José Luis Macías Alonso
Primera parte: La deslegitimación social
Max Weber, el clásico estudioso de las organizaciones, sus elementos y sus características, señalaba entre otras cosas, la sólida dualidad que deben gozar los conjuntos de individuos para garantizar su permanencia y legitimidad en una sociedad. Dicha dupla según el alemán, consistía en la fortaleza interna y externa de la organización; la primera, obtenida en razón de su capacidad de interacción de ésta con el resto de la sociedad y la segunda, generada gracias a la cohesión grupal que debe imperar al seno de la misma. A la luz de éstas y otras ideas, daremos algunos comentarios en Con Jiribilla respecto de los partidos políticos en México y la evidente turbulencia por la que atraviesan. Esta semana, trataremos la vertiente de la deslegitimación social y la entrante, haremos un análisis al interno de la vida partidaria.
La enorme mayoría ciudadana no cree en los partidos políticos, tiene dudas respecto de la ética de quienes militan en uno, sentencian con firmeza que son asociaciones en franca putrefacción e incluso, uno que otro sostiene que son un estorbo social. Antes de ponernos a analizar lo cercano o lejano que están de la realidad estas lapidarias sentencias, revisemos algo tal vez más importante: ¿Por qué son bastantes los que piensan eso? ¿Qué deben hacer los partidos para que la sociedad de nuevo crea en ellos? Vayamos un poco al pasado en busca de las respuestas.
Como toda organización, los partidos políticos lejos de ser ajenos a una sociedad, son y han sido parte de esta y como tal, no se han mantenido al margen de la constante evolución que en el caso, hemos tenido los mexicanos.
La encarnizada lucha individual por el poder que vivimos en la época revolucionaria y sus años subsecuentes, así como la urgencia de instaurar a la democracia como forma de gobierno, produjo la necesidad de institucionalizar la lucha política a través de los partidos y con ello la llegada de una democracia en la forma pero no en el fondo, en donde el partido hegemónico no solo siempre ganaba las elecciones sino que también, establecía reglas para garantizar la paz social que todos los mexicanos exigían y al mismo tiempo se ocupaba de la responsabilidad completa de las decisiones públicas.
Mientras el PRI avanzaba en la creación de un Estado dotado de instituciones sólidas, simultáneamente, acaparó la vida política nacional, por un lado, absorbiendo a la gran mayoría de los bloques sociales mediante un ingenioso y eficaz modelo de relación social inmerso en un país lleno de necesidades llamado corporativismo, donde mantenía interacción con todos éstos mediante un esquema de atención de demandas a cambio de afinidad y por el otro, generando un manual de reglas no escritas dentro de los grupos de poder en donde nunca nadie quedaba fuera, la jerarquía era respetada y la disciplina recompensada. El sistema, carente de democracia plena y peligrosamente totalizador, servía en cuanto al vínculo partido-sociedad. La legitimación, obtenida mediante la satisfacción de necesidades, estaba del lado del PRI.
Sin embargo, las personas fueron pervirtiendo el modelo, los intereses prostituyendo a los objetivos y la ausencia de leyes y democracia diluyendo el vínculo entre sociedad y el partido político gobernante. El PRI olvidó su principal fortaleza: su capacidad de comunicación con los mexicanos. Miope ante la realidad, tapó sus oídos y cerró sus ojos. El partido que entendía a la sociedad sufrió una parálisis de razón que lo inmovilizó ante tantas demandas de atención y representación que la gente necesitaba.
Fueron años de alejamiento que abrieron una herida que requería urgente atención y así fue, solo que el medicamento también falló. Con la llegada del PAN al poder durante doce años, las practicas que lastimaban a la sociedad no solo se mantuvieron sino que en varios rubros aumentaron. La inexperiencia, la incompetencia y el propio modus operando por el que perdió el PRI, el PAN lo repitió en una versión actualizada en base a los nuevos andamiajes institucionales. La herida que lastimaba la relación partidos políticos y sociedad seguía sangrando. Los males no se fueron si no que llegaron otros, aparte de que el partido político en el poder no los escuchaba encima sufría de sus administraciones carentes de capacidad.
No se le puede reprochar a la ciudadanía su rencor hacia los partidos políticos ¿Cómo querer a alguien que nos olvida?, peor aún, ¿Cómo querer a alguien que nos lastima?
Con el regreso al poder en 2012 y su reciente triunfo nacional en las elecciones intermedias, el PRI tiene en sus manos una valiosa oportunidad para legitimarse ante la sociedad y para ello solo existe un camino: voltear hacia ella.
Tanto este partido como todos los demás deben tener como único objetivo el destapar sus oídos y usar los lentes adecuados para ver a la sociedad que está enfrente de ellos. Comprender que han sido los errores del pasado los que lastimaron la relación, no para buscar culpables, sino para que, desde la empatía y el dialogo, poco a poco empiece a sanear esta relación.
Humildad, sensatez y congruencia son elementos esenciales en los partidos políticos mismos que sin ellos, la relación de éstos con la sociedad seguirá en constante deterioro. Nos vemos la semana que entra con la segunda parte de esta columneja: la vida dentro de los partidos como enemiga de éstos.
@licpepemacias