Somos testigos de los ataques desde el poder que se dan a instituciones académicas, universidades y centros de investigación, así como a catedráticos, profesores e investigadores son acusados y acosados muchas veces solo por su forma de pensar. Vemos cómo desde la presidencia de la República y el aparato de la élite que gobierna, tanto desautoriza como ataca con una facilidad, ya sea al CREFAL a la UNAM, a 21 científicos, al CONACYT y más recientemente al CIDE; pero también se dan algunos casos regionales o locales, como el del gobierno de Jalisco y la UdG; o localmente, recordemos los embates de hace un par de años dirigidos a poner en riesgo la autonomía de la UAA y el debate y polémica que se ha envuelto nuestra máxima de estudios en estos días, por la elección de la rectoría. Además de lo que podríamos llamar violencia económica académica, con los constantes recortar en términos reales a los presupuestos de universidades y centros de investigación por parte del gobierno federal.

La libertad académica en un país, es reflejo del estado de salud de su democracia. ¿Cómo andamos en México?

Podemos decir que en tres años de una política de acoso a las intituciones académicas, que veladamente encabeza el presidente, se está reflejando en los indicadores que miden instancias internacionales. Como el realizado y evidenciado en el “Índice de Libertad Académica 2022”, elaborado por el instituto europeo Varieties of Democracy, que evalúa a 177 países en áreas como la libertad de cátedra e investigación, la tolerancia a la pluralidad y la libre expresión; así como el respeto a la autonomía universitaria. Elementos fundamentales para un adecuado desarrollo científico, cultural y democrático de las naciones. Específicamente, basa en cinco indicadores clave, a saber:

  1. La libertad de investigar y enseñar;
  2. La libertad de intercambio académico y difusión;
  3. La autonomía institucional de las universidades;
  4. Integridad (seguridad personal) del campus; y
  5. La libertad de expresión académica y cultural.

Del análisis comparativo realizado por Carlos Urzúa nos dice que “El valor del índice de libertad académica en México que era del orden de 0.92 en 2011, hace una década, cayó a 0.89 en 2019 para luego desplomarse a 0.76 en 2021. Esa estrepitosa caída ocasionó que en el reporte…, México aparezca ya en media tabla: un poquito arriba de Ghana y un poquito abajo de Túnez.”  Moreno Arellano complementa diciendo  que “pasamos de estar en el ‘top 20’ en 2011, a la par de democracias consolidadas como EEUU, Reino Unido, Alemania o Finlandia, a ocupar la penosa posición 77. ¿Qué significa esto? Que estamos cada vez más cerca de los países autoritarios y cada vez más lejos del liberalismo democrático.” Que además recalca la importancia presupuestal.

Aquí es fundamental retomar lo postulado por Henry Giroux, que es un divulgador de la tesis que la educación superior debe ser un contrapeso al poder autoritario, ya que idealmente tendría la responsabilidad no solo de formar profesionistas, sino de educar con una perspectiva crítica, política y moralmente responsable.

También así lo establecen los Principios Interamericanos sobre Libertad Académica y Autonomía Universitaria, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): “La libertad académica debe ser promovida, protegida y garantizada en igualdad de oportunidades sin discriminación por ningún motivo, inclusive basada en motivos de opiniones políticas, origen étnico-racial, nacionalidad, edad, género, orientación sexual, identidad y expresión de género, idioma, religión, identidad cultural, opiniones políticas, o de cualquier otra naturaleza, origen social, posición socioeconómica, nivel de educación, situación de movilidad humana, discapacidad, características genéticas, condición de salud mental o física, incluyendo infectocontagiosa, psíquica incapacitante o cualquier otra naturaleza”.

La libertad académica y la autonomía no deben ser vistas como una prerrogativa de las universidades, ni una graciosa concesión del gobernante en turno, sino como un logro histórico de las sociedades democráticas, que como en el caso mexicano ha costado sangre, sudor, lágrimas y hasta vidas.