Está por terminar un sexenio, quizá uno de los más polémicos en varias décadas. Se percibe un ambiente de mal humor en la sociedad, reflejado en lo que leemos, escuchamos y vemos en redes sociales y medios de comunicación.

Este sentimiento quizá se deba al cansancio tras cinco años de polémica y confrontación, la repetición de mentiras y clichés, y la división de la sociedad, alimentado por las conferencias matutinas del presidente López Obrador.

Incluso el buen humor de las mañaneras, ya sea involuntario o deliberado con fines de entretenimiento, se ha ido desvaneciendo. Allí mismo, el mal humor está desplazando la alegría y el optimismo con los que este gobierno comenzó, reflejando las grandes esperanzas de la población que votó por él.

Este mal humor también deriva de la falta de resultados tangibles en muchos frentes, no sólo de este gobierno —al que 30 millones de ciudadanos confiaron para cambiar las cosas— sino por décadas previas con avances insuficientes y desiguales. Por ejemplo, al igual que la «década perdida» de los ochenta, no se espera crecimiento económico en este sexenio.

A esto se suma la preocupación por la reconstrucción de áreas y servicios clave del gobierno, como la seguridad pública, educación y servicios de salud proporcionados por el Estado. O bien, revertir el debilitamiento del aparato gubernamental afectado por programas de austeridad. Esto llevará mucho tiempo reestructurar o reemplazar por alternativas privadas que suplan sus deficiencias.

El mal humor se intensificará conforme las campañas políticas aviven el fuego de la indignación popular al exponer las falencias de esta administración. Incluso los candidatos del partido del presidente, para ganar credibilidad y proponer un cambio, deberán marcar distancias.

Hay descontento por carencias y fallos en la gestión gubernamental, como el manejo del sector salud. La pandemia causó más de 800 mil muertes y aún representa una amenaza por falta de vacunas. La eliminación del Seguro Popular y el desmantelamiento del sistema de adquisiciones de medicamentos han creado una crisis monumental.

El fallo en seguridad pública y los avances del crimen organizado generan mal humor y temor. La geografía nacional está marcada por la inseguridad y niveles de violencia sin precedentes.

Se añade el malestar por intentar ideologizar la educación a través de libros de texto y eliminar de la enseñanza básica habilidades esenciales que los niños requerirán en el futuro para competir en un mercado laboral global, frente a la avanzada de la inteligencia artificial.

Es esencial cambiar el ánimo nacional. El cambio de sexenio, sin duda, traerá algo de alivio al otorgarle el beneficio de la duda al nuevo presidente. Pero es crucial elegir con discernimiento al próximo líder. Debe ser alguien que nos devuelva el optimismo y que demuestre capacidad para gobernar y atender los problemas del país.

Es necesario superar el ambiente sombrío generado por ataques y polarización y buscar una reconciliación con optimismo. Por ahora, la aspirante a la candidatura del Frente Amplio por México, Xóchitl Gálvez, está devolviendo el optimismo a muchos que no veían buenos candidatos en la oposición, añadiendo una dosis de buen humor e ironía a la contienda presidencial.