Carlos Reyes Sahagún
 Cronista del municipio de Aguascalientes

¡Ay, el progreso, el progreso!…
Permítame, indulgente lector, contarle rápidamente una historia sobre el progreso. El Renacimiento (siglos XV y XVI) significó una toma de distancia de todo lo que se relacionara con la Edad Media, la religión en primer lugar, y con ella el pensamiento, la economía, las ciencias y técnicas, etc. Este fue el inicio de la Edad Moderna. Entonces la vanguardia del mundo quiso ponerse al día con los desarrollos científico y tecnológico, y del pensamiento humanista; desechar lo que por diversas razones se consideraba anacrónico. En síntesis, ser «moderna».
En política la modernización inventó la democracia, la división de poderes, la República… En economía el motor de estos procesos fue el capitalismo, la valorización del capital a partir de la relación obrero-patrón, contrapuesta a la anterior relación de servidumbre. Entonces, con la ebriedad que produjo el desarrollo económico, la expansión de los mercados, nació la utopía del progreso, que se constituyó en la meta a alcanzar, el paraíso en la tierra. Hacia este objetivo se enfocó todo el mundo, capitales, fuerza de sangre, recursos naturales, máquinas: progresar fue la consigna.
Un capítulo importante de esta historia fue la Revolución Industrial (siglos XVIII y XIX), que colocó en el altar mayor del progreso a la máquina, la del ferrocarril, la del barco de vapor, la textil, etc.
Pero he aquí que el progreso no resultó ser lo que sus promotores ofrecieron; por lo menos no para todos. Contrariamente a lo esperado, trajo bienestar a unos pocos, las élites políticas y económicas, en tanto muchos fueron condenados a la explotación en jornadas de trabajo brutales a cambio de salarios miserables, el hacinamiento, la insalubridad, la pobreza, la falta de educación, de vivienda.
Pero además, acarreó la ruina urbanística de las ciudades, el consumo indiscriminado de los recursos naturales, la contaminación ambiental. Entonces, al no colmar las aspiraciones humanas, la idea de progreso fue desechada, no sin una buena dosis de desilusión. Fue como si los desheredados clamaran: “ya no queremos progresar; queremos un plato de sopa caliente, una cama tibia, un trabajo digno, educación, un servicio de salud, etc.”. Entonces, para resistir al progreso, para contener su imparable ambición, se inventaron los sindicatos primero, y luego el llamado Estado de Bienestar Social.
Pese a lo anterior, la idea siguió en el aire y aquí fue adoptada como divisa de Gobierno, pero por todo lo que he escuchado en los últimos días ahora, como en el siglo XIX, sólo a unos pocos satisfizo. Así lo indican la Villa Charra perdida, el paro magisterial de principios de mes, el sinfín de obras sin concluir, la impopular remodelación de la Plaza de Armas, el atentado al patrimonio arquitectónico que se está cometiendo en el Museo de Aguascalientes, la multitud de pedigüeños en los semáforos, la impotencia para terminar el nuevo Hospital Hidalgo, y el problema del transporte urbano, cuya gestión pinta de cuerpo entero a la administración que fenece este miércoles.
Desde luego, sí hubo quienes se sintieron satisfechos con lo hecho en estos años, los súbditos asiáticos, por ejemplo; los auténticos gobernados de Aguascalientes.
En fin. El ciclo se cumple; el crepúsculo de los dioses llega a su fin, y para ellos, deidades caídas, viene la noche. Es ahora cuando descubrirán, no sin una abundante dosis de amargura, que lo que la gente respetaba en ellos, aquéllos que los hayan respetado, no eran sus mercedes, sino el cargo, el poder que detentaron, el acceso al presupuesto. Es, fue, como esas canciones en las que se cantan el desengaño amoroso y el amor comprado. “Finalmente comprendo que en la vida todo es falso, pero tú eres mucho más”, proclamaron los Hermanos Martínez Gil, en un saco que muchos se están poniendo en estos días, unos más que otros, porque escrito está: entre más alto se vuela, más duele la caída. Igual podríamos dedicar a quienes abandonarán en fecha próxima las oficinas públicas, no a todos desde luego, nomás a unos cuantos; dedicarles aquella obra maestra de Cuco Sánchez: Y tú, que te creías, el rey de todo el mundo…
Ahora mismo, esta aura que trae consigo el poder, esta llave del presupuesto y de las vidas laborales de cientos o miles de personas, está moviéndose a otras personas, y los que están dejando de ser; los que se van, serán tasados en su auténtico valor: poco menos que nada muchos de ellos, porque el poder los trastornó de una manera lastimosa y lamentable. Les hizo creer que todo era un bien patrimonial.
Quizá ahora aquellos que fueron, que están dejando de ser, están recuperando la vista que el poder traicionero y veleidoso les quitó; esa venda que les puso en el inicio del ejercicio para hacerles creer que eran invencibles, eternos, poderosos, simpáticos, graciosos… Y ahora, con la visión recuperada, se darán cuenta que fueron el hazmerreír y el hazmeodiar; la comidilla de medio mundo, sobre las barbaridades que hicieron y las bondades que dejaron de hacer.
Pero algo queda: en el mejor de los casos el desprecio y el olvido, y en el peor la proscripción social, porque también escrito está: el carnicero de hoy es la res de mañana; esa misma que hay que matar, destazar y devorar en el comedero de la opinión pública… Perdido el control, los recursos, comenzarán a descubrirse cosas que hasta ahora estuvieron ocultas, o de las que sólo llegamos a escuchar un rumor.
¿Y ahora, quién podrá defenderlos? ¿Cómo harán para moverse por la ciudad sin la parafernalia del pasado que pagamos todos con nuestros impuestos, sin el proverbial despliegue de prepotencia? ¿Cómo harán para sentirse seguros sin los vigilantes que los rodeaban? ¿Quién les aplaudirá?
Termino con una propuesta: que en el presupuesto que se aprobará en días próximos se abra una plaza en cada dependencia importante. Una plaza, llamémosle así, de recordador. Alguien que cada mañana le muestre al titular un calendario, con la fecha segura de su caducidad, trianual o sexenal, y luego le diga al oído, muy quedito para que nadie más escuche, le diga: recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).