Por Daniel Amézquita
En una entrevista realizada a Sue Klebold, madre de uno de los perpetradores de la matanza de Columbine, hace mención a que los dos adolescentes “fueron víctimas de sus enfermedades, como también lo fueron todos a quienes los chicos asesinaron». Yo agregaría que no solamente las víctimas mortales, sino también quienes sobrevivieron a esta desgracia y padecen trastornos postraumáticos hasta la fecha e, incluso, sus propios padres que han vivido casi dos décadas de señalamientos y amenazas, son víctimas de una enfermedad que se puede decir ha trasmutado a pandemia en los últimos tiempos.
En días pasados se propagaron en medios de comunicación y redes sociales, comentarios, opiniones y debates de toda índole respecto a lo sucedido en una escuela del norte del país, donde un adolescente disparó contra algunos compañeros y su profesora, para luego cometer suicidio. Terrible y deleznable, no bastaron los actos violentos y ya desde el principio, el manejo de los mismos estuvo plagado de lamentables errores: el video de control interno de la escuela, en el que se muestran explícitamente las imágenes del atentado, fue difundido sin ningún tipo de autorización y sin respeto alguno para las víctimas y familiares, así como comprometiendo las investigaciones de las autoridades.
Esta circunstancia originó una avalancha de teorías y explicaciones, algunas desde el anonimato y otras desde la estupidez, que incluso generaban tanto miedo como el crimen mismo. Estos errores de aproximación sólo alimentaron el morbo de una sociedad que vive entre el delirio de la violencia y la resaca de resentimiento y deshumanización a partir de que la guerra contra el narcotráfico se apoderó del país.
Este hecho es sólo uno de los muchos reflejos de una sociedad incompleta en la que se orilla a ciertos individuos a la marginación por el terror que nos provoca la diferencia, por la imposición de estilos de vida que ya no corresponden con las distintas realidades y maneras de entender el mundo; la necesidad de sangre y espectáculo es la comprobación de la falla de un sistema desigual y discriminatorio, educador en la violencia y el maltrato, cuyo único fin es satisfacer su degeneración por el poder dentro de las comunidades, no sólo de nuestra especie sino la vida en general; de tal suerte que vivimos enajenados con las competiciones que privilegian lo material y la frivolidad enfocadas en la turba enardecida y nunca en la autonomía y el entendimiento, la reflexión o la empatía.
Los eufemismos con que los medios y las autoridades manejan este hecho en particular llaman la atención: “tiroteo”; en realidad se trata de un atentado perpetrado por un agresor que disparó a individuos sin posibilidad de defenderse y con propósitos distintos al combate, y en el cual la corresponsabilidad de todos quienes conformamos la sociedad es mucho más compleja de lo que se piensa.
La estadísticas no son alentadoras, en Estados Unidos y algunos países europeos y asiáticos, en los que atentados como el ocurrido en Monterrey han sucedido con más frecuencia, se realizaron estudios e investigaciones que demuestran que quienes presentan afectaciones psicopatologías que derivan en actos de violencia extrema, son vulnerables a múltiples factores que inciden en su personalidad limítrofe, esto quiere decir que sus experiencia vitales los van arrinconando hasta que una en particular desata sus impulsos de violencia. En los casos en que los perpetradores comenten suicidio luego de los crímenes, tienen tendencias a homologar la situación y la crisis que viven con otros, preferiblemente conocidos de ambientes que les parecen hostiles, a fin de hacer partícipes de su condición a los demás.
México es un caldo de cultivo para los síntomas que pueden alentar el comportamiento nocivo de las y los jóvenes, la violencia que vive el país se ha convertido en una de las formas de socializar de las nuevas generaciones, viven bajo la amenaza constante de la crueldad que ha permeado todos los sectores de la sociedad y también, dicho sea de paso, la aplicamos de una u otra manera, bajo las problemáticas económicas y sus consecuencias devastadoras; los jóvenes no son la parte medular de la educación oficial, que, por cierto, no les representa ni los impulsa a demostrar sus aptitudes y actitudes, todo lo contrario, los veja, los violenta y los aísla, lo cual acrecienta la falta de ideales y una desesperanza que deviene en tedio y posteriormente en odio, y qué decir de la reproducción de las mismas conductas hacia la otredad.
Pero hay algo más, en nuestro país, según las estadísticas, aproximadamente el 40% de los delitos son cometidos por adolescentes, 7 de cada 10 son víctimas directas de la violencia, 3 de 10 terminan cometiendo suicidio; a la par, durante la última década en México, se ha duplicado la presencia de trastornos mentales en niños y adolescentes en un 50%, aunque se estima es variable, ya que la mayoría de las enfermedades psíquicas no son detectadas a tiempo o no son tratadas adecuadamente. Sue Klebold dice que a ya casi dos décadas de la conocida como Masacre de Columbine se pregunta si fueron suficientes los abrazos y el amor que le dio a su hijo, pero la verdad es que ella misma dice fue incapaz de interpretar las señales que su hijo mostró durante su crecimiento y si ya había indicios de un comportamiento afectado; para ella, en perspectiva, no difería de un adolescente que presenta rebeldía mientras construye su personalidad. Un padecimiento psicopatológico mal diagnosticado y mal tratado, aunado a muchas variables presentadas con anterioridad, dentro de un ambiente social violento y frente a un futuro repleto de incertidumbres, dan como resultado una mezcla volátil y destructiva, con un peso social casi insostenible para quienes se encuentran dentro del círculo de víctimas.
No se trata sólo de amor sino de complementar la vida de nuestras niñas, niños y jóvenes, más necesitados que nunca de ejemplos que de restricciones, con información y actividades que desarrollen sus propios conceptos para situarse en una sociedad como la nuestra; falta involucrarse y compartir las experiencias de formación que nunca son suficientes a cualquier edad, estar alertas a cualquier indicio de conductas violentas y procurarles una atención y acompañamiento adecuados cuando se presenten las crisis o desgracias familiares. Circula por las redes un video de la organización Sandy Hook Promise, grupo creado a partir de los eventos que sucedieron en la escuela primaria Sandy Hook donde murieron 20 niños y 8 adultos, que se titula Evan, que muestra a través de la invisibilización de las personas y de los detalles, una historia que nos invita a reflexionar como padres, hijos, compañeros y como sociedad sobre qué es lo que estamos dejando de hacer o qué es lo que estamos haciendo para que cualquiera de nosotros, en cualquier momento, sea una víctima o perpetrador potencial.
Mientras cerremos los ojos a los actos violentos que suceden a nuestro alrededor y no denunciemos o expresemos nuestra inconformidad, permitiremos que quienes no son tratados con dignidad y respeto sigan siendo víctimas; en tanto no tengamos complicidad con quienes sufren y seamos incapaces de tender una mano, de brindar una palabra de aliento, de escuchar esos gritos de desesperación, se abrirá, de pronto, una puerta y entrará una persona que ha sido aplastada por la sociedad; cuando queramos abrir los ojos nos daremos cuenta de que nos hemos convertido en las víctimas.