Me he asomado a algunos autores que levantan la mano contra este fenómeno complejo y quien a mi gusto puso el mejor camino para entenderlo fue Albert Camus en el mito de Sísifo, en cuyo texto manifiesta que sólo hay un problema serio y ése, es el suicidio.
¿Por qué es tan serio el suicidio?
Es porque dependiendo de lo que se resuelva mediante éste, se crea o no la posibilidad de continuar viviendo, un día me detengo y desde adentro de la vida soy capaz de distanciarme lo suficiente de ella y decidir si sigo o no sigo. Reconocer el suicidio nos aporta un grado de madurez vital. Si nunca nos lo planteamos, si nos parece una aberración, una tontería, algo de locos, de drogadictos, sólo porque creemos estar abrazados a la vida, entonces estamos viviendo con instinto de supervivencia, pero quien regresa de reflexionar si vale la pena o no vivir, lo que viene, es una vida asumida con autenticidad: no estoy aquí por mi instinto de supervivencia, estoy aquí porque decidí quedarme aquí. Suena fuerte. El suicidio es la elección que se toma con la intención de ratificar la vida, aceptarla y seguir viviendo; tomarse en serio la posibilidad de estar muerto sirve para quitarse todas estas supercherías con las que convivimos, estamos tan metidos en una conciencia de lo inmediato frente a nuestra propia nariz que no nos permite dimensionar las cosas.
¡Conste!, no digo matarse sino planteárselo como posibilidad, es decir, intento despatologizar al suicidio y presentarlo como el repertorio de los temas que es necesario pensar, pero no como se piensan las matemáticas o las ciencias, sino como un asunto vital, un pensar comprometido. Es ahí donde la frase de Albert Camus adquiere preponderancia frente a todos los demás temas, el suicidio es cosa seria.
Dentro de los motivos para suicidarse se mitifican varios como la desesperación, la depresión y hasta la conveniencia, es decir, más allá de lo que pudiera interpretarse con estas palabras, lo que intento decir es que las verdaderas razones por las que la gente se suicida son inmensas y tenemos prejuicios sobre algunas; sacándole datos estadísticos al suicidio, encontraremos hasta los más extraño, por ejemplo: días como los domingos o estaciones del año como el invierno en que el suicidio ocurre con mayor frecuencia; el impacto que tiene el Sol sobre la producción de dopamina y en consecuencia con la pérdida de sensaciones placenteras; y ni qué decir de los instrumentos utilizados por el suicida, un dato curioso es que muy pocas mujeres se suicidan con medios que las desfiguren, en cambio los varones tienen métodos más violentos. Como hay un cúmulo de motivos para el suicidio, bien valdría la pena formularnos esta pregunta como ejercicio mental: ¿qué haría usted frente a un sujeto que definitivamente no quiere vivir?, no lo enclaustre en un asunto patológico o prejuicioso, es decir, plantéese que no está desesperado, ni deprimido, que no tiene una vida desagradable, que no le falta belleza, ni apoyo familiar o cualquier otro motivo de los que ya mencionamos, sino que simplemente no tiene el gusto por vivir, imagínese que este sujeto, por muchos esfuerzos que hizo no le encuentra nada interesante a la vida, ¿qué haría usted frente a este supuesto? Quizá sólo así, desde lo paradójico, podríamos darnos cuenta de que habrá motivos que no podamos ni siquiera concebir, que estamos frente a un problema mayúsculo y de abordaje complejo.