Por: Juan Pablo Martínez Zúñiga

“NOCHE DE FUEGO”

Todo inicia con una madre apurada que ordena a su pequeña hija a ocultarse en un hoyo cavado por ellas mismas para que se oculte. La mujer, de nombre Rita (Mayra Batalla), vive en la Sierra Gorda Queretana donde los cárteles hacen del rapto o sustracción de jovencitas parte de un angustioso cotidiano, por lo que ese agujero donde la niña, llamada Ana (Ana Cristina Ordóñez González), es un símbolo de la temprana muerte acaecida a su inocencia y existencia, pues la Espada de Damocles que se cierne sobre todo habitante de una pequeña comunidad rural a causa de las organizaciones criminales es potente y habitual. Y aquí estriba la dureza en la estructura dramática del debut como realizadora de ficción de la cineasta Tatiana Huezo, quien se aleja del documental formal para igual documentar sobre la vida en esta región aparentemente idílica que marca su propio tiempo con cierta lentitud tipo Milan Kundera mediante sus experiencias laborales, formativas y personales, de donde se extrae una gran riqueza narrativa gracias a los apasionados personajes que aquí habitan. “Noche de Fuego” es un relato donde la figura femenina se urde cual compleja madeja de emociones musitadas donde las miradas y el lenguaje corporal de las mujeres de cualquier edad que se nos presentan son clave para entender el su sentir y pensar. En esto resulta clave la interacción entre Rita y Ana, protagonistas junto a otras dos chiquillas que cuadran un argumento donde veremos a las niñas ir a la escuela, conseguir alimento, jugar, ser rapadas para ocultar su sexo y testificar algunas de las atrocidades de los narcos hasta llegar a la adolescencia, donde todo se repite, todo sigue igual menos el creciente temor por parte de Rita de que la alejen de su hija sin ayuda de algún hombre que la apoye, pues todos los varones se dedican a otras cosas (de hecho, sólo hay una representación clave masculina en toda la película, un niño que trabaja en las canteras con quien Ana juega pero habita un mundo de total extravío) y su ex pareja, el padre de la niña, las abandonó para irse al otro lado. Tatiana Huezo maneja sus herramientas con gran mesura para construir una historia de transiciones tersas y personajes que fluyen con naturalidad – herencia segura de su formación como documentalista- que logran sumergirnos a su mundo, uno no exento de ciertas propiedades poéticas que la directora expone como contrapunto a su cruda realidad, como conversaciones entre las jovencitas a través de muros con boquetes o momentos lúdicos que apelan a cierta interpretación lírica donde ellas buscan entenderse y leerse sin decir palabra alguna con marcos naturales de gran belleza plástica. Esta cinta, la apuesta de México en la carrera por el Oscar extranjero, refleja una realidad sociocultural universal que no se limita a montes o campos, sino que habla directo a cualquiera que entiende el tipo de país en que habitamos sin importar sexo o estrato conjugando un estado sobrio y natural en interpretaciones, personajes e historia donde en una literal Noche de Fuego surgen y remueven alegrías, miedo y tristeza. A ver sin falta.

“EL PODER DEL PERRO” (“THE POWER OF THE DOG”)

El género western por sus elementos de identificación narrativos y temáticos sirve muy bien para generar puntos de contraste en la exploración y realce de los elementos más frágiles y sensibles de la condición humana (v.g. el amor, la nostalgia, la soledad) en celebradas cintas como “Los Imperdonables” (1992), “Secreto en la Montaña” (2006) y ahora con el esperado regreso de la cineasta neozelandesa Jane Campion a la dirección de largometrajes en “El Poder del Perro”, una adaptación al texto de 1967 de Thomas Savage que no sólo constituye uno de sus mejores largometrajes, tal vez a la altura de su ya clásica “El Piano” (1993), sino del año pues todo el discurso de la película se teje con el honrado hilo de la desacralización al tótem masculino tóxico llevado al argumento con finura y sapiencia. Benedict Cumberbatch y Jesse Plemons estelarizan esta historia ubicada en la Montana de 1925 como los hermanos Phil y George Burbank, respectivamente. El primero es un hombre rudo que exalta las propiedades de todo vaquero haciéndose cargo del rancho ganadero familiar aun cuando tiene educación universitaria, mientras que el segundo opera con cierta timidez y raciocinio, dejando que sea la mente y no las entrañas lo que prevalezca en su toma de decisiones a la vez que muestra sensibilidad y empatía con los demás. Esto lo orillará a casarse con Rose (Kirsten Dunst), una restaurantera que quedó viuda cuando su marido alcohólico se suicidó, dejándola a ella y a su apocado hijo Peter (Kodi-Smith McPhee) en el desamparo. Cuando George los lleva a vivir al rancho, Phil comenzará un sistemático proceso de tortura psicológica contra ella y el muchacho hasta que comienza a vincularse gradualmente con Peter, permitiéndole a Phil redescubrir su humanidad mientras cobija con sus enseñanzas al joven sobre la vida campirana y todo lo que aprendió de un legendario vaquero llamado Bronco Henry, quien apadrinó a Phil y muy probablemente lo amó más allá de lo que dicta un vínculo mentor-alumno.
La deconstrucción que realiza Campion sobre los componentes de la toxicidad masculina a través de Phil se complementa con la exploración análoga sobre la soledad y el abandono que distingue al personaje de Rose, una mujer que busca amar e impulsando las habilidades latentes de su hijo ya sea haciendo intrincadas flores de papel (símbolo inequívoco de la frágil y perecedera naturaleza de sus emociones) o realizando experimentos taxi dérmicos con animales pero dejando para sí misma un único talento: tocar una sola pieza musical en piano. El abandono constante de George por cuestiones de negocios y el asedio de su hermano Phil la llevarán a encontrar consuelo en la bebida, asegurando su devastación mientras Peter va adquiriendo matices y aristas psicológicas bajo la tutela de Phil. Cumberbatch brilla con este papel construyendo ricas facetas en su personalidad hasta culmina en un ser diametralmente opuesto a lo que en un inicio se retrata mientras que toda la narrativa no se escabulle de la lectura metafórica colocando a sus personajes varias veces contra las imponentes montañas y valles de Montana mediante una fotografía de espléndida riqueza plástica que aprovecha cada recurso escenográfico para dimensionar la trama. “El Poder del Perro” es una cinta de engañosa sencillez que oculta, así como los personajes, una gama amplia de emociones que logra trascenderla del mero western contemplativo para darnos una de las mejores cintas que ha estrenado Netflix este año.

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