
Escribo al vuelo y lleno de incertidumbres: no me acabo de convencer, no de la posibilidad de que García Luna sea culpable de los cargos que se le imputaron y llevaron a su condena (de esos y muchos más, incluso), sino de que en el juicio no se señalara a ningún cómplice necesario del lado norte de la frontera.
¿Todas esas maldades perpetró ese sujeto —en mi fuero interno indeseable—, sin la colaboración indispensable de ciudadanos estadounidenses? ¿Tan mal están las agencias de investigación de nuestros vecinos, que trabajaron estrechamente con este tipo, sin darse cuenta de sus nexos y sus fechorías?
No tengo ningún elemento de juicio, seamos sinceros, para aventurar una tesis sobre si el ex presidente Calderón (y antes que él Fox), estaba o no enterado de las amistades poco recomendables de su subordinado, aunque ya el no estar enterado habla de su irresponsabilidad o incompetencia: miren ustedes, que declararle la guerra al crimen organizado —y comenzar la hecatombe que padecemos—, y luego poner a un sujeto de esa ralea a cargo…
Las reacciones, de tirios y troyanos, ¿qué decir? Lo que debería preocupar, es cómo quedó exhibido el sistema político mexicano, sus aparatos de procuración de justicia, el concurso de gobernantes en este grave asunto, el papel de los jueces, la corrupción de los cuerpos de seguridad… Al margen de la guerrita dialéctica de unos y otros, hay que recordar que en este peliagudo asunto las acusaciones que se hacen contra los que fueron, son las mismas que se hacen contra los que son.
Pero lo que a mí me preocupa, es que metidos en este batallar de razones igual de obtusas en ambos bandos, es que un asunto que debería llamar a escándalo, a un movimiento telúrico de las conciencias, sigue siendo parte del cansino guión que tiene como mejor argumento: tú mamá también.
Luego está la embestida al INE, los poco recomendables compañeros de viaje de sus defensores desorientados (incluidos sujetos de mentalidad fascistoide como ese señor Lozano y jilgueros de la molicie como Ferriz y varios de su jaez), en que nos jugamos el futuro de nuestra ya endeble democracia, y, de nuevo acaba como balón arrojadizo de las mismas batallas en el desierto de antes.
Luego están la matanza cotidiana, la corrupción que se institucionaliza (¿alguien se llamó a escándalo con el reporte de la Auditoría Superior?), amén de otros muchos asuntos que a mí, cuando tengo a mal siquiera evocarlos, me quitan el sueño y me hacen pensar que a este buey lo están hundiendo más en la barranca. Y, claro, la certeza, de que, desmontando al INE o no —ni siquiera es necesario: es un capricho nacido de las tripas del aúlico López—, las elecciones del 24 ya fueron ganadas anticipadamente, y no precisamente por una posición atolondrada.
Asuntos preocupantes, sí, pero no tanto como la indiferencia de un país cuyo estado colectivo no es sino el apazguatamiento profundo: letargo, pasmo, atonía, indiferencia… Le llamaríamos nihilismo, pero para eso se necesita siquiera pensar un tanto las cosas.
Por lo demás veo que la gente está preocupada por asuntos más graves, capitales: la programación de los espectáculos del Palenque (según veo muy acordes a estos tiempos narcotizados que vivimos), o, qué maldita apuración, el divorcio de la presentadora y el cantante, amén de otros tópicos de esa misma estofa.
O en mi caso, mi presunta conexión a Internet, que sigue sin servir y me tiene casi en la edad de las cavernas.
¡Shalom y abur!
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