
Es conocido que uno de los escenarios del ejercicio de la medicina es la docencia. La obligación moral de todo médico es compartir sus conocimientos; tendría que descalificarse el comportamiento de evitar que otros aprendan para eludir la competencia. Al mismo tiempo, el médico que se dedica a la docencia adquiere un compromiso con el conocimiento, así como con la institución educativa al respetar sus políticas y sus reglamentos, y desde luego con la sociedad al no permitir que egrese quien no ha contado con las competencias correspondientes, pero por sobre todo, su principal compromiso es con el alumno al propiciar su aprendizaje. Hoy estimado lector, le comparto una breve reflexión de mi experiencia docente.
No es para nada novedoso que la educación ha sido un tema de discusión y debate en todo el mundo durante muchos años, especialmente en la era digital en la que vivimos. Y cuando digo mundo no creo estar haciendo una exageración, sino una sencilla comparación con lo que ocurría hace apenas unos pocos años y lo que pasa hoy: estamos ya en un mundo nuevo. Si me asomo a mi vida de estudiante no me encuentro como ahora contemplando una pantalla ni tampoco recuerdo a la gente encerrada en un diálogo hipnótico con su celular; hoy, en cambio, la humanidad parece estar sin estar, va sin ir, perdida en la realidad que brindan las pantallas, por solo mencionar lo más obvio, pues tras esas pantallas está el verdadero mundo en el que ahora vivimos: ahí la gente compra, ahí la gente interactúa, ahí la gente hace de todo hasta satisfacer sus necesidades; y, en ese mismo mundo digital los estudiantes ahora consultan, estudian, ahí se informan y ahí se forman una opinión; en una palabra: ahí parecen vivir.
Con esa sensación extraña de tener todo al alcance de un dedo -porque eso es lo que finalmente significa el término “digital”-, y, para no volverlo un mundo ajeno e incomprensible, uno al final de cada jornada docente termina cuestionándose ¿para qué sirve un docente en esta época? O si ¿la tecnología terminará reemplazando al docente? Y continúa uno la meditación con más dudas, ¿los estudiantes realmente satisfacen su necesidad formativa en lo virtual? o ¿por qué la figura del docente seguirá siendo crucial para la educación actual?; sentimientos que descubro compartidos entre los que hemos decidido vivir con los altibajos de este casi extinto proceso de enseña/aprendizaje. La educación líquida es la expresión escogida por el sociólogo Zygmunt Bauman para definir una educación que parece que ha abandonado la noción del conocimiento útil para toda la vida para sustituirla por un conocimiento de usar y tirar: un torbellino de cambio, donde el conocimiento parece mucho más atractivo cuando se adapta al uso instantáneo, para una sola ocasión.
De ahí la relevancia de reflexionar sobre la redefinición de la figura docente y, por ende, rectificar nuestras metodologías educativas, pues la manera de aprender ha cambiado. Los docentes debemos darnos cuenta de que no es aconsejable solamente dispensar información a los estudiantes, hay que enseñarles cómo utilizar de forma eficaz la información que rodea y llena sus vidas, cómo acceder a ella y evaluarla de forma crítica, analizarla, organizarla, recrearla y compartirla. Las escuelas son poderosos escenarios de aprendizaje, donde los estudiantes, a pesar de su extendido y útil hábito multitarea, han de reflexionar y comprender que el infinito e inabarcable volumen de información requiere una tarea intensa de selección, enfoque y concentración, si no quieren naufragar en una tormenta continua de ruido informacional y dispersión.
La docencia renovada implica quitarse los tacones, hacerse de un kit de supervivencia física y emocional, para desde una cómoda convicción disponerse unas veces a hacer el rol de organizador, generador, gestor del aprendizaje, orientador, facilitador, dinamizador o asesor, y otras veces, escuchador profesional, guía, coacher, tutor, acompañante, contensor; y, en ningún caso un controlador, sino más bien un mediador entre la disciplina y la libertad en el aula. Roles complejos, multidimensionales e inciertos, con matices de ingratitud, pues hay generaciones sordas y necias en cuyo caso la docencia es casi como un acto de fe y de santidad muy parecido al suicidio; y con matices de satisfacción, pues hay generaciones frescas, inquietas que consiguen revitalizar, resignificar y ratificar la vocación docente.
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