
Por J. Jesús López García
La traza urbana original de Aguascalientes, orgánica por su actividad hortelana tradicional, obediente a la topografía ocasionada por los escurrimientos naturales con un declive marcado hacia el poniente buscando el cauce del río San Pedro, muestra en no pocos sitios de su geografía una serie de áreas urbanas con un buen potencial para convertirse en lugares animados por la experiencia pública. Espacios generados por el contacto de la irregularidad tradicional en ciertas partes de nuestra ciudad y la geometría ortogonal moderna suscitada por la irrupción de los vehículos de motor.
Desafortunadamente la oportunidad no siempre va acompañada por su aprovechamiento. Esos rincones ya poseen una vegetación digna, capaz de mitigar el efecto de las islas de calor que tanto contribuyen a hacer del tránsito de los habitantes por la ciudad una experiencia que paulatinamente va dejando de ser agradable, no tanto por el peso aplastante del sol, sino por todos los metros cuadrados que se calientan al amparo del asfalto y demás pavimentos que quedan asoleándose sin clemencia.
Los lugares ya cuentan con algo de mobiliario urbano como bancas, tal vez basureros, paraderos de autobús, arriates, y también, con personas que habitan en las inmediaciones, transeúntes y comercio. Sin embargo, a pesar de todo, esos sitios de características notables para convertirse en lugares entrañables para quienes habitamos la ciudad, para quien pasa simplemente por ahí, y naturalmente para quien vive cerca o trabaja en él, se encuentran desapercibidos y no exponen el interés que tienen en potencia para mostrar.
La pequeña plazoleta ubicada sobre la Avenida López Mateos haciendo esquina con las calles Dr. Francisco Díaz de León al poniente y Francisco Javier Mina al oriente, es un buen ejemplo de ello. Con frondas importantes y cerca del centro de la ciudad, de alguna manera marca el acceso por vía rodada al barrio del Encino, además de una ocupación continua; sin embargo, la plazoleta luce hasta cierto punto vacía y no es un referente urbano como sí lo son otros jardines, incluso más pequeños como el Rincón Gallardo frente al templo de San José. Cierto es que en la inmediatez del sitio no existe escuela o templo que aporte una importante cantidad de usuarios y visitantes, y que la Avenida López Mateos por las características de su tráfico y el ancho de su sección se perciba más como una barrera al transeúnte que va de sur a norte y viceversa, que una calle de tránsito pausado. Pero, aun así, ¿qué puede hacerse con lugares como el mencionado donde posee al menos en su descripción las características necesarias para hacer de él un espacio público de mayor animación y mejor memoria?
Tal vez en casos como éste, no es lo que no hay, sino lo que sobra, pues las fuentes aparatosas sin agua ocupan el lugar que los usuarios pudiesen disfrutar de más diversas formas. El comercio local pudiese completarse con algunos giros que en sitios como la calle del Codo han tenido éxito o bien, algunas amenidades para los más pequeños –el cuidado y convivencia en torno al mundo infantil cohesiona a una comunidad– y liberar los espacios de elementos –que si bien útiles y bien intencionados como los paneles solares–, tal como las fuentes que sirven más como soporte de propaganda, obstruyen parcialmente el paisaje urbano, contribuyen a una lectura desordenada y eliminan espacio a la vegetación que tanta falta hace a la ciudad.
Lo anterior no es una panacea, pues las acciones urbanas programáticas son resultado precisamente de un menú donde se les selecciona sin lo que de verdad se requiere: una observación directa del sitio, de sus actores actuales y futuros, del transcurrir del tiempo en ese y otros rincones de la ciudad, su interacción con el contexto real y en potencia, y darse el momento de escuchar a quienes hacen uso del jardín y de quien pasa por ahí, para proceder a llevar a cabo un diseño urbano atento al lugar específico y no a una serie de acciones programadas sin conexión directa a él.
¿Qué se ganaría con ello si en esta clase de ejemplos tal vez la población beneficiada sería relativamente poca comparada con el conjunto de habitantes totales de la ciudad y sus visitantes?
Se obtendría la consolidación de una red de espacios públicos, cada uno con su carácter y sabor propios, pero con una relación directa para el paseo, tránsito, descanso y convivencia con otros ambientes urbanos a distancias relativamente cortas, sólo con el hecho de caminar. Además, es posible que con ese fortalecimiento poco a poco se propague entre la gente el gusto por dejar de lado el auto, salir de nuestros ámbitos privados y laborales y mejorar las redes sociales –sin necesidad de tecnología digital– en el espacio metropolitano. Sí, en el mejor sitio para esas redes.