En ciencia política se puede sintetizar que la teoría de las elites, es la que afirma que en toda sociedad una minoría es siempre la única que detenta el poder en sus diversas formas, frente a una mayoría que carece del poder.

La teoría de las elites la desarrollaron con mayor formalidad Gaetano Mosca y Wilfredo Pareto, y puede redefinirse como la teoría que afirma que en toda sociedad el poder político, la institucionalización de la fuerza, la administración de la riqueza y la toma de decisiones, le pertenece siempre a un círculo restringido; y existen dos grupos de personas: los gobernantes y gobernados. La primera cumple todas las funciones políticas, monopoliza el poder y goza de ventajas que lo acompañan, la segunda está dirigida y regida de un modo más o menos legal, arbitrario y violento.

También es importante recordar que Antonio Gramsci advertía de la llamada revolución pasiva que era la forma en que la elite dominante “metía en su bolsillo” a los adversarios y opositores políticos, con la estrategia de incorporar una pequeña parte de sus reclamos y dejando que algunos pocos de esos opositores, tuvieran acceso a pequeños privilegios que da el poder, con el fin de despojarlos de todo peligro revolucionario o calidad para exigir un cambio.

Un primer antecedente de lo anterior fue en la época del partido de estado, en la etapa que el PRI gobernó y administró todo, y que solo cambió levemente con los indicios de alternancia política (mas no de democracia) a finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado. Cuando a base de protestas y presiones se comenzó a conceder el acceso a espacios de poder al Partido Acción Nacional. Una concertacesión con el gobierno salinista donde se acordó el reconocimiento de Carlos Salinas con origen en una polémica y fraudulenta elección en 1988, a cambio de reconocer los triunfos panistas en algunos municipios y las primeras gubernaturas; excluyendo al PRD.

Toda la etapa de los 90 y principios del nuevo siglo, la izquierda con el PRD a la cabeza era punta de lanza en los reclamos sociales y una oposición crítica del estatus quo, donde fue avanzando con pequeños pero contundentes pasos en su consolidación. El triunfo en el DF de Cárdenas en 1997 y su consolidación en el 2000 con López Obrador, generaron las condiciones necesarias para poder disputar la presidencia del país en 2006 y 2012 que solo a través de artimañas, fraude y alianzas entre esa elite se logró detener.

Pero con la llegada de Enrique Peña Nieto se generó la estrategia del Partido del Pacto, un órgano supra estatal donde el presidente metía en la mesa de concertacesión a una elite “ampliada” de la clase política, y ahí están los resultados; una reforma Hacendaria con un alto costo para la mayoría de la población y la cereza del pastel, la apertura del sector energético.

Hoy vemos cómo una privilegiada elite política nacional es la que decide las acciones del país, y solo trasmite sus decisiones a los otros dos poderes (Legislativo y Judicial) donde los hombres de confianza del presidente junto con algunos del PAN y otro tantos del PRD acuerdan supuestas decisiones de estado. Lo grave de esto no es que los partidos acuerden los asuntos, sino que, son unos y solo algunos, los que no solo deciden la agenda, sino también quienes serán electos (son los únicos que deciden candidaturas) y se encubren unos a otros sus faltas.

El caso de los estudiantes muertos y desaparecidos en Iguala es un caso a destacar, vimos que ni uno de los tres principales partidos se salva; ya que ocurrió en un municipio y estado gobernados por el PRD; el Ejército, al mando del Ejecutivo priísta, actuó tarde y surgió la información de que el PAN buscaba a la esposa de Abarca para hacerla candidata, si el PRD no la postulaba; ante eso los tres partidos no hacen más que cerrar filas y pedir tenuemente justicia y contundentemente descalifican las protestas.

Regresando a Gramsci, una de las condiciones para la disolución del sistema hegemónico de la elite dominante es que se produzca una crisis orgánica, que no es más que una ruptura del nexo orgánico entre infraestructura económica y superestructura político-ideológica, esto es, una “crisis de autoridad” de la clase dirigente, una pérdida de su capacidad de control-dirección moral e intelectual o, lo que es lo mismo, del consenso “Si la clase dominante ha perdido el consenso, ya no es dirigente sino únicamente dominante, detentadora de la fuerza coercitiva, esto significa que las grandes masas se han separado de la ideología tradicional, ya no creen en lo que antes creyeron”.

La crisis de inseguridad del sexenio calderonista, junto con la serie de impopulares reformas concertadas por los tres principales partidos, generó una condición de hartazgo en gran parte del pueblo mexicano; y con las terribles matanzas de Iguala y Ayotzinapa se originó una crisis de autoridad en nuestro país, no solo del gobierno sino de la clase política dominante, que solo es posible sostenerse a través del cierre de filas de la elite y la resistencia, para prolongar y dilatar dicha crisis, desgastando las demandas y generando un hartazgo y apatía.

Hoy en día, más que aminorarse, la indignación y las protestas cada día crecen; ojalá que esto tenga un sano y responsable desfogue dando una enorme lección en las próximas elecciones y castigando a los integrantes del Partido del Pacto.