Carlos Reyes Sahagún
Cronista del municipio de Aguascalientes

Navidad, fin de año… Entre todas las cosas que le dan su sabor característico a estos días, su tono, no hay que dejar de lado la melancolía, ese sentimiento que nos embarga a muchos por momentos, quizá por el hecho de que de manera misteriosa la temporada nos vuelve particularmente sensibles al paso del tiempo, con la cauda de consecuencias que esto trae consigo; con los que vienen llegando, los que van desapareciendo, los que seguimos aquí, y cómo lo hacemos, en qué condiciones… Es tomar conciencia sobre la manera en que el hastío se va apoderando de nosotros y el desencanto nos envejece.

En fin. Por otra parte, hay en este tiempo un maremágnum de mensajes preñados de insulsa frivolidad en Blanco y Negro, y también a todo color, faltaba más, un bombardeo inmisericorde, en donde se empata navidad con regalos. Lo demás, lo esencial, lo que da origen a las festividades, resulta superfluo sino está acompañado de un buen regalo. Es como si dijéramos: “dime cuánto te costó mi regalo y te diré cuánto me amas…”

Pero también hay otros mensajes que evocan esto que George Steiner llama Nostalgia del absoluto, lo que por mi parte interpreto como el sentimiento de que algo falta, ¡siempre falta algo! Es como si en estos días se nos permitiera vislumbrar el borde de la eternidad, y en este acto, sentirnos parte de ella, de algo en verdad grande, pero sólo para, instantes después, regresar a nuestras vidas comunes y corrientes, y de nueva cuenta constatar el hambre de plenitud, sólo entrevista, nunca satisfecha…

El otro día fui al festival escolar de navidad de Carlos III, un güerito precioso que aparte es mi nieto mayor. Ya sabe, niños pequeños caracterizados como soldados del Cascanueces, galletas de jengibre, duendes, árboles de navidad, etc., bailando canciones de temporada en un escenario de montañas nevadas. Niños de entre 3 y 5 años guiados por sus jóvenes maestras que ejecutaron las coreografías a su lado, a manera de ejemplo sobre cómo debían moverse, cosa que, por la edad, para más de alguno resultaba algo muy complicado. ¿Y qué decir de los padres? El montón de teléfonos móviles captando el instante mágico, el hijo que alza los brazos, gira, levanta una pierna hacia un lado, y luego la otra, y ríe y canta “Rocking around the christmas tree…” Y en los rostros la sonrisa de satisfacción, la certeza de que aquello que floreció del amor y el deseo es maravilloso; el instante de plenitud.

Nomás de ver aquello, los movimientos de los niños, sus voces a todo pulmón, los saludos a sus familiares, y luego la respuesta de estos, sus comentarios… Nomás de ver aquello, digo, terminé preguntándome en qué momento perdimos la gracia. No hablo de gracia como decir “mira qué niño tan gracioso, tan simpático”. No así, sino como las primeras acepciones que el diccionario de la RAE le da a la palabra: “1: cualidad o conjunto de cualidades que hacen agradable a la persona o cosa que las tiene; 2: atractivo independiente de la hermosura de las facciones, que se advierte en la fisonomía de algunas personas”. Hablo de la luz o, para acabar pronto, gracia como la que el ángel encontró en la joven muchacha de Nazareth cuando la saludó: “Dios te salve, María, llena eres de gracia”.

Va de nuevo: ¿en qué momento perdemos la gracia?, esta inocencia infantil, la confianza ilimitada en los demás, la mirada limpia, el asombro por todo lo que nos rodea, la energía inagotable, etc. Nacemos y somos como estrellas que brillan intensamente, pero transcurre el tiempo, y en la lucha por la vida nuestros cuerpos van deformándose, mostrando sus limitaciones, nuestro ánimo va decayendo, etc., de tal manera que esta luz va gastándose; agotándose y terminamos convirtiéndonos en… En lo que somos: seres opacos o, en el peor de los casos, oscuros. Esto me recuerda a aquella obra maestra de Pink Floyd –Shine on your crazy diamond–, un fragmento de la letra: “Recuerda cuando fuiste joven, brillabas como el Sol. Ahora hay en tus ojos una mirada, como de agujeros negros en el cielo”. ¿Así nos ocurre con el paso de la vida; con el desencanto que este hecho nos provoca?

Navidad y año nuevo, el puente entre dos momentos de nuestra existencia. La convocatoria de la nostalgia del absoluto, esa necesidad del ánima de empatar lo que se cree, lo que se piensa, lo que se sueña, con lo que se es… Ser todo una sola cosa, ser en todas las dimensiones de la vida, la plenitud de nuestra humanidad, y estar donde se quiere, con quien se quiere, y saber que los espíritus engarzan perfectamente.

Cada quien, desde su cultura, desde su educación, decidirá qué significa lo anterior, con quién compartirá estos momentos y en dónde, pero evidentemente hay lugares donde esta nostalgia, esta melancolía, se acentúan, lugares que se significan por constituir una separación entre las personas, un estar donde no se querría, y otra vez el recuerdo de una canción que habla de esto, de José Luis Perales: “Navidad, es navidad. Toda la tierra se alegra, y se entristece la mar. Marinero, marinero, ¿a dónde vas? Deja tus redes y reza. Mira la estrella pasar… has en tu barca un altar… porque llegó navidad. Noches blancas de hospital, dejad el llanto esta noche: el Niño está por llegar. Caminante sin hogar, ven a mi casa esta noche, que mañana Dios dirá. Caminante, caminante, deja tu alforja llenar, porque llegó navidad. Ven soldado, vuelve ya, para curar tus heridas, para prestarte la paz… Tú que escuchas mi mensaje has en tu casa un altar, deja el odio y ven conmigo, porque llegó navidad.

Y en la misa del gallo los coros desgarran sus cuerdas, y extasiada por el Cristo que nace, una madre reza por el hijo que fuera de casa sentirá tristeza, y los ojos del hijo llorarán con ella.”

No estar donde se quiere… pero no era eso lo que quería compartir ahora con usted, sino, justamente por la temporada, la ocasión en que estuve en un lugar donde nadie querría estar: la cárcel.

Pero ya será… ¡el próximo año! Por lo pronto, felicidades para usted; para su familia. Que el ruido de la temporada no lo distraiga de escuchar las voces que nos humanizan y nos invitan a ser mejores personas. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).