
Por J. Jesús López García
El neoclásico fue el estilo de la racionalidad Ilustrada, su pureza compositiva buscaba compaginar los requerimientos modernos de grandes y poderosas estructuras para los extensos espacios urbanos conquistados por el avance intelectual y técnico del siglo XVIII, con las formas del clasicismo de la Antigüedad grecolatina; su periodo de vigencia coincide con el tiempo en que vivieron Voltaire, Newton, Kant entre muchos otros más personajes de la vanguardia del pensamiento lógico en los albores del mundo contemporáneo.
Sin embargo, tal y como lo estableciera Newton con su Tercera Ley, “A cada acción siempre se opone una reacción» y con relación al apego neoclásico en la arquitectura, ello también cristalizó en una serie de movimientos que de una manera u otra llevaban una dirección opuesta al criterio de ese estilo.
Como testimonio de un recelo, cuando no hartazgo, por un orden de precisión racional manifiesto en las artes y el pensamiento científico y literario, surgieron en el siglo XIX corrientes que antes que abrevar en las fuentes de la Ilustración, se hundieron en los torrentes algunas veces revueltos de tradiciones pasadas a la par de otras consideradas exóticas en ese momento debido a la revolución de los medios de comunicación que permitieron viajes más seguros o la reproducción de modelos foráneos, de tal manera que en sitios muy conservadores y con un gran orgullo por su arquitectura, aparecieron edificios de clara raigambre orientalista como el Royal Pavillion (1876) de Jorge IV en Brighton, Inglaterra, con unas llamativas cúpulas de bulbo similares a la arquitectura del norte de la India.
La Revolución Industrial trajo múltiples consecuencias en lo arquitectónico, en donde los entendidos con las nuevas técnicas constructivas con base en los nuevos materiales -el vidrio, el acero y el concreto armado- fueron a la alza, mientras que los profesionales que no se actualizaron repetirían los modelos que habían trabajado por décadas, es así como las tendencias a utilizar elementos formales de arquitecturas del pasado se le conoce como «revival» o «historicismo», las cuales pretendieron, contraviniendo la racionalidad del neoclasicismo, regresar la estética edilicia del siglo XIX a las etapas previas al inicio del Renacimiento. En Occidente, de los estilos «historicistas» con mayor impacto y difusión mundial lo fue el neogótico.
Originalmente el gótico fue un estilo de fuerte carácter estructural, surgido en la parte septentrional de Francia, diseminado en el norte europeo y la península ibérica al final de la Baja Edad Media, hacia los siglos XII, XIII, XIV y XV; en nuestro país pueden apreciarse rasgos góticos en la arquitectura religiosa del siglo XVI en diferentes entidades del territorio como en el caso de Hidalgo, Puebla, Estado de México, entre otros.
Sin embargo, los edificios de formas góticas del siglo XIX obedecieron a otro periodo arquitectónico, histórico y estético, por ello se antepone el prefijo «neo». El neogótico es más un concepto que se expuso de manera plástica más que estructural; los arcos apuntados u ojivales fueron empleados con el propósito de continuar con una estética más que por lograr una eficiencia de los componentes que sustentan al edificio, después de todo, al momento de aparecer el neogótico ya se contaba con aquellos materiales y procesos inéditos en el mundo de la construcción, como el fierro y el acero o el concreto armado, compuesto por una mezcla de cemento, grava, arena, agua y acero, pero nuevamente, el neogótico no pretendía, como en el gótico auténtico y medieval, revolucionar la construcción con la experiencia cada vez más atrevida de esbeltos soportes y alturas vertiginosas, más bien pretendió lograr una apariencia alusiva a un pasado premoderno que con los avances técnicos de la Revolución Industrial y los planteamientos sociales de la contemporaneidad, era claro que estaba por alejarse para ya nunca jamás volver, aunque habría que mencionar que esta afirmación parece temeraria pues hoy en día, por increíble que parezca, se continúan levantando fincas con formas del pasado.
Estilo nostálgico, fiel a la vena romántica del momento, el neogótico fue cultivado en todo el orbe occidental en el siglo XIX, convirtiéndose en un movimiento cosmopolita, al margen de creencias religiosas, usos utilitarios de los inmuebles o convicciones políticas. Se le reconoce por el uso de arcos ojivales, de gabletes o piñones en los remates de las portadas principales o nervaduras presentadas en terceletes tal es el caso del interior del templo El Ave María en que se aprecia además, en sustitución del retablo o el baldaquino, un ciborio, o pequeño torreoncillo rematado en punta con protuberancias de flora -como el remate de la torre del templo de San José- , en que se alberga, en este caso, al Santísimo y que antecede a un pequeño ábside.
En Aguascalientes existen múltiples ejemplos del estilo neogótico, sin embargo adentro del diminuto templo «El Ave María», es tal vez el más fiel a los requerimientos estéticos de esa tendencia que hermanó a la ciudad con otras a lo largo del mundo próximo al siglo XX, a pesar de que el lapso de su edificación fuese desde 1902 hasta 1906.