Por: Juan Pablo Martínez Zúñiga

 “BABYLON”

Antes de que William H. Hays, presidente del Comité Nacional Republicano y primer dirigente de la MPAA (Motion Picture Association of America), lograra pasar legislativamente el Código que lleva su apellido en 1930 donde se enumeraban los principios generales a seguir por los grandes estudios de Hollywood en materia de censura, moral, ética y buenas costumbres, la Meca del Cine era la bacanal más grande del mundo. El director de vanguardia y sobreviviente de las orgías más desquiciadas de principios del Siglo XX, Kenneth Anger, relataba en su libro de culto “Hollywood Babilonia” muchos de los excesos vividos por él y las figuras más relevantes del cine silente, relatando anécdotas tan descabelladas, pecaminosas e insólitas que no pueden ser nada más que ciertas, y para los interesados al respecto más les vale atenerse a este insoslayable texto, que a la nueva cinta del ambicioso pero ahora sí rebasado por sus propias ambiciones, el cineasta Damián Chazelle, quien infructuosamente trata de poner al día lo que ya expuso Nathanael West en su fascinante libro “Como Plaga de Langosta”, que a su vez erogara en una buena adaptación cinematográfica en 1975 con Donald Sutherland y Karen Black sobre la Ciudad de Oropel de antaño, pero muy recargada de una sensibilidad posmoderna que semeja un pastiche artificial y lejano a las pretensiones más honestas que el director había demostrado en filmes anteriores como “Whiplash: Música y Obsesión” o “La LaLand”. El protagonista es un mexicano “pocho” con sueños de grandeza en Los Ángeles llamado Manuel “Manny” Torres (Diego Calva), quien en el año del Señor de 1926 comienza como humilde colaborador en las fastuosas orgifiestas y comilonas organizadas por los ejecutivos y oligarcas hollywoodenses como Don Wallach (Jeff Garlin) y Bob Levine (Michael Peter Balzari, alias Flea de los Red Hot ChilliPeppers), jefazos de los ficticios Kinescope Studios. Ahí Torres se enamora de la aspirante a actriz Nellie LaRoy (Margot Robbie) mientras termina trabajando involuntariamente para la superestrella de la pantalla Jack Conrad (Brad Pitt haciendo lo de siempre). Después de una prolongada primera secuencia donde atestiguamos todos estos elementos, pasamos al meteórico ascenso de LaRoy en la industria y en el gusto popular gracias a su capacidad de llorar, reír o gritar cuando debe en una película, mientras Conrad va análogamente en declive. El único que mantiene una labor estable e incluso ascendente es Manny, quien termina involucrándose con un truculento y adicto mafioso llamado James MacKay (TobeyMaguire), mientras que Conrad y LaRoy inician sus respectivos procesos de autodestrucción para el tercer acto de la cinta, ya sea por su adicción a las mujeres en el primero y diversos vicios en la segunda. Para este punto, numerosos personajes secundarios logran ingresar en la barroca y desparpajada narrativa como Sidney Palmer (Jovan Adepo), trompetista afroamericano que debe soportar las humillaciones de rigor en las sajonas entrañas de la factoría fílmica gringa; Fay Zhu (Li Jun Li), una famosa cantante de cabaret mezcla de Anna Maria Wong y Marlene Dietrich, que también trabaja como pintora de intertítulos para varias cintas; Robert Roy (el resucitado Eric Roberts), el patético padre de LaRoy y Elinor St. John (Jean Smart), columnista de chismes de aquellas que podían derribar o erigir carreras con su prosa. Chazelle no se anda con sutilezas y pone las cartas sobre la mesa desde el inicio en cuanto a su desenfadada descripción de la decadencia vivida aquel entonces, pero entre su afán por presentar incluso en sendos close-ups orinadas, defecadas (incluso una de elefante que salpica la cámara a placer), vómitos, penetraciones varias, cadáveres y ratas siendo devoradas en un espectáculo que recuerda al medioevo, logra extraviar el sentido de su narrativa favoreciendo un montaje turbulento y estilizado en busca de impactos sensoriales, en lugar de la razonada meditación sobre soberbia, decadencia moral y narcisismo a la que obviamente apuntaba desde un inicio. No obstante la tónica del shock termina siendo muy bobalicona porque el filme en sí no pasa del retrato grotesco, vacuo y previsible del rostro menos favorable de Hollywood, con una estructura que desfavorece la personificación real y adecuada de sus entes ficticios (aunque a todas luces basados en estrellas y directores reales) y creyendo que las estridencias bastan para que nos interesemos por este espectáculo de fenómenos cinematográficos. Un desperdicio de recursos sin dirección o propósito que terminará haciéndose polvo con el paso del tiempo al igual que la verdadera Babilonia.

“GATO CON BOTAS: EL ÚLTIMO DESEO” (“PUSS IN BOOTS: THE LAST WISH”)

Hubo una época en la que el estreno de una película de Disney, PIXAR o Dreamworks era casi un evento, pues sus producciones lograban garantizar calidad argumental y niveles de ingenio equiparables al cada vez más costoso boleto de ingreso a los cines, pero conforme algunos de sus proyectos comenzaron a varar en la mediocridad o el conformismo, esto dejó de ser así. Pero es posible que con “Gato Con Botas: El Último Deseo” las cosas comiencen a rectificar su curso, pues se trata de una muy agradable sorpresa que trabaja una narrativa de calidad que no se veía desde los primeros eslabones del estudio creado por Spielberg, Katzenberg y Giffen hace años, que además incluye un trasfondo inusitadamente adulto, muy bienvenido en un producto masivo de esta envergadura por lo general destinado a un público pueril. La cinta recupera al personaje felino creado por Charles Perrault en el siglo XVII, primero presentado en la saga de películas de “Shrek” y después en una desangelada cinta en solitario donde además se le emparejó con la gata ladrona Kitty Patitas Suaves (Salma Hayek), ahora en una historia similar a “El Bueno, El Malo y El Feo” (Leone, Italia, 1966), donde varios personajes, incluyendo al Gato protagonista con la voz de Antonio Banderas, quieren hacerse de un mapa que los conducirá a la Estrella de los Deseos para que puedan cumplir su más caro sueño. En el caso del minino con calzado su anhelo es recuperar las ocho vidas que ha perdido por razones más bien ególatras y banales, además que la Parca en forma de un despiadado lobo lo persigue para llevarlo al inframundo. Asociado una vez más con Kitty y un diminuto chihuahueño llamado simplemente “Perrito”, que es todo candor y honestidad, van a la búsqueda de dicho mapa siendo asediados por otros personajes que también lo desean como Ricitos de Oro y su familia de osos y Jack Horner, el corpulento protagonista de la famosa canción infantil obsesionado con pasteles. Los directores Joel Crawford y Januel Mercado logran crear un universo rico en matices y estilismos plásticos que juega con algunos formatos animados y expanden con éxito las cualidades psicológicas y emocionales de todos los caracteres gracias también al ingenioso y sensible guion de Paul Fisher y Tony Swerdlow, añadiendo capas de lectura a la cinta y los seres que la habitan tornándolos alegorías sobre la orfandad y la melancolía implícita en la soledad, sin perder ni un bis de comicidad y adrenalina cuando se debe. La cinta es emocionante, conmovedora y muy divertida, además de obsequiarnos a una memorable interpretación de la Muerte que logra resonar en el protagonista y también en la audiencia, por lo que esperemos que a este Gato le sobren vidas en pantalla si este es el rumbo a tomar.

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