
El año pasado, en el contexto de la Feria de San Marcos, en la galería del Taller Nacional de la Gráfica de la Universidad de las Artes, en la zona de FICO13, tuvo lugar la exposición de una serie de grabados de la autoría del artista plástico Guillermo González (1929-2013), quien además diseñó la portada del templo del Señor de los Rayos, una obra muy polémica, tan excepcional que ha sido escogida para ilustrar la portada de dos libros. En un caso se trata de “Historia de la Iglesia Católica en Aguascalientes, volumen III”, de José Antonio Gutiérrez Gutiérrez, y otro “Aguascalientes (1945-1956) Arribo a la modernidad arquitectónica”, volumen 3 de su Historia de la Arquitectura y el Urbanismo.
A la inauguración de la muestra asistieron algunos familiares de González, su viuda, la señora Edna Hidalgo, y uno de sus dos hijos, el señor Germán González, acompañado este último por su esposa, la señora Blanca Lilia Morales, quien ha desarrollado joyería a partir de la obra de González, y una nieta del autor, la señorita Jade Sánchez González, hija de Gisela González Hidalgo, la otra hija del artista. A ellos los acompañó el señor Gonzalo Infante, director de la galería capitalina México Antiguo, y que se define como un galero, quien ha colaborado con la familia en el rescate y organización de la obra de González.
Su presencia en Aguascalientes y su amable disposición me ofrecieron la oportunidad de conversar ampliamente con ellos, a fin de satisfacer mi interés sobre este personaje y su obra. A partir de mayo comencé a publicar artículos sobre el templo, la fachada, la obra de González, y por angas o mangas lo hice de manera intermitente, pero ahora voy a concluir; a cerrar este tema, y lo haré con esta y las próximas dos entregas.
Comienzo ahora recordando que Guillermo González no tenía ninguna relación previa con Aguascalientes, y en todo caso sí con el arquitecto Francisco Aguayo Mora. ¿Lo recuerda? En las tres entregas inmediatamente anteriores me referí a él. Seguramente se conocían dado que ambos trabajaban en el CAPFCE, ese organismo público federal abocado a la construcción de escuelas.
Pero además de diseñar la fachada del templo, González realizó también el viacrucis que, digamos, se perdió, y que fue recuperado y vuelto a su lugar en el mes de abril del año pasado, en el contexto de la visita de los familiares del autor y la exposición a la que me referí. Esto me recuerda una anécdota que me contó el escritor Carlos Fuentes; ya diré por qué. Independientemente de su veracidad, la moraleja es maravillosa; llena de ingeniosa gracia.
¿Conoce usted la mezquita de Córdoba, en España? Es un lugar maravilloso. Entra usted y de golpe y porrazo se ve inmerso en el mundo musulmán de las inmediaciones del siglo XV, gracias a la presencia de un sinfín de arcos pintados de blanco y rojo, y otras delicias esculpidas en las paredes y los techos, la monumentalidad del lugar aderezada con el silencio reverente que ahí priva y una acogedora penumbra, a más de un aroma de las mil y una noches; algo embriagador -o a lo mejor estoy soñando-, pero se adentra usted y de pronto el lugar se transforma en la catedral de esa ciudad, un edificio que corre raudo del renacimiento al barroco, con sus altares y coro y demás implementos que usted conoce en un recinto católico.
Entonces, dicen que cuando llevaron a conocer el lugar a su Cesárea Majestad, don Carlos I, el rey español que ni español hablaba, dado que había nacido en Flandes, donde hoy es Bélgica; le mostraron aquello, digo, la intervención en el edificio musulmán para, digamos, cristianizarlo, y exclamó, fíjese bien en lo que dicen que dijo: “destruyeron ustedes algo que era único en el mundo para construir algo que hay en todas partes”.
Así me parece que ocurrió con el viacrucis de Guillermo González en el templo del Señor de los Rayos. Muy probablemente algún capellán vio la obra del capitalino, que es única en esta vida, sin concesiones de ninguna especie; una obra carente de la amabilidad que esperamos para esas imágenes, y no obvia para su comprensión y/o asimilación, tal y como ocurre con la fachada del templo; debió haberla visto y exclamado: “¡Jesús mil veces! ¿Qué es esto?”, y lo quitó, lo arrumbó por ahí y sustituyó por uno de esos viacrucis de pasta que hay en todas partes, uno muy conveniente; muy políticamente correcto. Ya sabe: ojos caídos, miradas lánguidas, manos en expresión de oración.
Recientemente se hizo una investigación, y el viacrucis apareció, creo que en la zona de criptas. El joven sacerdote que está al frente del templo; pero de veras joven, padre Fabián Gómez Mancilla, accedió a que la obra de González volviera a su lugar, cosa que ocurrió también en abril del año anterior, y que es muy de aplaudirse.
(Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).