Noé García Gómez
Cada día es más frecuente que surjan noticias de que ante un hecho delictivo en flagrancia, ciudadanos buscan hacer lo que consideran como justicia, esto es golpearlos y hasta asesinarlos.
Los casos más sonados se han dado en el Estado de México, que ante la imparable ola de asaltos en camiones de transporte público y la falta de garantías de las autoridades, y al ver que si eran detenidos inmediatamente salían libres; pasajeros anónimos han disparado y matado a los delincuentes que los asaltaron.
Fue el caso de La Marquesa donde un ciudadano anónimo disparó y mató a cuatro asaltantes. La noticia impactó, pero lo que comenzó a desconcertar fue la impresionante y nunca antes vista movilidad de los cuerpos policiacos y autoridades de procuración de justicia por investigar y capturar al “justiciero”. Mandaron llamar a los pasajeros y el chofer, pero todos o ignoraron los llamados o no dieron mayor pista del pasajero que disparó y regresó las pertenencias a las víctimas. Mostrando éstos un dejo de solidaridad y agradecimiento.
Después de ese sonado caso se conocieron al menos 7 más en la zona metropolitana del DF y el EDOMEX, donde personas anónimas hacen lo que consideran justicia por propia mano. En uno de estos casos, el del 16 de noviembre en Naucalpan, murió una mujer embarazada por una bala perdida del intercambio entre los asaltantes y el “justiciero”.
Todo incentivado por pragmáticos políticos que buscan reflectores proponiendo leyes para que los ciudadanos estén armados en las calles, algo así como el viejo oeste.
Aguascalientes no es la excepción, surgió el caso de las costureras, otro fue el del ratero en Jesús María que fue perseguido y que logró huir de habitantes armados de piedras y palos en aquel municipio; además del caso de un delincuente con más de 100 arrestos y fue golpeado por habitantes de un fraccionamiento al nororiente de la ciudad.
Esta figura de los justicieros anónimos me recuerda un personaje de película de los años 80´s interpretado por Charles Bronson, donde su actuación personificaba la solución al hartazgo provocado por la inseguridad y la falta de justicia en el Nueva York de aquellos años. Todas sus secuelas fueron un éxito, en gran medida porque en aquella metrópoli si se vivía las condiciones de inseguridad y corrupción o ineptitud por parte de las autoridades. El vandalismo, consumo de crack y la corrupción policial convirtieron en un coctel fatal. Tanto que la revista Time de 1990 la apodó “la gran manzana podrida”.
Pero la realidad para que Nueva York saliera de esa crisis fue muy distinta. La aplicación de una política llamada tolerancia cero por parte del alcalde Rudolph Guiliani, replicando y adaptando la teoría de James Q. Wilson conocido como de “Las ventanas rotas”; éste profesor de Harvard planteaba que si no reparas la ventana rota de un edificio, los vándalos tenderán a romper una más y luego otra y así seguirán hasta deteriorar todo el edificio. En síntesis Guilliani se enfoco en prevenir y castigar los crímenes menores casi al igual que los mayores como asesinatos y violaciones.
Comenzó a restablecer el tejido y la confianza social de los ciudadanos, y generó temor e inhibición en los delincuentes por la certeza de que serían castigados.
Es preocupante cómo la ciudadanía desesperada ha intervenido de esta forma, ante la falta de autoridades que se encarguen de su seguridad. La idea de la justicia por propia mano es tentadora, pero peligrosa. Normalmente quien desea llevarla a cabo son sujetos anti sociales.
Estas llamadas de atención son para las autoridades, las encargadas de velar por nuestra seguridad, las de perseguir e investigar el delito y finalmente las que tienen que dictar justicia. Ahí es donde se tiene que poner atención para generar las garantías mínimas de convivencia y tener una sociedad sana. La peliculesca idea de que todos salgamos armados a las calles y hagamos justicia como vayamos interpretando los hechos, es entrar en el juego de la delincuencia, ponernos en su nivel y es ahí donde los verdaderos ciudadanos tenemos las de perder.
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