Ximena Rivera Varela
Desde el feminismo, debemos contar nuestra propia historia; el verdadero valor de ocupar espacios y expresarnos es tomar lo personal y hacerlo político. Cuando me invitaron a redactar esta columna acerca de dos de mis grandes pasiones, comencé a enlistar todas aquellas narrativas que rondan por mi cabeza al observar a las mujeres de mi entorno. Me gusta impregnar un poco de mí en cada cosa que hago, y esta vez no es la excepción. Contaré mi historia, mi proceso y mi visión.
Por mi calidad de ser humano, en mi camino de autoconocimiento y crecimiento personal, me he topado con tres constantes en mi día a día: el dolor, el trabajo duro y la incertidumbre. Por otro lado, el construirme como mujer me ha demostrado la otra cara de la moneda: el amor, la resiliencia y la lucha.
Desde mi propia óptica, me he permitido admirar cómo las mujeres hemos trabajado incansablemente para construir la otra cara de la moneda; tras nacer en un mundo hecho para los hombres, hemos sabido abrirnos paso y crecer como retoños en el duro cemento, demostrando la energía del “ser”, del “crecer” y del “dar”. Cada #8M, veo cómo trabajamos más que nunca; nos apropiamos de espacios, nos organizamos, curamos heridas (físicas y del alma), participamos en toda clase de intervenciones políticas, artísticas y humanitarias. Nos juntamos con las amigas, las maestras, las madres, las activistas, las contingentes, con un simple objetivo: reclamar lo que desde un principio siempre ha sido nuestro: este mundo.
Si de algo nos hemos encargado, ha sido de construir y romper nuestras vidas alrededor de esas tres constantes de las que hablé anteriormente. Si puedo hablar del amor, hablaría de mi madre que ha entregado su cuerpo para que yo tenga el mío, hablaría de mis amigas que me han escuchado llorar y escribir acerca de lo que me gusta y me lastima incontables veces, o hablaría de mis maestras, que estudian y maternan (aunque no deberían) a las infancias que necesitan una referencia de lo que podría ser un lugar seguro fuera de sus hogares. Desde este inmenso amor, nace la educación como la conocemos, ya que ha sido ese reflejo de la lucha y resiliencia que hemos necesitado toda la vida, sin embargo, ha sido ignorada, capitalizada y subestimada por la sociedad mexicana machista, adultocentrista y tradicional. Pero, en este escrito, yo quiero resaltar lo obvio y otra constante: la educación ha sido construida por mujeres; es un trabajo femenino.
Estudiar la carrera de Asesoría Psicopedagógica ha significado para mí, rodearme de mujeres diversas, innovadoras y creativas, pero también me ha hecho estudiar la teoría y el conocimiento masculinizado. No quiero que se malinterprete, no digo que sea algo negativo, pero me es inevitable contar a las autoras que hemos estudiado a lo largo de la carrera, ha sido sólo una, María Montessori. Dentro de mi realidad, puedo contar, a lo largo de ocho semestres, en ocho salones, sólo a diecisiete hombres alumnos y cientos de autores y teóricos masculinos.
¿Cuál es mi punto? Que debemos de mencionar y nombrar (porque si no, no existe) a la división sexual del trabajo que alcanzo a divisar en el sector educativo. Hemos tomado los trabajos de cuidado (porque sí, en muchas ocasiones cuidamos) al ser maestras de niños y adolescentes, pero el techo de cristal se interpone cuando los prejuicios y nuestras propias creencias nos han limitado a no ser directoras, investigadoras, teóricas y activistas de la educación. La maestra que lucha, también enseña, y la que decide, la que administra y la que lidera, nos representa. Y sin nosotras, la educación no existiría.
Las mayores pruebas de entrega, dedicación, brillantez y amor que he visto han venido de mujeres. Cada día decido sostener esta realidad que hemos construido, mientras navego en mi propio proceso que no es aislado, porque nunca estoy sola, están ellas; marchando, estudiando, liderando, escondidas o en lo más alto. La educación, será feminista, o no será, necesitamos educación para resistir, pero nos necesitamos a nosotras para seguir luchando.