
Por J. Jesús López García
Espacios públicos vitales en el desarrollo de las actividades de los pueblos y ciudades lo son las plazas, particularmente las primigenias, donde se han ubicado las diferentes fincas de mayor relevancia política, religiosa y administrativa, tal es el caso de la actual plaza central de la ciudad de Aguascalientes, en la cual durante tiempos pretéritos se le conocía como Plaza Mayor; para la época virreinal, se reunían los dragones del Rey, presentando armas para dar muestra de su fuerte presencia, dando como resultado que a ese gran solar que organiza el centro citadino, se le conociese como Plaza de Armas. También, y dada su condición con respecto a otras y dependiendo de la población, su denominación ha variado, nombrándose Plaza Principal y a partir de la década de los años ochenta hasta la fecha, su nombre oficial es Plaza de la Patria. En las reducidas evidencias existentes, o al menos de las que tenemos conocimiento, tal como la litografía llevada a cabo por el ingeniero, arquitecto y dibujante costumbrista alemán Carl Nebel (1802-1855) probablemente durante su estancia en México en el lapso 1829-1834, aunque algunas fuentes la fechan posteriormente, cuando Nebel no se encontraba ya en el país, la imagen nos da una representación nítida de lo que era en ese momento el núcleo primigenio de la villa, posteriormente ciudad. En la ilustración referida, en la parte izquierda –sur–, en primera instancia la finca del Ayuntamiento, hoy Palacio Municipal, le sigue hacia el poniente la casona de los Marqueses de Guadalupe, hoy Palacio de Gobierno; en el oeste del espacio, el Portal de Jesús, ya desaparecido, que durante muchas décadas el terreno estuvo ocupado por edificios de dos –los más antiguos– y hasta de tres niveles, como el caso del Servicio Medrano, posteriormente terminal de los autobuses Ómnibus de México, también demolidos para albergar al Patio de las Jacarandas. Este paramento lo concluye el principal edificio católico de la ciudad, la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, con su “torre viuda”. Por el lado norte, fincas de presencia importante dadas sus dimensiones. El solar que contiene la plaza es completamente árido, exento de vegetación alguna, solamente se impone la columna central edificada en el año de 1808. La plaza ha sufrido múltiples transformaciones, una de las cuales es aquella efectuada en los cuarenta del siglo XX, en donde el arquitecto zacatecano Roberto Álvarez Espinosa integró la exedra –elemento arquitectónico semicircular descubierto que sirve de banco largo con asiento y respaldo fijos en la parte cóncava de la curva–, las balaustradas, la fuente posterior a la exedra, así como los cuatro monumentos simbólicos con lámparas para el alumbrado. Desde la aparición del solar que fungía como centro de reunión citadina, a la “plaza” se le fueron integrando diversos componentes urbanos: apareció su delimitación cuadrangular, bancas de piedra y metálicas, un quiosco, frondosos árboles que constituyeron un jardín complementando los diversos usos de la parcela, con una infraestructura pertinente para una nueva ocupación: el sano ocio, entre otros, los cuales dependiendo de las múltiples administraciones, han “remodelado” y cambiado la fisonomía de este espacio centenario. Los jardines públicos como tales, aparecieron a partir de que la demografía aumentó; el esparcimiento, la convivencia familiar, lo religioso y lo comercial, de tal manera que hoy en día, la Plaza de la Patria difiere en su totalidad en cuanto a las actividades en cómo la expresó Nebel, o como la describe Eduardo J. Correa (1874-1964), “La doble fila de andaderos sombreados por follajes que forman túneles… Lo que es, sin que se diga algo. Cosas más o menos mudas… Seres sin alma…” Hoy, la Plaza ha visto modificarse a través de los siglos sus ámbitos, con base en los aires de cada época que le ha tocado testificar, entronizándose siempre como un referente de la memoria de los aguascalentenses a través del Zeitgeist –Espíritu de nuestro tiempo–.