
Por J. Jesús López García
La arquitectura manifestó una severa austeridad en los primeros años de su existencia. Eran tiempos en que la utilidad de un objeto obligaba su adecuación al uso, y ese empleo debía facilitar la tarea de los hombres en un momento de la historia en que el artificio y toda sofisticación suntuaria, estaban fuera de la órbita de los intereses de aquellas lejanas comunidades humanas.
Artificio y sofisticación se hicieron presentes socialmente en la medida que el progreso técnico e intelectual fue abriéndose paso en la colectividad primigenia y en la arquitectura, comenzándose a manifestar en composiciones cada vez más elaboradas donde se involucraban desafíos técnicos más audaces –de ahí el episodio de la Torre de Babel–, hasta imbricarse en la arquitectura mucho más compleja.
Tras la Revolución Industrial varias fueron las obras sin mayor finalidad que representarse a sí mismas: los procesos de diseño y de construcción como parte crucial de exponer al público –como en el caso de la torre Eiffel–, discursos o manifiestos superlativos a manera de los rascacielos coronados con niveles completos para culminar en lo alto el ideal de dominio y grandeza del poder económico, basta citar los casos de los edificios Chrysler (1930) de 77 pisos, con una altura total de 319 metros y el emblemático Empire State (1931) con 102 niveles y 443 metros de alto, ambos en Manhattan, Nueva York; así como expresiones de una anécdota o un rasgo particular de los personajes involucrados, tal como en el Castillo de Púbol (1065) en La Pera, Gerona, España, de formas fantásticas, alusivas al imaginario del primer y único marqués de ese nombre, Salvador Dalí (1904-1989) quien lo restauró para su esposa Gala a partir de 1969.
Pareciese que la relativa abundancia que en todos los aspectos de la vida humana trajo consigo la industrialización, propició también una riqueza en las formas arquitectónicas, más a contrapelo de ese fenómeno, la arquitectura moderna se centró precisamente en lo opuesto. Desde L’Esprit Nouveau, Le Corbusier, heredero directo de las ideas de la nueva sociedad industrializada, abogó por una arquitectura «purista», alejada de lo accesorio, de composición límpida y austera. El racionalismo funcionalista cambió radicalmente el paradigma de cómo debía construirse y «verse» la nueva arquitectura.
Si bien el llamado International Style redujo los contenidos revolucionarios de la propuesta moderna de vanguardia a un catálogo de formas y soluciones más o menos estandarizadas, y posteriormente las matizó con enfoques regionales que le enriquecieron aún más –como ejemplos la obra de Luis Barragán en México o Alvar Aalto en Finlandia–, lo cierto es que aquella contribución refinada originaria ha continuado presente hasta la fecha.
Es así como se entronizó como una arquitectura sobria, austera y sencilla que acompañaría a la ciudad en muchas de sus zonas, siempre intentando asentar un tono para todo el lugar sin asfixiarlo con artificios, conteniéndose siempre para mantener un orden general.
En Aguascalientes, las obras del arquitecto Mario Rodolfo García Navarro pertenecen a esa categoría de edificios, de entre los cuales, el bloque de consultorios y oficinas situado en la Avenida Francisco I. Madero #618, en el centro de Aguascalientes, posee una composición con base en la figura del cuadrado, de proporciones equilibradas y relaciones geométricas claras, mostrando un guiño al posmodernismo historicista de su momento con el retranqueo de una parte del primer cuerpo del edificio, la inclusión de columnas cilíndricas rematadas con marquesinas de forma mixtilínea y el color en la gama magenta –contrapuesto al blanco de la modernidad lecorbuseriana–, sin embargo en esencia es una finca recia, inscrita en la modernidad industrializada.
La arquitectura del entendido Mario García Navarro, contiene características de sobriedad, composición clara y apertura mesurada a los elementos propios del momento constructivo del edificio. No es casual que quien realiza obras así, también sea en su trayectoria un profesional congruente con su época, abierto a los avatares del momento y siempre buscando asentar un tono en que las diferencias puedan encontrarse de manera ordenada.
El notable perito inició la carrera en los años sesenta del siglo XX, tal como lo registraron los medios impresos locales acaliteños: “En días pasados, en el DEPTO. DE ARQUITECTURA DEL INSTITUTO TECNOLÓGICO Y DE ESTUDIOS SUPERIORES DE MONTERREY, PRESENTÓ SU Examen Profesional el SR. MARIO R. GARCÍA NAVARRO, habiendo titulado su tesis «ACONDICIONAMIENTO DEL PARQUE ESPAÑA PARA EL TIEMPO LIBRE Y MUSEO DE HISTORIA DE MÉXICO EN LA CIUDAD DE MONTERREY», habiendo sido sus sinodales la DRA. en ARQ. MA. LUISA POGGIONI, el ARQ. GERARDO MARTÍNEZ y el ARQ. ALFONSO MACGREGOR, siendo aprobado por unanimidad.” Esto el miércoles 18 de noviembre de 1964.
La carrera del arquitecto es diversa y además del ejercicio profesional, ha estado inmerso en el ámbito gubernamental, Presidente del Colegio de Arquitectos, Director del Instituto Cultural de Aguascalientes y fungió como el primer Decano del Centro Tecnológico de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, donde se dio inicio a la formación local de los profesionales de la arquitectura, la ingeniería civil, el urbanismo y demás carreras del mundo del diseño que ahora prevalecen mundialmente.