Por: Juan Pablo Martínez Zúñiga

La frigidez narrativa en todo su esplendor.

Después de ver esta secuela, me queda muy claro que la Disney jamás vislumbró el éxito y la penetración cultural que tendría la primera parte cuando se estrenó hace seis años. “Frozen II” es todo un producto y no cine, como diría Martin Scorsese, pues lo que vemos en pantalla es un complejo tejido que busca confeccionar una mitología para sus personajes pero con un tendido tan forzado e innecesariamente rebuscado, que es evidente la intención por parte de los directores Chris Buck y Jennifer Lee por expandir a modo de supuesta riqueza narrativa algo que nunca lo requirió. La primera parte, con todo y su estructura argumental vertebrada en fórmulas e interminable catálogo musical, lograba entretener por ciertos momentos de relativo ingenio que buscaban innovadoramente empoderar a la figura femenina en el cine de animación, pero ante su arrolladora permanencia en el gusto del público menudo y uno que otro adulto, una segunda parte se antojaba inevitable. Y no habría problema si ésta realmente contribuyera en términos creativos a la expansión natural y orgánica de los elementos explorados en su predecesora, mas aquí solo hay pirotecnia dramática que se luce intrascendente para cualquiera menos a los del Estudio del Ratón, quienes se ríen de su grosería camino al banco ante la esperada recaudación voluminosa que seguro esta cinta tendrá gracias al efecto propulsor de la primera.
Un vistazo a la trama lo confirma: Elsa y Anna, ahora felices y contentas en el reino de Arendelle junto al golem miniatura hecho de nieve Olaf, el procurador de hielo Kristoff y su reno Sven, hasta que Elsa comienza a escuchar misteriosas voces provenientes de un bosque mágico que, según contaran sus padres a ellas siendo niñas, vive resguardado por una niebla misteriosa que impide el paso a los humanos debido a un conflicto suscitado ahí cuando su progenitor era joven y fue testigo de la muerte de su padre a manos de sus habitantes, seres congraciados con los espíritus elementales (tierra, aire, agua y fuego). La película consolida su argumento en la búsqueda de la fuente de dicha voz por parte de Elsa viéndose acompañada por su hermana y el resto de mencionados secundarios, topándose con humanos e indígenas oriundos de dicho bosque que se verán involucrados en la trama una vez que el reino de Arendelle se ve en peligro a costa de la gesta de Elsa, quien aprenderá mucho sobre su pasado y en particular sobre su madre, pieza clave en el esclarecimiento del enigma prevalente desde la cinta previa: ¿Por qué ella nació con poderes cual mutante y no Anna?
El barroquismo narrativo con que se arma el guion no permite que las personalidades, la psicología e incluso las emociones conducentes a cada personaje puedan siquiera respirar, todo se desarrolla con cierto automatismo al grado de que todo se percibe estéril e inútil, sobre todo al no haber un genuino eje dramático que permita la gravitación natural de todo lo que pasa, dispersando a modo de meras ideas o planteamientos situaciones que deberían ser relevantes, como los continuos -y fallidos- intentos de Kristoff por proponerle matrimonio a Anna o la factible exploración de ésta como personaje para sacarla de su imagen sobreprotectora y naif que aquí se perpetúa sin resolución o aportes al respecto, así como una supuesta vuelta de tuerca que involucra el origen de la enemistad entre humanos e indígenas que nos habla más del discurso sociopolítico y cultural que viven los Estados Unidos cortesía de su presi Trump que su enclavamiento real en esta historia, que igual aquí se resuelve de la manera más complaciente y facilona. Caray, hasta las canciones son de lo más acomodaticio al buscar solamente replicar el tono y la armonía melódica de “Libre Soy” sin esforzarse lo más mínimo en crear una identidad sonora para este filme.
Claro, hay un par de risas aquí o allá y la consabida escena sacalágrimas (tal vez el mejor momento de Olaf en las dos cintas), pero todo sin que sirva a fuerzas creativas mayores, tan solo un producto de factoría como escribí anteriormente. “Frozen II” tenía los recursos -y la animación, pues hay que decirlo vemos escenarios y fondos de auténtica belleza visual- para ofrecernos algo si bien no vanguardista o novedoso, al menos no tan descaradamente oportunista como lo que ahora adorna la cartelera. Libres del apetito taquillero de la Disney aún no somos.

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