Luis Muñoz Fernández
Es oportuno mirar atrás hacia
los tiempos antiguos y reflexionar sobre nuestros antepasados. Los grandes ejemplos escasean y hay que ir a buscarlos al mundo pasado. La inocencia desaparece y la iniquidad se nos echa encima a grandes zancadas… Con los remiendos de todas las épocas debe componerse una prenda de virtud completa, de igual manera que todas las bellezas de Grecia no pudieron formar más que una sola y hermosa Venus.
Sir Thomas Browne. La religión de un médico, 1642.
Durante la infancia y la adolescencia, a lo largo de nuestra formación escolar, con la asignatura de historia pasa algo parecido a lo que ocurre con las matemáticas: casi siempre se nos enseña mal y acabamos aborreciéndola. Y una vez que escogemos una carrera como la medicina, lo que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzo es el estudio de las ciencias básicas y de las disciplinas clínicas y quirúrgicas. Las demás asignaturas contenidas en el plan de estudios las consideramos secundarias, prescindibles. Hasta las llamamos “materias de relleno”.
Esta forma de pensar se debe, por lo menos en parte, a la evolución misma de la medicina. Si la primera mitad del siglo XX atestiguó el predominio de la física en el panorama de las ciencias, durante su segunda mitad y hasta nuestros días es la biología la que ha ocupado el lugar de privilegio que antaño tuvo la física. Y la medicina, alumna aventajada de las ciencias biológicas, se encuentra hoy bajo su influjo. Pareciese que la preeminencia de su parte científica tiene una relación directa con el detrimento de su faceta artística, es decir, humanística. En la percepción del público, la medicina, a la par que experimenta hoy el avance formidable de la ciencia patrocinada en buena parte por la industria, se ha deshumanizado.
A pesar de lo escrito en el párrafo precedente, el asunto no es nuevo, viene de lejos. El doctor Oliver Wendell Holmes (1809-1894), afamado médico y escritor norteamericano, lo expresó con estas palabras en uno de sus célebres ensayos titulado Corrientes y contracorrientes en la ciencia médica (1882):
Hay, desde luego, en cada vocación, aquellos que acometen su trabajo cotidiano de acuerdo a las reglas de su profesión, sin preguntarse por el pasado ni por el futuro, ni sobre el objetivo o el propósito al que tiende su labor. Estas personas se consideran y se sienten “hombres prácticos”… Y así, el médico, que llamándose a sí mismo un hombre práctico se niega a reconocer las leyes superiores que gobiernan el ejercicio cambiante de su profesión, se encontrará con que ha lapidado a la verdad y ha colgado a la humanidad en la cruz.
La verdad es que la medicina, fundada decididamente en la observación, es tan sensible a las influencias externas de tipo político, religioso, filosófico e imaginativo, como lo es el barómetro a los cambios de la presión atmosférica. En teoría, sólo debería ir en pos de su método inductivo, sin prestar atención a los cambios de gobierno o a las fluctuaciones de la opinión pública. Pero observa con cuidado mientras confronto algunos hechos y constata si acaso no ves algunas chispas insospechadas que iluminan la relación entre las ciencias médicas, las condiciones sociales del momento y el pensamiento de la época.
Esta tendencia a subestimar el papel de las humanidades –conjunto de disciplinas que giran en torno al ser humano, como la literatura, la filosofía o la historia, dice el diccionario– en la formación de las nuevas generaciones de médicos, parece tener relación con una crisis de la profesión que, quienes ya tenemos cierto tiempo de ejercerla, estimamos preocupante.
Añádase a lo anterior la altísima concentración de frivolidad, tontería y codicia que flotan en el medio ambiente, para comprobar en un número significativo de médicos jóvenes y no tan jóvenes un ansia desmedida de bienes materiales y de reconocimiento social, eso que ahora se engloba bajo la palabra “éxito”.
¿Podrá remediarse la situación haciendo hincapié en la enseñanza de las humanidades durante la carrera de medicina? Parece poco probable, pues la enseñanza teórica, si no va acompañada del ejemplo de vida, no llega a dejar una huella profunda y duradera en el futuro médico. Sin embargo, no es un empeño vano intentar amueblar el intelecto del estudiante con conocimientos que vayan más allá de lo técnico, que le permitan en un futuro comprender mejor al ser humano y poner en la perspectiva adecuada la práctica de su profesión.
Dado que este jueves 26 de enero de 2017 iniciamos una nueva singladura y se inaugura la cátedra de Historia y Filosofía de la Medicina en la Escuela de Medicina de la Universidad Cuauhtémoc Plantel Aguascalientes, parece pertinente enfocarse en la historia de la profesión y su papel en la formación de los estudiantes de medicina.
Ya mencionamos que, salvo afortunadas excepciones, la materia de historia se llega a enseñar mal y la historia de la medicina no parece ser la excepción. Aún cuando el profesor tenga las mejores intenciones, el recurso de atiborrar de fechas y sucesos históricos sus clases, máxime si las expone en un tono monocorde, desalienta al más valiente y entusiasta de los alumnos.
Es preciso cambiar de estrategia y hacer énfasis en los protagonistas, famosos y anónimos, que pueblan las páginas gloriosas y a veces vergonzosas del vasto panorama en el que se despliega el devenir histórico de la medicina. Y junto a las personas, conviene explicar las ideas del momento y recrear el ambiente de la época para dotar de vida e interés al pasado que no tiene porque acusar necesariamente la rigidez de un cadáver.
En relación con este tema, resulta revelador leer el prólogo del libro Una historia breve de la medicina (A short history of medicine. Modern Library, 2007) del doctor Francisco González-Crussí, distinguido patólogo y escritor mexicano avecindado desde hace décadas en los Estados Unidos:
Resulta trillado aunque cierto que las lecciones de la historia son ambiguas. Sin embargo, la historia de la medicina ofrece una perspectiva que permite verificar la terca supervivencia, al margen del tiempo y los cambios, de los atributos esenciales de la medicina: un espíritu inquisitivo para encontrar el origen de la enfermedad y una preocupación ferviente por curar o aliviar el sufrimiento que ocasiona…
Y lo más importante, el actual dominio avasallador de la ciencia y la tecnología nos hacen olvidar que el fundamento de la medicina es un humanismo universal. Mi prejuicio personal es que este humanismo fundamental que se ubica en el centro de la medicina se encuentra hoy amenazado y que protegerlo y conservarlo es el reto más grande de la profesión, incluso por encima de los más arduos problemas técnicos o científicos que tiene que enfrentar…
Esta exaltación de la imagen del médico ha hecho que ciertos escritores conviertan a algunos de los miembros destacados de la profesión en los imponentes bustos y estatuas de un museo. He intentado evitar esto, convencido de que lo que hace interesante a la historia de la medicina es que ha sido protagonizada no por seres humanos superiores, dotados de talentos excepcionales, sino por hombres y mujeres que son como todos nosotros, que tienden al error, que reúnen en su persona tanto los triunfos como los fracasos y las desilusiones.
Esperemos que esta nueva senda que empezaremos a hollar se vea iluminada por ese espíritu, para invocar en él la prudencia, la elocuencia, el deseo de servir y la humildad del humanismo fundamental al que hace referencia el párrafo precedente.
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