Mtro. Juan Sergio Villalobos Delgado

“…Perseguirán a sus enemigos, que caerán antes ustedes a filo de espada…”

Levítico 26:6

“…Creyentes, combatid a los infieles que tengáis cerca…”

Sura 9:123.

“No hay camino para la paz; la paz es el camino”

Mahatma Gandhi.

Hace nueve años escribía sobre el horror desatado en Gaza: “…Con el aliento contenido, como si el simple acto de respirar fuese a provocar un fatal desenlace, el mundo entero se aferra a la frágil tregua entre israelíes y palestinos…”.

Pero la calma, aun si dura nueve años, nunca es suficiente cuando se anhela la paz. Escribí entonces que, si algún profeta bíblico viviera, bien pudiera pensar que ha llegado el fin de los tiempos. Sirenas de alarma rasgando la noche, gente corriendo hacia los refugios subterráneos, oraciones atropelladas, militares patrullando, cohetes antimisiles iluminando las tinieblas al hacer blanco en los misiles del “enemigo”. Paranoia y miedo son palabras que pudieran definir bien el estado de cosas que se vive en Israel.

Pero en Gaza no es muy diferente. Una calma insoportablemente densa acompañada del más profundo silencio es lo que antecede al estruendo breve y sonoro que cimbra todo. De nuevo el silencio, pero esta vez rasgado por el grito desesperado de una madre que busca entre los escombros a sus hijos; cree encontrarlos, pero no; es tan sólo un brazo, una pierna quizás, o algo completamente irreconocible. La luz del sol se desvanece en medio nubes de polvo de concreto que dejan tras de sí los edificios que colapsan.

No hablaremos aquí del derecho de los israelíes de vivir sin ser atacados por sus vecinos; ni del derecho de los palestinos de existir como Nación, que lo merecen unos y otros.

Tampoco diremos nada sobre los territorios que -como Gaza- han sido la manzana de la discordia desde que Israel fue reconocido como país por la comunidad internacional. Territorios que fueron reclamados por los israelíes bajo argumentos de histórica pertenencia y de los cuales sus últimos ocupantes –los palestinos- simplemente fueron desalojados.

No hablaremos de eso porque subyace algo más trascendental; en la balanza deben colocarse otras premisas. Ningún argumento de Estado, ninguna convicción política o ideológica, ningún credo pueden justificar jamás la muerte de un niño.

Cuando muere un niño, muere también la humanidad. En cada niño muerto en Gaza y en Israel, la esperanza de la humanidad de un mundo mejor fenece también. Esas muertes son el horror y la tragedia de todos nosotros. En esa vorágine salvaje cuya única lógica argumentativa se escribe, no con bolígrafos sino con misiles, y no con tinta sino con sangre, las primeras víctimas son las más indefensas e inocentes.

Y mañana, ¿quién alabará a Yhavé y quién se postrará ante Alá cuando las voces y las risas de los niños hayan sido para siempre silenciadas?

Quizás a quienes dan la orden de lanzar misiles tanto de uno como de otro bando, les convendría saber que los países miembros de la ONU en múltiples convenciones y tratados han regulado los límites que todo enfrentamiento bélico debe de tener. El Derecho Internacional también tiene algo que decir entre los estruendos de las bombas que se lanzan sin cesar.

En la Convención para prevenir y sancionar el Genocidio, se considera a este tipo de actos como un delito de derecho internacional, y en la Convención sobre los Derechos del Niño, se estableció que los Estados Partes deben velar porque a los niños se les apliquen las reglas de derecho internacional humanitario en conflictos armados y adoptar todas las medidas posibles para su protección y cuidado.

En tanto, el séptimo objetivo primordial de la Cumbre Mundial en favor de la Infancia pidió la protección de los niños en circunstancias especialmente difíciles, en particular, en circunstancias de conflicto armado.

Por otra parte, el Cuarto Convenio de la Convención de Ginebra señala que ninguna persona protegida por esa Convención puede ser utilizada para proteger mediante su presencia ciertos puntos o regiones contra operaciones militares; y en su parte general, se establece que no será objeto de ataque la población civil ni las personas civiles.

En épocas pasadas, el mundo ha presenciado los esfuerzos diplomáticos de las partes involucradas y de Naciones mediadoras que han dado como resultado estabilidad y paz –aunque efímera– a la región. Los acuerdos de Oslo (1993), La Declaración de El Cairo (1994), El Acuerdo de Wye (1998) son prueba de ello.

Pero entonces, ¿qué se necesita para que el Derecho Internacional no sea letra muerta en lugares como Israel y Gaza, y la paz surja de manera contundente y definitiva?

Más allá de voluntad política, de acuerdos internacionales, de actos de mediación, de mesas de diálogo, se necesita algo elemental: Respetar la vida humana, y reconocer que, si algo excepcional existe en el mundo, es ver la sonrisa de un niño sorprendiéndose ante la vida. Para ellos, palestinos e israelíes, mi sincero deseo: Shalom; Salaam. (Paz).