La estratagema que se desarrolla es una que conduce a la trama con giros y giros de tuerca hasta que ésta se barre a fuerza de tanta vuelta y por telegrafiar ciertos movimientos del guion descuidadamente arrebatándonos el gozo de un momento sorpresivo. Caron dirige con mucho estilo y consciencia de la estética su complejo relato manufacturando una estructura sólida donde el tiempo cinematográfico es manipulado para entender quiénes son estos personajes, de dónde proceden y por qué hacen lo que hacen, pero la consistencia se rompe cuando nos presenta un tercer acto menos intenso y honesto que disuelve la firmeza del relato en una vana búsqueda de estupor emocional. Tal vez la mayor estafa en esta película fue la de convencernos la mayoría de su metraje de que se trataba de un filme estupendo y virarnos a la decepción justo cuando ya nos tenía sujetos, así que en ese sentido bien por Benjamin Caron al ejecutar tal engaño a costa de nuestro tiempo y credibilidad sin verlo venir. O tal vez no.
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