Por J. Jesús López García

Es de uso corriente que, dentro de nuestra concepción, consideramos como arquitectura extraordinaria aquella que comúnmente aparece en las guías para los viajeros, ricamente ilustradas y descritas, así como también las edificaciones fotografiadas magistralmente y publicadas en libros, revistas y, por supuesto, en Internet. Sin embargo, sea aquella que aparece exhibiendo las corrientes, estilos o tendencias arquitectónicas; sea la que se alza como un elemento testimonial de naturalezas históricas o artísticas, e incluso la común y corriente que nos acompaña en nuestro diario vivir, no es un hecho que se ajusta a las normas de esa considerable arquitectura, si bien, no es ajena a su influjo.

Múltiples son las obras que, de un modo u otro, muestran particularidades de estilos que, posiblemente si se les compara con la etapa en que se diseñaron y construyeron (no forzosamente similares a esas corrientes, estilos o tendencias referidas), expresan abundantes condiciones que fueron comunes en su época. Basta mencionar el caso del templo de San Antonio de Padua en la capital aguascalentense, trabajo emblemático, sin lugar a dudas, del maestro Refugio Reyes Rivas (1862-1943), iniciada en 1895 y concluida en 1908, varios lustros posteriores al eclecticismo, en donde utilizó elementos de múltiples estilos y épocas que utilizó en la finca; sin embargo, este ya había concluido su tiempo.

A pesar de lo mencionado, esto no quiere decir que demeritemos su obra, sino que fue producto del arribo de la revolución técnica a través del ferrocarril y fábricas, dando como consecuencia el gusto por lo exótico, y en consonancia con los materiales y técnicas constructivas del momento que ofrecían precisión y seguridad en la edificación. Por otra parte, debemos considerar que la historia no es simultánea, cada colectividad experimenta diversas fases en función de cómo van surgiendo y, en este sentido, apreciamos desfases arquitectónicos que representan acontecimientos cronológicos locales, que se mezclan de modo tardío con el elemento fundamental de determinada fase histórica.

En el estado aguascalentense, específicamente en San Francisco de los Romo, existe una finca que alberga la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, cuyo estilo corresponde al ecléctico tardío, espectacular en su fachada simétrica, carente de iconografía con una sola entrecalle central, encuadrada por dos potentes torres fielmente coronadas con una clase de almenas triangulares que semejan el remate de una tiara.

El campanario posee arcos de medio punto y en el cuerpo debajo tiene arcos escarzanos, conformando una amalgama de componentes. Esta es una particularidad del eclecticismo arquitectónico, que en este caso fue contemporáneo con los edificios que se levantaron con el progreso que llegó a Aguascalientes en general y a San Francisco de los Romo en particular.

Sin embargo, a pesar de lo tardío, y como ocurre con múltiples templos situados en los centros de las poblaciones, estos van obteniendo importancia y elevando la jerarquía del municipio. Esto trae como consecuencia que este tipo de inmuebles, con una serie de semejanzas e influencias de otras arquitecturas, continúa nutriéndose de los paradigmas antiguos siempre presentes, sin importar el lugar.

Mantenerse al margen de lo que ocurre en otras latitudes, tanto en materiales, sistemas constructivos, así como en propuestas plásticas novedosas, es poco probable, tal y como lo reflejan múltiples fincas y conjuntos arquitectónicos alrededor de todo el mundo. En este sentido, el estado de Aguascalientes y sus respectivos municipios, han participado del fenómeno mencionado. Basta con mencionar el citado templo de San Antonio de Padua, en donde existe una similitud en el capulín en forma de bulbo de la torre principal, emulado probablemente en la Catedral de San Basilio el Bendito, en Moscú.