Prof. Flaviano Jiménez Jiménez

En las últimas semanas, sobre todo en reuniones de los consejos técnicos escolares, se ha estado hablando mucho sobre los cambios anunciados en el nuevo plan y programas de estudio de la educación básica. Entre los temas más mencionados están: los campos formativos, el programa sintético, el programa analítico, los ejes articuladores, la evaluación formativa y el perfil de egreso, entre otros. Estos temas se han abordado en forma separada, dando margen a la construcción de ideas educativas aisladas. Lo recomendable sería leer todos los documentos de la reforma y leerlos completos para tener una visión integral de los cambios que se pretenden.

Durante décadas se han hecho cambios en materia educativa y se ha cometido el mismo error de analizar en partes los documentos que sustentan las modificaciones; descuidando el contexto jurídico y filosófico que ampara las reformas y desdeñando las teorías pedagógicas, psicológicas y didácticas que las soportan. Generalmente, el estudio se circunscribe en el análisis de los temas del programa modificado y se dejan a un lado: el diagnóstico que justifica los cambios, los grandes propósitos y fines que se establecen, las cuestiones fundamentales en la formación de los estudiantes, la utilidad práctica de los aprendizajes en la solución de problemas de la vida real de personas y de la sociedad, entre otras cuestiones. No se está diciendo que las reformas carezcan de estos fundamentos, pues sí los consideran. El problema está en los momentos de aterrizar la información, toda vez que ésta se hace en partes y hasta de manera desvinculada; generando, con ello, serios problemas en la aplicación de los contenidos de aprendizaje en las escuelas. Consecuentemente, los resultados no siempre son los esperados. Aunque es importante subrayar que, en gran medida, la lectura y la comprensión de todos los documentos de una reforma están en manos de cada docente para tener una visión integral de los propósitos y fines de la misma y para asumir el más alto compromiso por la mejora educativa.

Además, el otro error en que se incurre, y tal vez sea el más determinante, es pasar por alto la práctica docente. En las reformas, se habla mucho de los cambios en distintos aspectos del sistema escolar y de la reorientación de los procesos educativos, como está sucediendo en estos momentos; pero no se habla, no se argumenta, no se discute la conveniencia de adecuar y fortalecer la práctica docente frente a los cambios de los nuevos contenidos de aprendizaje ni a sus nuevas orientaciones didácticas. Se da por hecho que los docentes saben qué hacer ante retos inéditos; que saben afrontar y resolver todos los problemas que se presenten; que los estudios realizados en la institución de donde egresaron tienen validez para siempre y que ya no hay necesidad ni de actualización ni de capacitación. La realidad ha demostrado que los mejores maestros son los que están en constante estudio, en constante mejoramiento profesional, en permanente actualización, en permanente búsqueda de nuevas formas para elevar los aprendizajes de sus alumnos. Por lo tanto, las autoridades educativas, de todos los niveles, deberían asegurar que la práctica docente, de todos los niveles, esté en sintonía con los cambios educativos, con la modernidad pedagógica y didáctica, con los nuevos enfoques, con las nuevas exigencias educativas para poder responder, apropiadamente, a necesidades y aspiraciones de los estudiantes.

Los soportes técnicos y académicos de una reforma educativa pueden estar completa e impecablemente bien diseñados; pero si hay estancamientos, limitaciones o deficiencias en la práctica docente, los resultados no serán los esperados. En cambio, si los documentos de la reforma adolecen de deficiencias técnicas, pedagógicas y didácticas, la buena práctica docente se encargará de superar esas inconsistencias. La práctica docente, pues, es de vital importancia.