En las últimas décadas se han producido otros cambios que hacen cada vez menos productivos los insumos escolares tradicionales en los logros de aprendizaje. Por ejemplo, la revolución del conocimiento. A principios del siglo pasado, la producción de conocimiento se duplicaba cada cien años; hoy lo hace cada dos o tres años y los contenidos digitales en cien días o menos. Una disrupción más es la imparable expansión de la inteligencia artificial, el big data, la robótica, la 3D, todo esto que ahora se condensa en la Revolución Industrial 4.0, o bien los nuevos hallazgos neurológicos y cognitivos que permiten comprender un poco mejor el funcionamiento del cerebro, esto es, cómo aprenden los niños. Muchos maestros de escuelas públicas mexicanas admiten estar sorprendidos de las habilidades digitales previamente adquiridas con que llegan sus niños al aula, y frecuentemente no saben cómo aprovecharlas dentro de la estructura curricular o de los planes de estudio, porque observan que esos niños van más adelante de lo que preveían.

Y veamos las abismales diferencias entre la escuela de hoy y el entorno informativo y tecnológico con el que convive. Un experto de la UNESCO ha calculado que la TV presenta 3 mil 600 imágenes por minuto y por canal; cada emisora de radio emite unas 144 mil palabras diariamente; un periódico puede contener unas 100 mil o 120 mil palabras, y varios cientos de imágenes; cada persona está expuesta, bajo distintas formas, a unos 1600 avisos publicitarios por día, y, todo ello, sin incluir los medios digitales, las redes y las distintas plataformas tecnológicas cuya cuantificación es ya incalculable. En cambio, la escuela es todavía una empresa de baja o muy tecnología: su modernidad llega hasta la palabra del profesor, que emite alrededor de 160-180 palabras por minuto durante seis o siete horas al día, y hasta el gis, el pizarrón, los textos impresos y, recientemente, la computadora.

Por último, más allá de que los LTG hayan sido un recurso que favoreció en el pasado una relativa equidad ¿en realidad han servido para mejorar los logros de aprendizaje y, más aún, la calidad educativa? Porque si atendemos a los resultados y puntajes de las distintas pruebas y evaluaciones, la evidencia dice que no. Hace décadas parecen haber tenido cierto impacto positivo, pero según Sergio Cárdenas, del CIDE, estudios posteriores realizados en otros países detectaron, por el contrario, que no ocurrió así en los aprendizajes promedio, aunque sí para estudiantes con mejor desempeño académico. De hecho, una de esas investigaciones concluye que los estudiantes con antecedentes académicos más débiles no se beneficiaron de los libros de texto, y esos suelen ser los de las familias más pobres.

Entonces, lo que está cambiando, y tal vez para siempre, es el mecanismo con que concebimos y entendemos el fenómeno educativo y en consecuencia las variables, recursos e instrumentos que lo integran. ¿Dónde quedan o qué papel están llamados a desempeñar los LTG, los de ahora y, si subsisten, los de mañana? Nadie lo sabe, pero al menos contra el propósito que les dio origen será otro, y van a competir, como va a competir la escuela y el maestro, con ese escenario radicalmente distinto, que jamás se imaginaron Jaime Torres Bodet o Martín Luis Guzmán, y con esos nuevos agentes formadores, de socialización y de transmisión de información y conocimiento.

En México -y en muchas partes del mundo- la ilusión de los gobiernos de establecer su impronta, con mayor o menor fortuna, es casi biológica. Recuérdese que una de las cosas que López Mateos le encargó a Torres Bodet en 1959, cuando firmó el decreto que dio origen a los LTG, fue que velara porque los libros evitaran “expresiones que susciten odios, rencores, prejuicios y estériles controversias”, que pese a ello surgieron periódicamente. Por supuesto que la intención de crear los LTG fue plausible, pero el futuro de la buena educación, en un sentido profundo, parece transitar por otros caminos. En el mundo del mañana -desafiante, cambiante, incierto- muchas de las políticas y herramientas educativas de hoy probablemente serán apenas un recuerdo idílico.

Si lo que todo país quiere es que mejoren los logros de aprendizaje, la calidad de la educación y las trayectorias profesionales y vitales de los estudiantes, ello dependerá de diversos componentes: las habilidades y competencias de maestros y alumnos; la efectividad del modelo educativo; los planes y programas de estudio; la excelencia del currículum; la dedicación de los padres de familia; el liderazgo escolar; las instituciones formadoras de docentes; la infraestructura, y los recursos tecnológicos y didácticos al alcance del alumno. Los LTG no son una variable independiente, sino que están encapsulados dentro de ese amplio y complejo ecosistema educativo, el cual debe ser abordado integralmente para que arroje los resultados deseados. Un buen libro no sustituye a todos los demás componentes; uno malo no es una tragedia si todo lo demás estuviera funcionando bien, pero lo peor es que hoy nada de eso está funcionando adecuadamente en la educación mexicana.

Finalmente, hay dos asuntos tan graves como los LTG: uno es que en los cuatro años que lleva la administración federal se han basificado a más de 650 mil presuntos docentes, lo que quiere decir que sin ningún filtro de calidad ni un verdadero concurso de oposición abierto, transparente, justo, riguroso y meritocrático el gobierno, en complicidad con el SNTE y la CNTE, les dio nombramiento definitivo de maestros a personas que muy probablemente no tienen el perfil para ello. Y el segundo es que según cifras oficiales hay 155 mil 880 docentes que al día de hoy no cuentan con un título profesional de licenciatura que los habilite para dar clases en la educación básica. Ha sido una verdadera simulación pedagógica, moral y ética.

En suma, entre libros que no reúnen las condiciones mínimas de calidad, maestros que gobierno y sindicatos se sacaron de la manga para otorgarles nombramientos y docentes que ejercen sin título profesional, la herencia educativa del gobierno actual pinta para ser una verdadera catástrofe de la que saldrán perjudicados los niños de las familias más pobres del país.