“HIJOS DE PERRA” (“STRAYS”)

Como regla general, las películas que tienen como protagonistas a animales reales parlantes captan la atención del espectador ipso facto, porque traspasan los límites de la realidad y ofrecen una perspectiva que se supone nos es ajena. Se trata de la perspectiva de una fauna específica. Además, generalmente estos proyectos surgen de la industria fílmica occidental, que es la más prolífica al respecto. Estas películas suelen bifurcarse entre lo edificante y la sátira o comedia rotunda. «Hijos de Perra» opta por la segunda opción, pero lleva su búsqueda de la hilaridad a puntos que rozan con la coprolalia más simplona y brusca. Además, tiene como protagonistas a un grupo de perros, lo cual es una salida cómoda debido a la gran empatía que estos animales despiertan en la audiencia.

Como cinéfilo, he visto toda clase de precariedades fílmicas, nacionales y extranjeras, como para sentirme agredido por la caterva lingüística y visual que se esfuerza demasiado por arrancarle una risa al respetable. Sin embargo, esta película carece de siquiera una molécula de ingenio, mordacidad o inteligencia que la sustente. Nos deja a la deriva de una insulsa e infantil retahíla de insultos soeces, obscenidades y escatologías arbitrarias. En el colmo de la exasperación para cualquiera con dos dedos de frente, ofrece unas ínfulas moralinas sobre el maltrato animal que dan ganas de meter al equipo creativo de este deshecho en la perrera más cercana.

En lo que termina siendo una versión, digamos, para adultos (porque las groserías vulgares, albures torpes de primaria y referencias sexuales propias de un adolescente calenturiento no califican, o al menos no deberían, como declaraciones de adultez), tenemos a un perrito desaliñado llamado Reggie. Abusado hasta la saciedad por su dueño Doug (un Will Forte que debió estar en coma al momento de firmar para este papel) mediante ofensas, desprecios e intentos constantes de alejarlo, lo traslada hasta una lejana ciudad para no volverlo a ver. Reggie, quien siente una devoción absoluta por su amo, decide regresar para reunirse con Doug. En su trayecto conoce a otros perros callejeros, como Bug, un nihilista canino que le enseña cómo vivir en la ciudad y le muestra la realidad sobre los humanos; Hunter, un Gran Danés despistado pero noble con dosis de neurosis; y una Pastora Australiana llamada Maggie, parlanchina y sensible que siente atracción por Hunter. Todos ellos se unirán, pero ahora en busca de venganza, pues Reggie comprende que su dueño es un miserable y, como castigo, decide arrancarle el pene a mordidas (en serio, esa es la motivación de nuestro «héroe»).

Mediante lo que el director Josh Greenbaum considera una serie de jocosas y divertidas situaciones (las cuales incluyen: perros orinándose entre ellos como señal de amistad, drogándose con hongos en un bosque, y Hunter procurando una erección gigantesca en una perrera para alcanzar las llaves de sus jaulas, entre otras idioteces similares), la cinta no sólo produce un profundo fastidio por la enfermiza necesidad del mediocre guion de Dan Perrault de utilizar todos los clichés, arquetipos y conocidos chistes sobre perros. Además, ofrece una trama simplona y condescendiente sobre la vida de los perros, mientras manipula al público con un mensaje chocante sobre el buen cuidado de las mascotas. Todo culmina en un final cursi que colisiona drásticamente con la escena de Reggie mordisqueando salvajemente el genital de su amo, quien a su vez busca asesinarlo despiadadamente. «Hijos de Perra» no sólo es el título de esta inmunda cinta, también describe con exactitud a los sujetos que la crearon.

 

“TOC TOC TOC” (“COBWEB”)

La película parte de un recoveco narrativo muy familiar: el niño de rostro y cabello ominosos que sufre el abuso de compañeros en la escuela, dibuja cosas tenebrosas y escucha voces en su cuarto. La cuestión es cómo el director primerizo Samuel Bodin y su compañero guionista Chris Thomas Devlin lo trabajan de forma tal que el resultado no sea otro «Conjuro» o «La Noche del Demonio» —Dios sabe que no necesitamos otro de esos remedos de películas de horror—. El producto final es algo que funciona en momentos por gracia de un reparto convincente y un trabajo fotográfico funcional, pero termina descalabrándose por un tercer acto que acelera el proceso, achacable tal vez al incorregible déficit de atención de la Generación Z, transformando una atmosférica historia sobre pecados del pasado y familias más que disfuncionales en una especie de slasher al estilo «Eres el Siguiente» (Wingard, EE. UU., 2011) fusionado con la imaginería macabra del cine de terror japonés.

El chiquillo en cuestión es Peter (Woody Norman), hijo de los severos y algo histéricos Mark (Anthony Starr, «Homelander» de la exitosa serie «The Boys») y Carol (Lizzy Caplan, la puesta al día televisiva de «Atracción Fatal»), quienes educan con ciertas dosis de crueldad al chico sólo porque escucha a una niña que asegura vive en su pared todas las noches. Conforme se va deshilvanando el misterio, descubre que la pequeña es su hermana y fue puesta en un cuarto oscuro por sus desequilibrados progenitores como castigo, y ha convencido a Peter de que él también morirá, por lo que hay que hacer algo rápido. A la mezcla argumental se añade una maestra sustituta (Cleopatra Coleman) que se preocupa por Peter y buscará salvarlo de su bizarra situación. Se ve que el dúo del director Bodin y el escritor Devlin tenían las cosas claras, pero al final no tienen idea de cómo producirlas con coherencia y claridad narrativa, generando un relato poco armónico y propositivo que se contenta al final con lo más estándar y algo ridículo, sobre todo en cuanto a la amenaza sobrehumana que representa la hermana en cuestión, de la que sabemos será el causal del horror de este filme, muy deudor de representaciones sobre enajenación paterna y maltrato infantil como «El Resplandor» o «La Gente Detrás de las Paredes». En ese sentido, «Toc Toc Toc» queda muy lejos y no vale la pena responder a su toquido en cines.

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