Moshé Leher
No lo sé de cierto, y tampoco importa, pero entiendo que el esperpéntico torneo qatarí termina el 18 de diciembre, el domingo de la víspera de la semana de Navidades, lo que me altera un mucho mis calendarios, que suelen regirse bajo la siguiente lógica, si es que hay tal cosa: beisbol de Grandes Ligas, igual a buen tiempo; futbol americano de la NFL, otoño, días cortos, frío: depresión.
Lo de las fiestas navideñas, sobra decirlo, me tiene sin cuidado, pues yo festejo, que es un decir (me limito a encender las nueve velas de la Janukiá), la Janucá, sobre todo ahora que no tengo gentiles en casa y puedo pasar el mes que viene sin coronas, calendario de Adviento y arbolitos con luces, estrellas y esas cosas; yo de la fiebre del heno no me voy a enfermar.
Esto quiere decir que del atardecer del 18 de diciembre, día de la final de la Copa del Mundo, hasta el ocaso del lunes 26 de diciembre, encenderé la Shamash (la vela del centro) y con ella, sucesivamente las ocho restantes. No confundir con la Menorah, que ni siquiera tengo en casa.
Por lo demás me tiene tan campante saber que no va conmigo el asunto de regalar y ser regalado, que bien gusto es una costumbre que puede rayar en una de las firmas más soeces de la descortesía, asunto que ya trataré con la calma y la paciencia que me merece.
Volviendo a mis calendarios, a mí, que me gusta el futbol americano, de verdad, no puedo si no sentirme inquieto y melancólico cuando, por allí de agosto, comienza la pretemporada de la NFL, sabiendo que conforme vaya avanzando el torneo, el clima se pondrá cada vez más frío, se cortarán los días y los ánimos se me irán bajando hasta quedar por los suelos.
No me gusta, por ejemplo y por no hablar de las mañanas cada vez más frías, eso de que a las cinco y media tenga que encender las luces de mi estudio, aunque debo decir que mucho peor la pasé en España con esos días cortos en que amanecía casi a las diez de la mañana y la calle estaba en penumbras a las 4:30 de la tarde. Por eso nunca viviría en Finlandia, donde a fines de diciembre hay días que duran minutos (aunque me fascinaron aquellos días con sol de media noche de junio del 89, en Moscú).
En fin que, obviando que algo me entrentendré con el futbol soccer allá en un emirato medieval -pero riquísimo según se ve-, observo que hoy termina la semana doce de las dieciocho que están programadas de este torneo de la NFL, que cumple su última jornada ya entrado enero, el día 8 de ese hórrido mes (que debería ser eliminado de los calendarios), y se prolongará los fines de semana del 14-15, ronda de comodines; del 21-22, con los juegos divisionales; y hasta el 29 del mes más cruel del año. Diga Eliot lo que se le venga en gana, con su mentado abril.
Entiendo que el 12 de febrero se realiza, quién sabe dónde, el famoso juego de Súper Tazón, juego que, nunca falla, se celebra en el primer día donde el clima deja de ser atroz y permite ya hasta salir de mañana de casa sin tener que llevar ni chamarras, ni abrigos.
Comienzan los brotes verdes, vuelven los mirlos, el sol penetra las ventanas con un delicioso picor y dan ganas de saltar de la cama y sentir que, pese a los pesares, este valle lacrimoso nos da sus treguas; en tanto los equipos de Grandes Ligas se preparan para comenzar los juegos de las ligas primaverales.
Pero para eso faltan más de dos largos meses y no sé si me alcancen los ánimos para llegar a puerto, aunque mucho se andará si los Dolphins me dan una alegría -porque aguinaldo nadie me va a dar.
¡Shavúa Tov!
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