Jesús Eduardo Martín Jáuregui
En recuerdo de mi maestro Don Rafael Preciado Hernández. Panista ortodoxo
Don Rafael Preciado Hernández fue mi maestro de Filosofía del Derecho, un hombre bueno, caballeroso, ecuánime, sólido, con señorío y sabiduría, político honrado (aunque lo duden) con convicciones firmes y sin más interés que el bien del país a través del derecho y la política, partidario de los fines del derecho clásico: bien común, seguridad y justicia y de los principios de su Partido. Como dato anecdótico mi examen de Filosofía del Derecho duró más que mi examen profesional, nada menos que cuatro horas.
En esos tiempos para muchos ser panista o partidario de sus ideales era vergonzante, no vergonzoso, vergonzante, lo que es tanto como decir que aunque simpatizaran con sus principios no lo hacían de manera pública sino reservadamente, salvo algunos muy dignos de reconocimiento. Mi maestro Preciado Hernández fue de los primeros senadores de partido, una concesión que tuvo que hacer el gobierno priista en aras de la Alianza para el Progreso y cuyo diseño electoral estuvo a cargo del Lic. Mario Moya Palencia, sensato y mesurado que años después sería Secretario de Gobernación y uno de los “tapados” para la presidencia. Los diputados y senadores de partido sirvieron como decía aquel extraordinario caricaturista Abel Quezada, para que la democracia en México, pareciera pero no lo fuera. Ser panista era un acto de esperanza y en buena medida un acto de fe.
Con la alternancia en la Presidencia de la República empezó a desvanecerse la esperanza, los gobiernos son tan parecidos, las prácticas clientelares y populistas tan socorridas y los resultados tan semejantes: el enriquecimiento desmedido de los actores políticos, los eventos fastuosos y los dispendios en la propaganda y la imagen personal que, cada vez mas, las ideologías se desdibujan y se terminan por parecer tanto que, los de izquierda no parecen de izquierda, los de derecha no parecen de derecha y todo se reduce a la afirmación de ser mejor que el del frente.
El caso de López Obrador es un caso clínico de delirio que contagia a un pueblo que por ignorancia, miseria y desesperanza, seguía esperando un Mesías y cree haberlo encontrado.
El sainete con un final todavía imprevisible en la selección o designación de candidato a la presidencia municipal de Aguascalientes por el Partido Acción Nacional, es una buena muestra de como puede degradarse el compromiso democrático de un partido político en aras de la ambición desmedida. El costo político parece que puede trascender no sólo al ámbito municipal o estatal de Aguascalientes, sino que podría significar un desgajamiento en el panorama de las legislaturas federales lo que redundaría en favorecimiento de los intereses de la 4T, que es tanto como decir los caprichos de López Obrador.
En un libro que es ya un clásico de teoría política: La Posdemocracia de Colin Couch de la Universidad de Warwick, sostiene el autor que cada vez es menos relevante el programa político de un candidato y que, lo que importa es que el candidato se ofrezca como un producto comercial, bien presentado, atractivo, acompañado de una campaña bien diseñada, pegajosa, digerible, simple. Las ideologías, las propuestas, el programa, la trayectoria pasan a un segundo plano, lo que importa es tener un producto vendible y que la gente esté dispuesta a comprarlo. Ni siquiera es relevante el nombre: “Pepe”, ”Pipo”, “Paco”, hasta un apodo o, como en el triste caso del estado de Guerrero, se vota por la hija del truhán, no obstante que el delincuente encarne todo lo indeseable incluso continuar como el poder tras el trono.
Acción Nacional, repentinamente adquirió fuerza en Aguascalientes, gracias a un gobierno que hizo concebir muchas esperanzas pero que luego la población percibió como alejado y en buena medida despótico. No se explica de otra manera el triunfo de una persona que, en ese tiempo, no tenía en su haber sino un apodo de un ídolo deportivo de Aguascalientes. Seguramente el efecto se extendió hacia la gubernatura y desde entonces han predominado los gobiernos panistas, enjuiciarlos no es objeto de esta columneja, por ahora.
Con el PRI luchando por sobrevivir, desmantelado y desmadejado, el PRD prácticamente desaparecido, MORENA con un aspirante encaprichado a seguir perdiendo y con una alternativa femenina que empoderaría a un grupo por lo cual otros lo ven con resquemor, parece que en la capital el camino queda planchadito para Acción Nacional, pero ¿para qué hacer las cosas fáciles pudiendo hacerlas difíciles? Es cierto que no existe “el” método para la selección de candidatos, seguramente los diferentes métodos tienen ventajas y tienen peros. La cuestión parece ser que no se plantea en términos de quién podría ser la mejor opción para desempeñar más adecuadamente la función, ni siquiera quién garantiza tener mejores resultados en la elección frente a los otros posibles candidatos, sino por el contrario quién representa mejor los intereses de grupos o personas en enfrentamiento por el poder. Por eso valdría la pena considerar que un conflicto en la selección del candidato brindaría opciones a otros partidos y que, de una forma o de otra debilitaría al PAN, incluso con repercusiones en el ámbito nacional.
Un viejo y generalizado principio de derecho, vigente incluso en el plano internacional sostiene “Pacta sunt servanda” lo acordado debe cumplirse.
Sin duda para la candidatura los azul blancos tienen buenos prospectos, sin duda muchos han demostrado en la política partidista, en la local y en la nacional sus aptitudes, pero también es cierto que los tiempos no son los mismos para todos. Hace seis años Antonio Martín del Campo decidió que no era su momento, ahora las circunstancias lo han vuelto a colocar en la lista de aspirantes. Tere Jiménez sabe que difícilmente se repetirán las condiciones. Los otros pueden esperar.
Lo pactado y sus resultados favorecen a Martín del Campo, que, de una forma o de otra, estará en las boletas. Las encuestas practicadas por acuerdo interno le favorecen, lo mejor para su partido sería respetarlas.
“Pacta sunt servanda”.
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