
Permítame regresar con el artista plástico originario de la Ciudad de México, Guillermo González, al que me he referido en otras ocasiones, con motivo de una exposición de su obra realizada el año pasado, que contó con la presencia de algunos familiares con quienes tuve la oportunidad de conversar, y que describen al artista como un hombre blanco, de ojos verdes, pelo castaño, hijo de padre alemán, judío alemán que vino a México luego de la Gran Guerra de 1914-18 y que se dedica a la peletería, pero con el que no mantiene una buena relación.
Paradójicamente el maestro González no es muy conocido entre nosotros, pero su obra principal, realizada en los años setenta del siglo anterior, sigue siendo intensamente discutida. En efecto, fue él quien diseñó la portada del templo del Señor de los Rayos.
Quizá lo que leerá usted a continuación le ofrezca alguna pista del recorrido que González llevó a cabo en la conformación de la fachada del templo aledaño al panteón de Los Ángeles.
Inicialmente su campo de acción fue el grabado, en el Taller de la Gráfica Popular, nada más y nada menos. Uno de los integrantes le muestra la técnica. De ahí hay un par de grabados con ese mismo estilo, dedicados al petróleo. Luego cambia a un proyecto interior, que es donde se vincula con el expresionismo alemán. Esa es la ruta que se traza para seguir su obra, inicialmente el grabado, y después óleo, acuarela, escultura, murales de mosaico veneciano, joyería.
Era un personaje tímido. En la Escuela Nacional de Educadoras, en donde hizo un bajorrelieve, se le rindió un homenaje, al que no asistió por esta razón. Esto le impidió brillar a la par de su obra, de la cual hay piezas en Durango, Pachuca. Adicionalmente, su nuera, la señora Blanca Lilia Morales, procedente de una familia de joyeros, ha desarrollado una joyería a partir de su obra.
Inicialmente fue profesor de la universidad femenina. Después fue director de la escuela de arquitectura en Xalapa y ahí conoció a muchos artistas. Antes de irse a Xalapa, en México, perteneció a un grupo de intelectuales, en el que participaban la China Mendoza, el arquitecto Salvador Ortega, Mauricio Gómez Mayorga, la escultora Geles Cabrera. En ese grupo se presentaba como “El gravante”. Después de eso, como que deja de vincularse con la gente del arte, y empieza ese periodo de dedicarse a su trabajo y se vincula la obra pública, a través de su trabajo en el CAPFCE empieza a hacer escultura y hace los bajo relieves de la nacional de educadoras, y hace un mosaico veneciano en otra escuela técnica. Siempre estuvo vinculado a CAPFCE, para hacer obra pública, aunque en la primera etapa estuvo ligado a Mario Pani. Ahí es donde hizo mosaico veneciano. Ahí está el edificio de Guadalquivir. Son dos edificios gemelos, y en el que está enfrente de lo que era el Sindicato de electricistas, ahí están los murales.
Sus temas: el amor, el hambre, la guerra, la religión, el amor a Dios y a sus símbolos, la paternidad, la maternidad, el amor por los animales, la crisis del hombre cuando la mujer se embaraza, los niños, las maestras.
El trabajo de CAPFCE le daba el sustento, pero su vida, su interés estaba en su arte… Pero en todo caso el CAPFCE le abrió puertas para algunos trabajos de gran formato, los murales, los relieves, las esculturas de gran formato en algún tecnológico, en jardines de niños. Florece en la época del nacionalismo pictórico revolucionario, pero no hace nada de eso. Muy probablemente gracias a este trabajo conoció al arquitecto Francisco Aguayo Mora, ligado también a esta institución.
Terminada la obra del Señor de los Rayos, y de no ser por unas fotos que hay por ahí, no vuelve a mencionarse. En realidad nunca habló del corpus de su obra, “y es donde yo me introduzco en este asunto”, me cuenta el señor Gonzalo Infante, El galero, director de la galería México Antiguo de la Ciudad de México. “Un día Edna (esposa de González) me dice, yo tenía mi galería, me dice: está toda la obra de Guillermo, la tengo toda en mi casa, en un pequeño departamento de la Ciudad de México y la mitad del espacio es la obra de Guillermo, cajas y cajas, y piezas y piezas, más de 1000 piezas,” obra de todo tipo. A raíz de este encuentro se hizo otra exposición, muy distinta de la de Aguascalientes, porque allá fueron series. “Es un corpus muy grande de alguien que se dedicó a no exhibir su obra. En realidad nunca hubo voluntad para que se conociera su obra, pero ni siquiera… Para nadie. No hay una actitud teórica, reflexiva. Iba generando y aventando”. No hay nada, “una actitud teórica para decir mi obra es esto, la va generando y aventando”, y luego sucede que, por ejemplo, se encuentra un grabado que dice: 22/40, ¿y dónde están los otros? No, es que nada más hizo 1, pero le puso 22 de 40, y así es prácticamente toda la obra de grabado. Toda la obra es única. De algunas piezas, si acaso hay tres o cuatro, pero nunca lo que dice en la firma. ¿Por qué lo hacía? Porque era parte de esta… Como que vivía en un gueto interno; esta herencia de ser judío, pero sin permitirse serlo… Pues es un personaje muy singular, con una obra muy interesante. Entonces lo notable es que estamos trabajando, sobre todo su familia, en contra de su voluntad; rebelándonos a su voluntad de ser desconocido y morir en el anonimato. Este trabajo y la exposición que hicimos en la galería es hacer las cosas contra él. ¿Por qué? Porque no se merece pasar al anonimato”.
En síntesis, en mi inútil opinión, quizá ocurriera que fue un artista que produjo y guardó; que lo que le interesaba era la creación en sí misma, y una vez concluida la pieza, pasaba a segundo plano, para concentrarse en una nueva creación; quizá.
(Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).