
En esta época de tanta movilización política y electoral, con miras a las elecciones presidenciales, es importante que, como ciudadanía, activemos al máximo nuestro pensamiento crítico.
Hay un tema que considero importante abordar y que no sólo tiene que ver con las elecciones, pero ellas son un buen pretexto para retomarlo. Me refiero al “doble discurso”. Ese doble discurso que personajes políticos y no políticos han tomado como bandera y en el que, por ingenuidad o desconocimiento, muchos quedan cautivos.
En términos generales, el doble discurso es decir una cosa y hacer otra, es utilizar argucias argumentativas para llevar al interlocutor a una determinada conclusión, sin tener bases ciertas o legítimas. Es una manipulación en la que el trasfondo es un interés particular, apelando a ciertas reglas o prerrogativas que se presentan como de interés general.
En el doble discurso público de los candidatos y de ciertos personajes, hay una disociación clara entre la expresión conceptual (la teoría) y la conducta de realización (la práctica).
Por ejemplo, bajo el paraguas “democrático” o “el discurso de la lucha por la igualdad”, los actores en turno edifican sus discursos públicos de tal forma que resulta difícil distinguir o identificar las fronteras entre lo que es verdad y lo que no lo es, o bien, se nos presenta una realidad sesgada, a medias o polarizada, y si no realizamos una confrontación razonada de los hechos con la teoría, entre lo que dice o hace el personaje con lo que realmente es, es fácil caer en el juego.
Estos personajes se falsifican al exterior como íconos universales promotores de diversas causas, imponiendo a fuego y sangre sus ideologías o posturas, en algunos casos distorsionando conceptos como el bien común e igualdad de oportunidades cuando, analizando en los hechos, están muy lejos de perseguir tales ideales.
En este escenario, si no tenemos un pensamiento crítico, cualquier persona puede vociferar sin pena alguna que su causa es empoderar al ciudadano, combatir la violencia o las desigualdades, sin que nadie le cuestione ni analice sus actos y el trasfondo que ellos conllevan.
De la misma manera, otros pueden hablar de combatir la destrucción del medio ambiente, cuando en su actuar han realizado una depredación sistemática de los recursos naturales y el medio ambiente, bajo determinados esquemas que pueden parecer legítimos.
Y así como éste, varios ejemplos en todos los ámbitos.
Por tanto, debemos poner cuidado y atención en la lectura de “las realidades” que se nos presentan. No podemos aceptar el doble discurso como norma natural; de ser así, justificaríamos el desarrollo de nuevas posturas e ideologías que lejos de fortificar los derechos humanos ya alcanzados, pretenden desconocer y desnaturalizar situaciones y derechos adquiridos que ya son válidos, vigentes y probados.
Pero, ¡atención!, el hecho de que en la actualidad sea tan recurrente este doble discurso no sólo es culpa de quien lo realiza, sino que nosotros mismos lo fomentamos cuando no pedimos explicación ante las promesas incumplidas o ante exigencias que no se encuentran justificadas a través de un marco conceptual sostenible.
El engaño que circunda y rodea tanto a quien obsequia como a quien es obsequiado no es una labor individual, sino que es colectiva y muchas veces inconsciente. Y, actualmente, dada la dinámica y proyección que tienen las redes sociales, es más fácil caer en este tipo de prácticas.
De ahí la importancia de analizar, investigar, cuestionar y exigir justificaciones de lo que se nos está presentando públicamente como propuesta o como “verdad absoluta”.
Porque puede ser que mucho de lo que se nos presenta, está muy lejos de ser lo que parece.