Los hay, lo sabemos, que hoy se despertaron priistas, mutaron en panistas reaccionarios a media mañana, se convirtieron en liberales clásicos —sea lo que sea un liberal clásico hoy en día—, y se dicen panistas pero de centro, luego de tomarse el café de media mañana. Con el sopor de la comilona, antes de la siesta, ya de plano se convierten en perredistas de los tiempos del ingeniero Cárdenas y el extinto Porfirio.

Mucho medito estas cosas, ahora que preparo una conferencia sobre una ciencia oculta que algunos han dado en llamar ‘marketing político’, ciencia en ciernes que trata de combinar los piadosos preceptos de la Propaganda, piadoso invento trentino (que se resume en el poderoso argumento de: yo estoy en lo correcto, tú no), con el lavado de cerebro.

Como mi conferencia es para un grupo de, podemos llamarlos así, profesionales del maquiavelismo aplicado, y está salpicada de conceptos tan peliagudos —y tan vagos— como narrativas dominantes, erosión democrática, globalismo, estructuras tribales, algoritmos, granjas de trolls, media training, microlocalidad, fragmentación de las estructuras electorales, vamos a dejar de lado esa taxonomía del ecosistema de salteadores públicos (políticos para más señas), para dejar clara una conclusión: en este país seguimos sin entender por qué ganó López Obrador.

No lo entendimos entonces y, al parecer, seguimos sin entenderlo ahora.

Digo esto viendo algunas imágenes de los que, aquí, en la CDMX, y en otras ciudades acudieron a festejar la proclamación —y nos ahorramos los detalles— de la señora Gálvez como candidata opositora para los comicios presidenciales del año entrante.

Mucho me he devanado los sesos estos días tratando de entender el meollo de las irrupciones en la política de personajes como el megalómano Javier Milei en Argentina, de la señora Meloni en Italia, no muy lejos de las circunstancias que llevaron a López O. a Palacio Nacional, a Trump a la Casa Blanca, donde estaría por regresar (y en la línea de los Orban en Hungría, los Le Pen en Francia, o del regreso de los tardofranquistas de Vox a las Cortes españolas, etcétera).

Para decirlo mal y pronto: la gente está harta, está harta y llena de resentimiento; llena de resentimiento y descreyendo de las posibilidades que les brinda la democracia. Está así, y no falta de razón.

Esto ha provocado la llegada de estos personajes populistas, de derechas y de izquierdas, cuya característica y virtud principal es que están fuera de los márgenes de la política y los partidos de siempre (o simulan serlo, como quedó demostrado en México, aunque esto ya es harina de otro costal).

El asunto es que quienes no entendieron que el grueso de los mexicanos está harto, lo mismo de priistas, de panistas, de perredistas, de priistas reciclados, de pseudo verdes (más priistas reconvertidos) y otros ejemplares de esa especie que es el grillo profesional reciclado, son los que se nos aparecen en los eventos de Xóchitl, con sus camisetas con el ya famoso corazón cruzado.

Varios de ellos se dejaron ver, muy ufanos, en esa comida que referí (y a la que fui de intruso); eran los mismos que estaban en las comidas y reuniones durante los aciagos tiempos del último priísmo y del último panismo local, e incluso estaban en aquella infame comida que un ex gobernador organizó para reunir a los ricachones rancheros ¡con AMLO!

Son la casta de los que siempre están, poniéndose la camiseta que se tengan que poner, y cuya denuncia le sirvió a López para llegar al poder y para —a pesar de que no es sino otro de la misma ralea— llegar al quinto año de su gestión con una aprobación que ronda el 60 por ciento.

Pero los que no entendieron antes, y ahí están esas vergonzantes imágenes de los que presumen ser los seguidores de la señora Gálvez de siempre, no entendieron que pueden ser su ruina… Y la de todos nosotros.

¡ShavuaTová!

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