Gerónimo Aguayo Leytte

En las salas de espera de los hospitales y más comúnmente en los públicos, es frecuente observar a familiares de enfermos, muchos de ellos con rostros de preocupación, ojos tristes y con ojeras que denotan noches sin dormir. Es la cara de la incertidumbre y también del temor. Están sentados o deambulan por los pasillos en espera de alguna noticia favorable o desfavorable respecto a la evolución de sus pacientes. Es el intenso deseo, que he compartido con ellos, de que nuestro hermana, padre o hijo, vayan mejor, particularmente si su condición es grave. Y esa misma hambre de información también se advierte en la búsqueda de una mejor atención médica para los nuestros.

Las instituciones públicas de salud en nuestro país desafortunadamente han venido perdiendo, por diversos motivos (burocracia, crecimiento excesivo, masificación, falta de vocación, gestiones inadecuadas, entre otras) mucho de lo que ofrecían: una atención afectuosa, delicada, profesional y digna, como si se sintiera uno en casa.

Derechohabientes del IMSS, ISSSTE o INSABI realizan verdaderos sacrificios para llevar a sus enfermos con médicos o a instituciones privadas. Estos gastos no previstos afectan y desequilibran las economías familiares y aún así se tienen que pagar las cuotas que exigen estos organismos.

La pandemia ha hecho más evidente estas carencias al aumentar de manera importante la mortalidad por las enfermedades habituales, además de las propias del COVID-19.

Nuestro estado tiene una situación geográfica privilegiada, además de contar con vías de comunicación e infraestructura hospitalaria que con una coordinación basada en el auténtico servicio podría ser ejemplo en nuestro país del uso ordenado y eficaz de los recursos con los que contamos y sin duda, poder justificar muchos más que hacen falta. Permitir que hospitales que han probado ser núcleos de servicio, de formación médica y de generación de conocimiento y que se pueden comportar como hermanos mayores con el resto de los hospitales con los que interactúan, como lo es el Centenario Hospital Miguel Hidalgo y dotarlo de autonomía de gestión y así sucesivamente a los demás hospitales que los vayan mereciendo, es en mi opinión parte de la solución a este grave problema de salud que nos aqueja como país y como estado.

En el caso de la salud, como en varios otros, nada mejor que la comunidad escoja a sus mejores hombres y mujeres para que desde lo local, con el pleno conocimiento de la realidad de nuestra región, de nuestras necesidades y nuestras particularidades y en un ambiente de cercanía se trazaran proyectos de gran altura, que trascendieran y no tuvieran otro objetivo más que una mejor salud, especialmente para los más necesitados.

Resulta inevitable también la revisión y la reflexión acerca de cómo estamos formando a los profesionales de la salud en nuestro estado. Es notable cómo han crecido en número las escuelas de terapia física, de enfermería y de medicina en Aguascalientes los últimos diez años y sin duda este hecho debiera elevar la calidad académica y moral de sus egresados al fomentar en esas instituciones una mayor exigencia en sus programas, materias, actividades académicas, prácticas clínicas.

Mucho hay que hacer en nuestro estado en el rubro de salud. Todos podemos contribuir y participar. Necesitamos exigir todos.